El humor y la infancia de Borges en palabras de Leonor, su madre
El investigador Martín Hadis presentó su recopilación de las “memorias” de Leonor Acevedo
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Los tigres, que veía en el zoológico, lo hechizaban, y no había peor castigo que quitarle los libros. Antes de convertirse en el escritor universal, Jorge Luis Borges fue un niño, lúcido y elocuente, cuya infancia es reconstruida en el libro Memorias de Leonor Acevedo de Borges.
Los recuerdos de la madre del más grande escritor argentino fueron recopilados por el investigador Martín Hadis en un volumen de 300 páginas que se constituye como una “verdadera precuela a todas las biografías existentes” del autor de El Aleph.
A través de un trabajo casi “arqueológico” que duró más de una década, Hadis se entregó a la tarea de fechar, analizar y contextualizar centenares de “papelitos” en los que la escritora Alicia Jurado registró a comienzos de los años 70 el contenido de sus charlas con Acevedo (1876-1975). Se trata de “fragmentos dispersos de una memoria que dejó de existir, los recuerdos de una vida casi centenaria que nace en los tiempos de los patios con aljibes”, decía la primera sobre la madre del escritor, en cuyos relatos se basaría para escribir un libro que no llegó a ver la luz pero que tuvo un prólogo. Jurado lo escribió pensando en las “imágenes” que Leonor “retuvo hasta el final de su vida”. De ella, diría: “fue una mujer de excepcional inteligencia, de cultura nada común y de fina sensibilidad, que unió a estas cualidades la integridad, el coraje, el altruismo, la delicadeza, la cortesía, la ternura”, describió así a su “inolvidable amiga”, con quien se reunía semanalmente cuando frecuentaba al escritor.
“Su inteligencia, su sensibilidad, cuánto de ella había en Borges y su interés por lo fantástico, por lo metafísico, por el más allá”, son las aristas de la personalidad de Leonor que más sorprendieron a Martín Hadis en su investigación, nutrida asimismo de otro gran hallazgo: las cartas autobiográficas que la madre de Borges enviaba a Esther Haedo Amorim.
María Kodama también recuerda a Leonor. Por ejemplo, cuando discutía “de igual a igual” en el living de los Borges con los políticos “y gente que uno veía en los diarios”, mientras ella y un joven Borges, a quien conoció con 16 años, estudiaban junto a la ventana de la casa. “Yo cada tanto quería escuchar qué decían, porque me fascinaba ver a esta señora frente a todos estos hombres, pero Borges inmediatamente se daba cuenta y me decía: ‘no preste atención, están hablando estupideces, concentrémonos en el anglosajón’”.
En diálogo con Hadis en la presentación del libro en la Biblioteca Nacional, la compañera del escritor trajo a la memoria algunos momentos compartidos con Acevedo, quien, en su lecho de muerte, unió en un gesto la mano de Kodama con la de su hijo. “Como diciendo: ‘te lo entrego’”, contó la especialista en literatura.
La casa de la calle Tucumán, los patios, el colegio La Santa Unión, las vacaciones en Uruguay, las costumbres, la vida social, las madres de Sarmiento, las comidas, los restaurantes, las amistades, los entretenimientos, las casas misteriosas, las quintas de verano. Hadis reconstruye la historia familiar, traza el árbol genealógico y aporta imágenes dentro de un retrato de época edificado a base de viñetas históricas y capítulos dedicados a Jorge Guillermo Borges, los viajes a Europa, Ginebra, las viviendas de los Borges, los Haslam y mucho más.
El autor revela datos desconocidos sobre “los chicos”: Georgie y su hermana Norah, los juegos, la vida en el hogar, los estudios, la infancia en la calle Serrano, los libros, la vocación literaria, los idiomas, la fiebre, la magia, la ceguera.
Posicionado como uno de los estudiosos borgeanos más prolíficos, Hadis defiende el rigor del trabajo volcado en las páginas del libro, al que también recorre “el humor” que caracterizaba a sus retratados. “El humor más intelectual viene del padre, pero esa cosa criolla, de humorada, procede de la madre. Es muy risueño este libro, tiene esa distancia risueña que Borges ponía a la realidad, siempre listo para la fina ironía”.
