El gran Gatsby
Por Carlos Fuentes
EL gran Gatsby es generalmente considerada la mejor novela norteamericana del siglo XX. Algunos como yo, faulknerianos irredentos, votaríamos por Absalón Absalón, Luz de agosto o El ruido y la furia . Y Hemingway tiene, también, sus adalides. Pero en una votación general, Gatsby ganaría el Oscar literario.
Las razones de este prestigio son muchas y son buenas. Se deben a una tradición y se deben a la ruptura de esa tradición. La tradición es la del ascenso social del héroe. Al contrario del héroe de la antigüedad, épico o trágico, el héroe moderno se distingue porque es un producto de movilidad social. Ulises, Aquiles, Héctor, están fijados para siempre y desde siempre en su situación social. Pero el héroe de la picaresca moderna es, casi por definición, un arribista. Julien Sorel en Stendhal, Becky Sharp en Thackeray, Pip en Dickens, y, superiormente, Rastignac y Rubempré en Balzac, toman el terreno de la novela como escenario de su escalada social. La novela norteamericana no carece de sus héroes en ascenso. Mal podría privarse de ellos, precisamente, una sociedad sin pasado, sin aristocracia, una sociedad de colonizadores, pioneros e inmigrantes. De los exploradores de Fenimore Cooper a los plutócratas de Dreiser, Norris y Howells, el hombre de ambición, el self-made man , es un prototipo de la cultura norteamericana.
Las excepciones son llamativas y magníficas. El capitán Ajab y el marino Ismael en Moby Dick , Huck Finn de Mark Twain, y las grandes dinastías trágicas de William Faulkner -los Sartoris, los Compson, los Sutpen- escapan radicalmente al costumbrismo social y se atreven a presentarse como personalidades libérrimas, obsesionadas, tiernas y fatales.
El genio de Fitzgerald es que concibió a un héroe único, situado entre las dos categorías, la social y la trágica. Y el genio de su genio es que encomendó la narración a un observador objetivo y distante.
El observador es Nick Carraway, vecino modesto de Jay Gatsby, que puede observar con distancia a la vez cariñosa e irónica la opulencia del misterioso millonario. Sin embargo, ambos poseen el mismo background . Ambos llegan de las llanuras del Medio Oeste, sitios tan planos y mediocres, intelectual y socialmente, como su geografía. «Tierra tediosa, desparramada, hinchada». De ella proviene Carraway, el narrador objetivo de quien todo se sabe pero que no puede saberlo todo, porque Jay Gatsby, en realidad James Gatz, se ha encargado de hacer invisible su origen.
Esta falta de «biografía» de Gatsby, que Edmund Wilson le reprochó a Scott Fitzgerald, es precisamente lo que le da a Gatsby, simultáneamente, su raíz, su misterio y su nivel literario único. Como Sorel o Rastignac, Gatsby es un arribista. Pero como Hamlet, Quijote o Ajab, es un hombre movido por «una concepción platónica de sí mismo». Es un Quijote maldito, movido por la loca impulsión de su destino y por el espejismo de un amor imposible y engañoso.
La Dulcinea de Gatsby es Daisy Buchanan, y la imagen luminosa de Mia Farrow en la película de la novela no debe oscurecer la imagen verdadera que Carraway nos da del personaje. La Daisy ideal del Quijote Gatsby es en realidad parte de un mundo negligente y confuso, el mundo de los ricos que «arruinan a las cosas y a las personas» antes de retirarse a las cavernas de «su dinero, de su enorme descuido, lo que los mantiene unidos». Daisy pertenece a un mundo de drifters , de ricos a la deriva. Si Gatsby tiene «una concepción platónica de sí mismo», tiene también una concepción romántica de Daisy que no corresponde a la realidad.
La ilusión romántica de Gatsby es que Daisy abandone su matrimonio a cambio del amor. No alcanza a ver que Daisy es una fabricación del engaño, una pose, una imitación, tanto en el espejo del matrimonio como en el del amor. Ella no sabe lo que el novelista, desde su segunda novela, Bellos y condenados , sabía: «La juventud entra a una habitación vestida del azul más pálido y sale con las grises vestimentas de la desesperación». Pero para Gatsby, Daisy será «el sueño incorruptible». Lo único incorruptible en la vida de Gatsby, Daisy, no merece la pasión romántica de Gatsby.
