El hacker, mezcla de artista y de científico
Internet no es una mera herramienta. Es la parte más interesante de la vida contemporánea. Más todavía: resulta muy difícil pensar nuestra vida actual sin ella. Allí están el saldo de nuestra cuenta bancaria, nuestra historia clínica y hasta el registro pormenorizado y cotidiano de nuestro desplazamiento por el mundo. Internet es el equivalente de lo que fue la ciudad en el siglo XIX: el espacio en el que la energía creativa se encontró con la vida de todos los días.
Lo fascinante de Internet es que ofrece la mayor posibilidad de colaboración libre entre individuos y, a la vez, permite el más alto grado de control que jamás fue posible. Y es esta ambigüedad la que determina que la nueva cultura que está naciendo choque con los viejos esquemas políticos y legales.
En el núcleo de esta tensión se ubica el hacker. La imagen popular del hacker es la del individuo que viola la seguridad informática para obtener algún tipo de rédito o beneficio económico. Por el contrario, el hacker puede ser visto como el gran creativo de la Era Digital: es el que decide apropiarse de la tecnología para experimentar, para encontrar nuevas posibilidades y luego compartirlas. En ese proceso es habitual que el hacker entre en conflicto con las viejas reglas del Mundo Analógico.
Casi todo lo que hace a la historia de Internet está basado en una épica y una ética de la colaboración, la gratuidad y la confianza en el individuo: lo contrario al viejo mundo, basado en la propiedad concentrada y en el poder punitivo.
Un ejemplo claro de la nueva ética es que el fundador de la Web, Tim Berners-Lee, decidió no registrar su invento (que lo habría convertido en una de las personas más ricas del planeta) para que la Web, al ser gratuita y libre, pudiera convertirse en esa maravillosa experiencia masiva y universal en la que hoy participamos, también libremente, todos nosotros.
El hacker es, en términos del siglo XXI, un ser que mezcla al artista y al científico, tal como fueron pensados en la Modernidad: los capaces de transformar lo real a partir de diferentes formas de experimentación.
El hacker cree que el conocimiento debería estar disponible para todos y que "ningún problema debería ser resuelto dos veces".
El Leonardo Da Vinci de los hackers es Aaron Swartz, un joven que se suicidó hace dos años (apenas tenía 26) debido a la persecución de la justicia norteamericana. La vida de Swartz es una aventura cultural, artística y política que todo el mundo debería conocer.
El documental El hijo de Internet, que está disponible con subtítulos en castellano en YouTube, permite tener una visión bastante clara tanto de la vida de Swartz como de la del movimiento hacker.
Swartz fue un niño prodigio que a los 10 años inventaba nuevas formas de ver el mundo y a los 20 ya era el referente mundial de la nueva cultura. Fue un gran artista de nuestra época. Su vida fue un anuncio del mundo abierto, libre y colaborativo en el que crecerán nuestros hijos. Murió en 2013, pero vivió en el futuro.
El autor es crítico cultural. @rayovirtual
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