El incansable trabajo de las hormigas
Lo he intentado todo. Desde la disuasión hasta las peores armas químicas. Pero solo tuve magros y efímeros éxitos. Siempre estuvieron por ahí, llevando cargas mucho más pesadas que su cuerpo, como auténticos soldados, pero nunca habían llegado tan lejos.
La invasión masiva comenzó hace dos veranos y no la descubrimos hasta que se hizo evidente. Al regresar de unas vacaciones, en un cuarto-escritorio nos topamos con montañas de lo que parecía café viejo, pero rápidamente nos dimos cuenta: habían cavado una auténtica trinchera y la tierra que extrajeron para liberar los caminos estaba ahí, frente al zócalo de un placard. Solo el hallazgo de algunos soldados caídos en el esfuerzo permitió sacar la conclusión que no esperábamos: hormigas. Amo desde siempre la vida natural y así se lo transmití a mis hijos. Pero esto fue demasiado.
Decidido al combate, desoí los consejos de mi colega y vecino de esta columna Ariel Torres. Su teoría es: estamos todos juntos en este mundo, solo que los insectos son mucho más insistentes que nosotros y, por más que intentes desalojarlos, siempre volverán. Igual que cualquier animal cuando se siente invadido en su territorio. Y las hormigas no son la excepción, todo lo contrario. ¿Entonces? Su consejo, para resumirlo de manera rudimentaria, fue: hay que adaptarse tratando de ponerles algunas barreras, por ejemplo, rociando con algún tipo de repelente los ingresos a la casa. Si no, concluyó de manera elocuente, “mudate a un séptimo piso”.
No era precisamente nuestra idea. Me resistía al falso dilema: ellas o nosotros, tancomún en múltiples aspectos en estos tiempos de grietas. Pero no me dejaron opción. Con inyecciones casi quirúrgicas, descargué gran cantidad de veneno por hendijas de pisos y zócalos, tratando de adivinar por dónde habrían entrado. ¡Victoria!, exclamé al ver que al cabo de tres o cuatro días no quedaban rastros de los artrópodos. Pero fue en vano.
El último invierno tuve la esperanza de que las fuerzas naturales me estuvieran dando una lección. Desaparecieron no solo dentro de casa, tampoco estaban en el jardín ni en los canteros que cubren las veredas de pasto y árboles en nuestro barrio. Debe tratarse, inferí, de un efecto del frío, que las hace buscar otros horizontes. La ilusión no duró mucho. Aún no había subido mucho
Al observarlas, debo confesar que sentí envidia y admiración. Por su organización y su constancia la temperatura y los caminos que surcan los canteros volvieron a poblarse de obreras cargadas con recortes de hojas de todos los tamaños. Y lo que es peor: ingresan en cuevas que desembocan en los cimientos de mi casa. Adivinaron: volvieron a entrar por el placard.
Nuestro amigo Ariel me lo explicó muy bien: lo que no vemos es el hongo que está dentro del pozo, que ellas mismas van alimentando con el material que cargan. Y del cual se alimenta la reina. El hongo es el que tenemos que destruir si queremos que nuestras amigas se vayan a otra parte. ¿Cómo hacerlo? Los tutoriales no sirvieron de mucho.
Un detalle más, para mí aleccionador: otro grupo de obreras (supuse que era otro grupo, aunque como sabrán son imposibles de distinguir para un humano) tomó por asalto mi jardín y actuó en dos etapas. Primero se dedicaron a pelar un jazmín y un ficus (1,5 metros de alto aprox.), alfombrando el piso con sus hojas. Luego, en perfecta organización, comenzaron el traslado de ese valioso material hacia la cueva externa, donde, aparentemente, “vive” el hongo.
Aún no sé qué hacer, pero al observarlas debo confesar que sentí envidia y admiración. Por su organización y su constancia. Comprendí en su esencia esa frase común que alude al “trabajo de hormiga”. Cuántas veces demoramos en llevar adelante alguna tarea más o menos compleja por lo trabajoso que parece, y quisiéramos que estuviera lista cerrando fuerte los ojos, como en los sueños infantiles. Ellas, paso a paso, construyen su mundo a largo plazo.
La otra lección: aceptar que no todos pensamos ni sentimos lo mismo, pero hay un ancho camino entre aniquilar al diferente y mudarme a un séptimo piso.
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