El huracán Gilda y los intelectuales
Mientras buscaba información para un artículo sobre el escritor francés Mathieu Simonet, hijo de Jacques Perrin (1941-2020), el notable actor y productor de la celebrada Cinema Paradiso, me enteré de que, en ella, el director Giuseppe Tornatore había querido insertar la escena del beso de Orson Welles y su esposa Rita Hayworth en La dama de Shanghái (1947). Había debido desistir porque le pidieron un millón de dólares por los derechos. Tornatore se limitó a mostrar una foto de Rita en una escena en la que el protagonista de Cinema Paradiso, de niño, cuando veía la imagen, decía: “¡Qué linda mujer!”. Ese dato me hizo recordar la admiración de Manuel Puig por la estrella norteamericana, que lo llevó a escribir su famosa novela La traición de Rita Hayworth. Comencé a indagar más sobre el efecto de la actriz-bailarina en el mundo cultural. Todos habían caído bajo la fascinación de Rita tras el estreno de Gilda (1946), donde bailaba y cantaba (en fonomímica, la voz era de Anita Ellis) las pegadizas “Amado mío” y “Put the Blame on Mame”. Con la última de esas canciones, se sacaba los largos guantes negros en un striptease sensualísimo limitado a los brazos.
Vittorio De Sica citó a Gilda en una de las escenas más importantes de Ladrones de bicicletas. Mientras el protagonista, Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani), está pegando el afiche pintado de la película norteamericana donde se ve a Rita, un ladrón escapa con la bicicleta del paupérrimo Ricci.
Otro italiano eminente, Pier Paolo Pasolini (1922-1975), se inspiró en Gilda y en Rita en una de sus novelas autobiográficas de juventud, Amado mío. En una de las escenas, Pasolini relata la proyección de la película en un cine popular y retrata a la estrella: “Rita Hayworth con su inmenso cuerpo, su sonrisa y su seno de hermana y de prostituta –equívoca y angelical, estúpida y misteriosa, con esa mirada de miope fría y tierna hasta la languidez–, cantaba desde lo profundo de su América Latina de posguerra, de novela-río, con una inexpresividad divinamente acariciable. Pero las palabras de Amado mío la evocaban, con su belleza de campesina, casi en un estado de extenuación o de post amorem, acurrucada en un inefable muchacho”.
En la literatura argentina, Enrique Medina se refiere a Hayworth en su novela Solo ángeles. Uno de sus personajes escribe avisos pidiendo una mujer, delira sobre esta, y dice: “Busco mina buena, afectuosa, maternal pero molto sexy, que haga striptease, molto sessuale, gattina, inconformista, yo experto dispuesto a enseñarle la verdad del sexo que es la verdad de la vida, tipo GILDA…” En la primera edición, la tapa es una foto de Rita Hayworth, que Manuel Puig le facilitó al autor.
Medina, que era amigo de Adolfo Bioy Casares y de Jorge Luis Borges, habló con ellos de estrellas de cine. Los tres coincidían en admirar de un modo muy masculino a Rita Hayworth; pero Medina tuvo la inmensa ventaja de encontrarse dos veces con la actriz. La primera, en 1976, cuando ella vino a Buenos Aires. Andrés Percivale la llevó a la casa de Medina y Rita vio allí una gran foto de ella, casi tamaño natural, y se dejó fotografiar con él. Al año siguiente, por medio de Manuel Puig, Enrique volvió a verla, nada menos que en la casa neoyorquina de su musa. En su libro El último argentino, más precisamente en el relato “Entre Borges y Rita Hayworth”, el narrador, alter ego de Medina, discute con Borges por radio sobre temas literarios, pero el momento más álgido del debate se alcanza cuando hablan de Rita Hayworth. Los dos la aman: son adversarios. Borges menciona la ventaja que su contrincante le lleva; este conoció a Rita. Benévolo y porteño, su rival responde: “Pero lo ama a usted, Borges, ella me lo dijo”.