El Holocausto, en la memoria de Victoria Ocampo
Ante ciertas corrientes de pensamiento que relativizan o directamente niegan los crímenes nazis, el autor de este artículo recuerda el rechazo al nazismo de la escritora argentina, y su solidaridad para con las víctimas
El 27 de enero se conmemoró el Día Internacional de la Memoria del Holocausto. Y el 31 del mismo mes se cumplieron 80 años del ascenso de Hitler al poder. En Hungría –lo recuerda Antonio Ferrari en Il Corriere della Sera, en un artículo titulado "El antisemitismo a los 70 años de la Shoáh está vivo"–, el gobierno del primer ministro Victor Orban tiene nostalgia del pasado y ataca a los inmigrantes. En Grecia, el partido Alba Dorada o Amanecer Dorado ("Chrysí Avgí"), que usa en su escudo la cruz gamada, predica la limpieza étnica; en Italia –amén de las desafortunadas declaraciones de Berlusconi a favor del fascismo– se profanan tumbas de judíos y una niña fue violada por pertenecer "al mundo israelita". En los Emiratos Árabes Unidos, la propaganda de un gimnasio dice: "Los haremos adelgazar como en Auschwitz". Y las autoridades iraníes niegan que el Holocausto haya ocurrido...
Ferrari, en el artículo mencionado, dice que "la ferocidad está estrechamente unida a la indiferencia". Por eso cree necesario volver a "testimoniar el coraje" de quienes no fueron indiferentes ante la matanza; aunque considera mejor usar la expresión "testimoniar la humanidad" de aquellos que rechazaron el asesinato en masa. Nuestra insigne Victoria Ocampo, con frecuencia vilipendiada como epítome de frivolidad por quienes desconocen su obra, fue, en este tema, como en tantos otros, un ejemplo de esa humanidad.
En 1960, cuando se debatía la legalidad del secuestro de Adolf Eichmann en territorio argentino para ser llevado a juicio en Israel, Victoria terció en la disputa para recordar la ignominia sufrida por tantos seres humanos por el solo hecho de pertenecer a un grupo racial determinado. Su ensayo "Porque eran judíos", publicado en el tomo sexto de sus Testimonios, demuestra su absoluto rechazo a lo ocurrido. Decía Victoria:
que la Argentina (al parecer tan aferrada a la legalidad hoy día) haya servido de refugio a criminales de esta calaña y les siga sirviendo de segunda patria... es cosa atroz para quienes queremos a nuestra tierra. No puedo conformarme con lo que ello significa de complicidad. O de indiferencia.
Victoria tampoco había demostrado indiferencia cuando, muchos años antes, había logrado rescatar a Giselle Freund (1908-2000), una de las fotógrafas más notables del siglo XX, pagándole su traslado a la Argentina, unas pocas semanas antes de la invasión nazi a París, con la excusa de que había sido contratada como retratista por la revista Sur. Giselle se destacaría, años después, por perpetuar las imágenes de escritores como Virginia Woolf (a quien pudo retratar también gracias a Victoria, que logró vencer la resistencia de la escritora inglesa), James Joyce, Colette, André Malraux, Marguerite Yourcenar, Jean Cocteau, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir...
Con el correr de los años, Giselle recibiría el Gran Premio de las Artes de Francia, en 1980; el Premio de Cultura de la Asociación Alemana de Fotografía, etcétera. Nada hubiera sido posible sin la humanidad de su rescate.
