El Greco dialoga con Picasso: reabrieron las galerías de pintura europea del Museo Metropolitano de Nueva York
La reforma de las 45 salas, que albergan casi 700 pinturas creadas entre 1300 a 1800, duró cinco años y costó 150 millones de dólares; es la mayor reforma realizada en la centenaria historia del MET
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NUEVA YORK.- El Museo Metropolitano de Arte de Nueva York reinauguró ayer las 45 salas de pintura europea, con obras comprendidas entre 1300 y 1800, tras un proyecto de renovación que comenzó en 2018 y que ha dotado a las galerías de luz natural gracias a amplios lucernarios. La reforma, el mayor proyecto de infraestructura acometido en la centenaria historia del museo, permitirá apreciar hasta el último detalle los trazos y colores de los 679 cuadros expuestos, muchos restaurados para la ocasión, gracias a la renovación integral de las instalaciones y a una reordenación cronológica de sus fondos (antes los cuadros se agrupaban por nacionalidades). Los colores elegidos para las paredes, del borgoña a un tono cercano al nazareno (Galaxy, en denominación técnica) o distintos azules, confieren al espacio una atmósfera íntima, como de gabinete de lectura o salón de música.
Las 45 salas de pintura europea son el sancta sanctorum del museo, sin que su importancia desmerezca la del resto de galerías. “Creo que es la parte central del museo, sí. Probablemente también un área de la que la gente piensa que ya lo ha visto todo, por eso lo importante de esta reapertura, con más luz natural y una instalación magnífica, es que ofrece nuevas historias, nuevos temas, nuevos enfoques que, básicamente, rejuvenecen nuestra idea de lo que significa Europa en el ámbito de la pintura”, explica Max Hollein, director del museo.
La reforma, que también apuesta por la sostenibilidad gracias a una serie de mejoras técnicas, conlleva un nuevo relato expositivo, con mayor presencia de obras de mujeres, como una naturaleza muerta recientemente adquirida de la flamenca Clara Peeters, o sendos préstamos de Sofonisba Anguissola y Judith Leyster; un diálogo entre lo antiguo y lo moderno y una interacción geográfica más amplia, como las complejas relaciones de Europa con Nueva España y el virreinato del Perú. El mejor ejemplo de esta relectura conceptual es la sala dedicada a El Greco, con varios Picasso yuxtapuestos que muestran la influencia del cretense sobre el artista malagueño. También la incorporación de la sala dedicada al arte virreinal (hasta ahora en el ala americana del edificio), como proyección natural de la creación en España: en salas contiguas, vírgenes de Zurbarán y Murillo, o el retrato pintado por Velázquez de su esclavo y discípulo Juan de Pareja ―protagonista de una exposición monográfica el pasado abril―, se codean con coloristas imágenes de monjas coronadas como el Retrato de Sor Juana de Nuestra Señora de Guadalupe, adquisición de 2021, y adoraciones de Reyes Magos procedentes de México y Perú. Algunos cuadros parecen a medio camino entre Sevilla y América, según el conservador José Luis Lazarte, como el precioso San Miguel Arcángel de Ignacio de Ries, discípulo de Zurbarán. “Es un nexo con la galería americana, por sus colores muy americanos, o tal vez muy sevillanos”, explica el restaurador del lienzo.
La interconexión de culturas, materiales y colores en una puesta en escena a la vez solemne y moderna insufla nueva vida a una colección que incluye otras 112 obras, entre esculturas, arte decorativo, mobiliario e incluso una selección de instrumentos musicales antiguos. En esa apuesta por dinamizar la colección, por renovarla, un tríptico de Bacon llama la atención cerca de varias madonnas renacentistas. O una crucifixión de Dalí en la sala dedicada al arte religioso español. Son los “guiños Met”, subraya Stephan Wolohojian, conservador principal de pintura europea de la institución.