El mundo de F. Scott Fitzgerald sucede en medio de una gran fiesta. Si Gatsby es uno más de los personajes en ascenso social de la novela decimonónica, su modernidad es inseparable de la era del jazz, las flappers , la liberación sexual y la prohibición del alcohol. Fitzgerald en este sentido, y a lo largo de sus primeros libros ( A este lado del paraíso , 1920; Bellos y condenados , 1922, Cuentos de la era del jazz , 1922) inaugura el tema carnavalesco de la literatura norteamericana. Totalmente alejado de la propiedad burguesa y hasta aristocrática (en las incursiones británicas de Henry James y de Edith Wharton), el festejo de Fitzgerald es opulento, loco, sexual, liberador, vulgar y eterno. Quiero decir: Fitzgerald es el primero en decir que América es una fiesta y que la fiesta nunca acabará. Desde las compuertas de la «era del jazz», Fitzgerald inaugura una bacanal que se extiende hasta el Studio 54 de los sesenta neoyorquinos y las autocelebraciones festivas de Hollywood en nuestro propio tiempo.
Nada importa que, una y otra vez, la fiesta americana termine en la debacle (el crack financiero de 1929, Vietnam, Watergate y el SIDA en el último cuarto del siglo XX). Una y otra vez, el carnaval volverá a iniciarse porque los Estados Unidos necesitan el espectáculo como recompensa de su arduo pasado puritano y de su largo esfuerzo por cumplir con la ética del trabajo protestante y demostrar que al cielo se entra por la puerta de la riqueza pero en el mundo se goza en el escenario del espectáculo. «Divertirse hasta la muerte» es la consigna de este hedonismo que le es sustancial al sueño americano.
Francis Scott Fitzgerald, con trágica puntualidad, vivió este sueño, lo plasmó y dejó que lo destruyera. En su más alto punto, le dio una permanente imagen literaria, la de El gran Gatsby . «Nunca», dijo al terminar de escribirlo, «nunca ha habido una mayor pureza de la conciencia artística que durante los diez meses» de la redacción de El gran Gatsby . Pero su Gatsby fue el cenit de su trágica vida, el periplo de la misma es la conjunción perfecta del sueño y de la pesadilla norteamericanos. Del Medio Oeste a Chicago, a Manhattan y su feria de placeres, a Long Island, a París y la Riviera, a Hollywood y la Muerte.
«¡Dios mío!» le contestó Fitzgerald a sus críticos. «Esta es mi materia y no tengo otra en la que basarme». Después de Gatsby , se inicia el declive físico e intelectual de Fitzgerald. Vive, como su personaje Dick Diver en Suave es la noche , en «un mundo divertido» donde puede provocarse -es la ilusión- «un amor fascinado y sin reservas». El precio de la falsa ilusión es la desilusión cierta de Hollywood, donde el gran talento de Fitzgerald es explotado y humillado por los estudios de cine. La grandeza final del autor es que es capaz, no sólo de ver la entraña amarga y la simulación del mundo del entertainment en El último magnate , sino de verse a sí mismo, náufrago de su propio talento, en The Crack-Up .
Muerto de autodestrucción a los cuarenta y cuatro años, Fitzgerald dejó sin embargo, en El gran Gatsby , una visión prístina de la belleza y la inocencia perdidas del Nuevo Mundo americano. El narrador Nick Carraway observa con distancia irónica al protagonista Jay Gatsby, pero ambos, desde el «seno fresco y verdeante del Nuevo Mundo», recrean «el momento encantado y transitorio cuando el hombre por primera vez quedó sin aliento en presencia de este continente... enfrentado por última vez en la historia con algo a la medida de su capacidad de asombro». Francis Scott Fitzgerald: el sueño ha muerto. Viva el sueño.
Claves de una pareja
- Formación: Francis Scott Fitzgerald nació el 24 de septiembre de 1896 en Minnesota. Estudió en la Universidad de Princetown.
- El éxito y el amor: en Alabama, durante la guerra, Fitzgerald conoció a Zelda Sayre, de la que se enamoró perdidamente. La publicación de A este lado del paraíso , convirtió a Francis en un hombre rico y famoso. Zelda y Francis se casaron. Los hermosos y los condenados y de Tales of the Jazz Age (Cuentos de la era del jazz) confirmaron el prestigio del autor. Los Fitzgerald se convirtieron en un matrimonio de moda. En 1925, El gran Gatsby cimentó la fama de gran escritor de Fitzgerald.
- La decadencia: la talentosa Zelda, que pintaba y también escribía, enloqueció. Murió en un incendio de la clínica donde estaba internada, en 1948. Fitzgerald contó parte de sus problemas matrimoniales en Tierna es la noche. Arruinado por el alcoholismo, debió trabajar como guionista en Hollywood. Murió en 1940.