Al afortunado episodio del rescate de Giselle Freund se contrapone el dramático fracaso de Victoria en su intento de salvar la vida del escritor Benjamin Fondane (1898-1944). Pero se trató de un fracaso parcial, porque Victoria logró poner a salvo su obra. Nacido en Rumania de familia judía, Fondane viajó dos veces a la Argentina invitado por la directora de Sur. En su primera visita, en 1929, trajo a nuestro país las primeras obras de René Clair, de Buñuel, de Man Ray. Volvió en 1937, para dirigir una película hoy lamentablemente perdida. Victoria narró con palabras dramáticas su intento de rescatar a Fondane:
[En París], el 18 de junio de 1939 vi a Benjamin Fondane por última vez, en circunstancias bastante extrañas. Lo había llevado en mi auto hasta su casa. Yo me embarcaba al día siguiente [de regreso a la Argentina]. Al bajar del auto, Fondane me pidió que esperara un minuto. Esperé. Volvió a salir de su casa con un enorme sobre, voluminoso y lacrado. A la luz de un farol que no alumbraba demasiado leí estas líneas que llevaba escritas: "Chestov. Manuscrito inconcluso que contiene las cartas que Chestov me escribió y mis conversaciones con él. Deposito en manos de Victoria Ocampo el manuscrito en el que estoy trabajando. En caso de guerra, ese manuscrito puede ser usado por ella como lo juzgue conveniente. Por consiguiente, podrá abrir el sobre". Desconcertada, miré a Fondane. No se reía, como de costumbre. [...] Me dijo: "Creo que habrá guerra. Creo que no volveremos a vernos nunca más. Perdóneme este siniestro presentimiento". Recuérdese que los nazis estaban ya persiguiendo a los judíos en Alemania. Fondane era judío. [...] Estábamos h aciendo gestiones para tratar de sacarlo de Francia cuando él y su hermana (no su mujer: no era judía) fueron conducidos por la Gestapo a la prisión de Drancy (marzo de 1944.) [...] Después los trasladaron a Alemania y el 30 de mayo los internaron en Auschwitz. El 29 de septiembre, Fondane y su hermana entraron en la cámara de gas.
No acaba aquí la historia. Sigue contando Victoria:
Cuando después de su muerte abrí el sobre, encontré estas líneas suplementarias: "Entrego este manuscrito inconcluso a Victoria Ocampo por temor de que una guerra súbita me obligue a abandonar mi domicilio sin poderlo salvar. En caso de que esto ocurra y las otras copias se extravíen o se destruyan, prefiero que quede algo del manuscrito por inconcluso e informe que resulte: es el bien más precioso que poseo. Si yo o los míos desaparecemos, cuento con Victoria Ocampo para velar por la publicación de estas páginas. París, 18 de junio de 1939".
Y Victoria cumplió con el pedido. No pudo salvar a Fondane, pero salvó su obra, que lo perpetúa. Entregó el sobre a su viuda.
El repudio que le provocaba el nazismo se refleja también en su descripción del juicio de Núremberg. Fue la única argentina que asistió a sus sesiones, durante junio de 1946, invitada por el gobierno inglés. No sólo presenció varias audiencias, sino que también pudo ver, palpar, tocar y sentir las pruebas de la ignominia: pantallas de piel humana, toneladas de pelo, parvas de anteojos, jabón hecho con grasa de las víctimas...
Manifestó el hondo rechazo que le producía la mera visión de los jerarcas nazis juzgados allí, en las cartas que dirigió a sus hermanas (publicadas por la Editorial Sur bajo el título Cartas de posguerra en 2010) y en un ensayo aparecido en Soledad sonora, el cuarto tomo de sus Testimonios (Sudamericana, 1950):
la defensa me repugnaba. Argumentos de guerrero y de conquistador. Pero moral falsa e insostenible... En Núremberg no había podido menos de permanecer replegada sobre mí misma, hecha un ovillo, paralizada, crispada hasta perder contacto con mi propio corazón... Ahora la necesidad de llorar sobre lo visto me anudaba la garganta...
Quizá una reflexión última de la propia Victoria sirva como colofón, como cierre, como enseñanza luego de que ella hubiera vivido y escrito cuanto vivió y escribió sobre el Holocausto y sus víctimas:
Que Ana Frank, que mis pobres amigos Crémieux y Fondane, que tantos otros mártires inocentes (millones) me escuchen. Que nos perdonen. No me perdonarían si callara. O no me lo perdonaría yo misma, lo que es peor.
El testimonio de Victoria Ocampo debería resonar en los oídos de quienes se permiten negar el Holocausto.
Juan Javier Negri
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