“El Met tiene una representación muy importante de pintura española, especialmente, por supuesto, de El Greco. Es la colección más importante de obras de El Greco fuera de España. Y por eso es casi la pieza central de la nueva presentación, mediante su diálogo con otro español, Picasso”, explica Hollein. “Te ofrece la posibilidad de, por un lado, apreciar el desarrollo artístico a través del tiempo, y también, por supuesto, de ver la creación de los artistas en su totalidad. Puede comprobarse cómo Picasso, especialmente en su periodo azul, miraba claramente a El Greco. Creo que es una forma apasionante de activar la colección, de mostrar el desarrollo de la pintura”, añade Hollein.
Cinco años de cuidadoso trabajo permiten ahora recorrer Europa ―el continente como concepto cultural, mucho antes de su idea política― gracias a una colección orgánica: que se adapta, se transforma y, sobre todo, crece. “Hemos hecho varias adquisiciones importantes, y eso también es una señal de que es una colección viva. Recibimos donaciones y una importante pintura de [el pintor renacentista italiano Francesco] Salviati. Hemos podido adquirir obras muy importantes también de mujeres artistas del Siglo de Oro holandés [como el cuadro de Peeters]. Esto demuestra que la colección Met no está cerrada, especialmente en el área de pintura europea; aunque su nivel sea tan alto, aún tenemos oportunidades de enriquecer la colección”.
De hecho nunca ha dejado de crecer, desde que se creó en 1871, cuando la institución adquirió 174 cuadros a tres fuentes privadas de Europa. Desde entonces se ha enriquecido con numerosas donaciones, legados y compras, de modo que hoy es una de las colecciones de pintura europea más completas del mundo. A partir del emplazamiento original de 1880, las galerías se modernizaron y acondicionaron entre 1951 y 1954 para dar cabida a nuevos fondos. En los años setenta se acometió otro ajuste, con reformas parciales en 1987 y 2013, de cuando datan las actuales 45 salas. La que hoy abre sus puertas se debe a las contribuciones de numerosos filántropos, pero también al sostén económico de la ciudad y el Estado de Nueva York.
Como todo en el Met, la calidad implica cantidad. Para renovar las 45 salas, el museo tuvo que despejar más de 12.000 metros cuadrados (casi dos veces la extensión de la Casa Blanca) para sustituir 1.400 claraboyas, algunas originales de los años treinta del siglo pasado; pintar paredes y molduras, desplazar incluso algunos marcos de puertas para mejorar la visibilidad de las salas con novedosos puntos de fuga que aportan profundidad o, finalmente, instalar un nuevo sistema de calefacción y aire acondicionado. Cinco años, y 150 millones de dólares de presupuesto, para “una espera que ha merecido la pena”, según Wolohojian. Durante la reforma, y hasta finales del pasado mes de marzo cuando se acometieron los retoques finales, nunca se cerraron las 45 salas al tiempo: siempre hubo alguna abierta al público porque el trabajo se realizó por fases.
El Met ha dado mucha importancia a la eficiencia y la sostenibilidad del proyecto. Las tres alas del edificio que albergan las 45 salas (el equivalente a una manzana entera, que en Nueva York no son precisamente pequeñas) eran las que más energía consumían en el museo. Con el nuevo sistema de iluminación, calefacción y refrigeración, se espera un ahorro de millones de dólares para la ciudad, que paga las facturas de los servicios públicos. Sólo los lucernarios reducirán por sí solos la huella de carbono global del Met en un 7%, además de minimizar los riesgos de condensación que presentaban las antiguas claraboyas.
Por fases, el equipo encargado de la reforma trasladó los cuadros a ubicaciones temporales en otras partes del museo, o bien se cedió alguno para exposiciones, mientras se acometían los trabajos de albañilería y pintura. Con una excepción: tres gigantescos lienzos del veneciano Tiepolo, que no se movieron de su sitio por su tamaño (uno de ellos mide tres metros por tres). Los pintores (de brocha gorda) realizaron su trabajo con un celo reverencial, pintando alrededor de los marcos. Los tres ocupan la majestuosa galería de entrada, al término de la escalinata del vestíbulo central del museo. La puerta grande que lleva de Nueva York a Europa.
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