El infinito, según Pablo Bernasconi
"Es un grano de arena perdido en algún desierto del planeta que contiene grabado un mapa para encontrarse a sí mismo". "Es leer solo la última línea de un libro e imaginar lo que falta". "Es una cajita musical llena de silencios". Con estas frases (y muchas otras), Pablo Bernasconi afronta el maravilloso desafío de definir un concepto tan abstracto e inasible como el infinito. Cada enunciado está acompañado por un dibujo que completa el sentido y dispara la imaginación.
El infinito (Sudamericana) es el nuevo libro del autor e ilustrador argentino, que este año fue finalista del prestigioso premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de la literatura infantil. Este viernes, a las 16, lo presentará en la sede del CCK de la Feria del Libro, donde también hablará sobre Quetren quetren (La Brujita de Papel), el álbum que creó junto con su hijo Franco. Después, Bernasconi firmará ejemplares en el espacio Firmódromo. Además, hasta el domingo 29, continúa su muestra itinerante Finales, en la Quinta Trabucco (Carlos Francisco Melo 3050, Florida), integrada por cerca de 70 obras entre lienzos, objetos, bocetos e ilustraciones de sus libros Retratos, Bifocal y Finales.
Dedicado a Franco, Nina y Tania, sus "infinitos presentes", el nuevo libro tuvo como disparador un título anterior, La verdadera explicación, publicado por Sudamericana en 2012, donde Bernasconi ofrece una serie de divertidas interpretaciones a cuestiones científicas y filosóficas. "Desde siempre, la humanidad quiso encontrar las razones de todo aquello que desconocía. Muchas de esas explicaciones duraban eternidades, solo porque ahí estaban y a nadie se le ocurría ponerlas en duda. Los científicos, los aventurados y sobre todo los filósofos se encargaban de brindar respuestas utilizando razonamientos en cierta medida lógicos pero casi siempre equivocados", dice en el final de La verdadera explicación. "En ese libro condenso una serie de explicaciones lúdicas sobre la naturaleza que nos rodea. Desde el big bang al viento, los fantasmas y los dinosaurios pasando por la paciencia y las buenas ideas. La fórmula para abarcar estas explicaciones no reposaba sobre una búsqueda de la verdad, sino sobre un intento por encontrar el origen, desde la belleza", cuenta el autor. "Una de las explicaciones intentaba describir el concepto -en mi opinión- más complejo de todos: el infinito. Las definiciones rodeaban el tema por las tangentes más poéticas, desde la retórica y las metáforas. Cuando la ciencia intenta describir el infinito, los números no alcanzan, las fórmulas se despedazan, surgen las paradojas y sobreviene la angustia. La poesía, en cambio, propone un acercamiento con escala humana. Nos trae tranquilidad, como solo el arte puede lograr. Es una manera de comprobar esta especie de tesis que estoy investigando sobre la dualidad entre belleza y verdad". Así, para este reciente trabajo, sumó algunos de aquellos textos, que corrigió y expandió, para darle volumen y forma de ensayo. "El libro anterior ya sentaba las bases de lo que quería lograr en éste. Me parecía que la materia original merecía un desarrollo mayor, vinculado ahora con una respuesta desde la ilustración".
Las ilustraciones (un camello parado sobre un reloj de arena, un círculo imperfecto formado por lápices de colores, un equilibrista forzudo sobre un palo de escoba) aparecieron después del texto. "En todos los casos, el texto inauguraba la metáfora y la ilustración proponía su visión, completándola. Hay muchos textos que describen una paradoja a mitad de camino y es en la imagen donde se consolida el sentido. Me gusta pensar ambos registros como signos autoportantes. Es decir: los dos pueden defenderse solos, sobrevivir al sinsentido. Me interesa lograr un discurso al que no se le vean las costuras, que suene genuino y verosímil".
En la tapa, negra y con algunos destellos coloridos, hay una puerta calada. Al abrirla, aparece un rey barbudo y con corona. ¿Es una referencia a la noche, al cielo infinito, al más allá? Dice Bernasconi: "La tapa negra supone la inmensidad, por la ausencia, el todo que busca llenarse, el espacio y sus fronteras. Ubicar una puerta en medio de eso, desde donde se asoma un rey que nos acompaña durante todo el libro, es como una invitación al portal del descubrimiento, de la curiosidad. La cita de Shakespeare que puse al comienzo ("Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito") es la misma que usa Borges como inicio de El Aleph. El rey y su cáscara de nuez son mis herramientas contra la desesperación, contra la desproporción más obscena. El misterio".
Otro misterio es por qué hay números y fórmulas en la parte superior de cada página par. "Todas las cifras tienen una explicación, son símbolo de la página en cuestión. Busqué referencias de muchos campos para evitar obviedades: hay ejemplos de la física, la matemática, la metafísica, la química, la religión, la poesía, la literatura, la música y hasta de la quiniela. Supongo que lo hice como un guiño más, una capa más de cebolla que cada lector deberá quitar si quiere completar la experiencia. No hay ningún número que no responda simbólicamente y termine de completar la construcción de este universo que empieza y termina en una doble página. Hasta que pierdo el control del libro (esto es, cuando entra en imprenta) me ocupo con la mayor meticulosidad de la que soy capaz de entregarle más y más sentido. Es un proceso infinito", asegura el autor.
Profundas, bellas y con sentido del humor, todas las frases comienzan con "Es…" "Es una idea que no quiere, no se deja, se rehúsa a ser en una palabra". "Es abandonar un libro justo en el momento en que estaba por cambiarnos la vida". Y así hasta el final. Algunas parecen posibles respuestas a la gran pregunta disparadora. Otras son como haikus o variaciones poéticas que juegan con las palabras y los sentidos. "Las definiciones parten de ‘Es’, pero solo funcionan porque son múltiples, porque se apoyan unas a otras. A modo de haiku, a veces con humor (‘Es la fórmula de la felicidad oculta en el cuero de alguna vaca. Pero del lado de adentro’), a veces con cierto dramatismo (‘Es un edificio en llamas, un vaso de agua y un bombero con sed’), pero siempre desde el registro poético. Creo que esa es la ventaja de la metáfora, que nos aleja de la soberbia y resuelve de modo amable una pregunta inasible. La metáfora es un ejemplo contundente de humildad y consideración porque está dedicada a la inteligencia del otro, del lector".
Pregunta obligada, para el final: ¿qué es el infinito para Bernasconi? "Supongo que hay una respuesta para cada persona, pero sobre todo para cada día. El infinito para mí son todas estas definiciones, que se fueron materializando según mi estado de ánimo, mi comprensión y mi sensibilidad. Hay muestras de angustia (‘Es esa pesadilla en la que estoy dentro de la lluvia del televisor y me toca barrerla con escarbadientes’) que responden a momentos más oscuros, y otras que sostienen un optimismo empalagoso. Imagino que la capacidad de volverme permeable a este concepto potenció también mis sistemas de defensa, con tal de encontrarle sentido al infinito".