El hombre que corría demasiado
Por Luis Chitarroni Para LA NACION
Después de Morse, el único inspector es alguien que lo precede por escrito en mi memoria: Dalgliesh, de P.D. James, más convencional que Morse, menos imaginativo en sus hipótesis. Cierto que el convencionalismo adquiere en él la forma de la elegancia. Bebe poco, y el sastre que le toma las medidas no debe lidiar con oscilaciones de peso. La antropometría de un fantasma literario nada le debe a los forenses, algo que nos recuerda que Morse, el querido Pagan Morse ha muerto. A Dalgliesh lo vi tarde, ya que enciendo el televisor con la misión de conciliar el sueño. No encajó en el personaje que me había imaginado al leerlo. Mi Dalgliesh era más alto, más viejo, menos moderno. Otra molestia: reconocía los gestos del actor que lo encarnaba, un hombre que baja la vista, trata de ocultar los dientes como alguien que yo conocía. Casi al fi nal del capítulo, Dalgliesh adquiere la obligación dramática de correr. Para cumplir una promesa de amor. Llego a los títulos con tan poco aliento como él, y entonces ya sé: Dalgliesh es Martin Shaw. Y Martin Shaw fue en mi juventud Doyle, el compañero de Bodie, uno de Los profesionales de mi serie favorita en los tempranos ochenta, capaz de perseguir a refugiados latinoamericanos y terroristas agarenos por techos, túneles y hasta cornisas, con el propósito de mantener a salvo la dignidad del imperio vapuleado por Margaret Thatcher. Los años castigan las debilidades de carácter, no las identidades. Los ejemplos abundan. Desvelado, yo tenía que seguir siendo quien soy, pero, después de la resolución del caso, Martin Shaw podía agradecerle a Doyle seguir siendo Dalgliesh.