Entre las múltiples anécdotas, Hadis resume varias: “Resulta que Borges está durmiendo y parece que suena el teléfono. Al día siguiente, él pregunta: ‘¿lo soñé?’ No lo soñaste, llamó un tilingo, responde su madre. ‘¿Qué pasó?’ Entonces él cuenta que Leonor, que ya tenía 93 años -edad a la que llegó completamente lúcida-, es espetada por una voz ‘grosera y terrorista’: ‘te vamos a matar, a vos y a tu hijo’. Lejos de entrar en pánico, una Leonor de esa edad, de madrugada, responde a la amenaza: ‘¿y a qué debo la cortesía?’ La voz sigue: ‘porque soy peronista’. Ella dice: ‘muy buena idea. En cuanto a Georgie, matarlo es muy fácil, Georgie es ciego, se toma siempre el mismo tranvía desde la Biblioteca Nacional, se baja en la esquina de Maipú y San Martín, usted va y lo mata. En cuanto a mí, joven, si usted realmente me quiere asesinar, le voy a hacer una sugerencia: no se distraiga hablando conmigo mucho tiempo más, porque si usted no se apura y viene a matarme, yo ya tengo noventa y largos, capaz que me muero antes’”. Borges diría luego que el anónimo no volvió a llamar, “quedó espantado”. Acevedo “tenía muchísimo humor”, confirma el hecho Kodama.
Los relatos que la madre trasladaba al joven Borges contribuyeron a su formación. “Es divertido pensar al erudito, al gran creador de laberintos, como un niño. Cuenta Leonor que estaba frente a la jaula de los osos y que había una piedra enorme, que era más grande que él, y le dice: ‘soltá eso, caramba’, pero él se va con la piedra todo el camino hasta la casa y la deja en el jardín. Leonor estaba furiosa y le dice: ‘metete en el baño, en penitencia’. Él decía desde el baño: ‘no hay derecho’. Argumentaba, lógicamente. Y Leonor, ya harta, le dice: ‘si lo hiciste sin querer, salí’. Pero escucha silencio y Borges no salía. ‘¿Georgie, estás ahí? ¿Qué te pasa?’ Es que lo hice con querer”, razonaría el pequeño. Hadis remarca que aquel joven “era imposible de controlar”, a lo que Kodama corrige con humor: “Era libre. Por eso nos entendíamos tan bien”.
Cuando Borges empieza a escribir, sufre un accidente: se choca contra una ventana abierta y es llevado al hospital. “Tenía mucho miedo de no poder volver a escribir y es ahí cuando le dicta a la madre cuentos”, señala su compañera. A partir de entonces, emerge como cuentista. “En una ocasión, le estaba dictando un cuento y le dice: ‘repiqueteaban los cascos de los caballos en el Camino de las Tropas…’. Y la madre remarca: ‘¿pero vos estás loco, cómo vas a poner adoquín en el Camino de las Tropas?’ Porque entonces en Buenos Aires las calles, salvo Florida y un par más, eran todas de tierra. Entonces Borges dice: ‘ahí lo corregí y ahí mi madre me salvó de empedrar una calle que no lo estaba”, relató Hadis en referencia a la relevancia histórica de los relatos trasladados por Leonor a su hijo y llevados por éste a la literatura.
¿Cómo era el Borges infantil? Las narraciones maternas lo sitúan en medio de travesuras que dan cuenta “ya del genio” temprano, a los 3 o 4 años. “En la quinta que tenían los Haedo en Uruguay, los chicos querían jugar y como Borges era un chico muy juicioso, la única manera de hacerlo jugar a las escondidas era sacarle los libros y chantajearlo con eso”, relata Hadis.
“Mi desafío fue enhebrar todos estos recuerdos dispersos para acercarnos a Borges de una forma distinta”, insiste el autor del libro, que tuvo entre sus oyentes a varios descendientes de la familia y al director de la Biblioteca, Juan Sasturain. En el acto, el investigador y María Kodama bebieron agua de una jarra labrada de Leonor Acevedo y viajaron con las palabras a aquel Buenos Aires del joven Borges.
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