El Golfo compra museos
Qatar y los Emiratos, con más petróleo que historia y con más dinero que habitantes, se disponen a fortalecer su identidad a partir del arte; para eso, cuentan con los mejores arquitectos del planeta
Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos.- Es un experimento audaz: dos pequeños países ricos en petróleo, en Medio Oriente, están usando la arquitectura y el arte para dar nueva forma a su identidad nacional prácticamente de la noche a la mañana, y mientras tanto redimir la mala imagen de los árabes en el exterior, mostrando el camino hacia una sociedad moderna dentro de los límites del islam.
Aquí, en una yerma isla de las afueras de Abu Dabi, los obreros han excavado los cimientos de tres museos colosales: una filial del Guggenheim diseñada por Frank Gehry que costará 800 millones de dólares y tendrá 12 veces el tamaño de su institución madre de Nueva York; un puesto de avanzada del Louvre de Jean Nouvel, con un costo de mil milones de dólares; y un edifico destinado a exhibir la historia nacional, obra de Foster & Partners, cuyo diseño fue revelado hace pocas semanas. Y avanza el plan para la construcción de otro museo, sobre historia marítima, que será diseñado por Tadao Ando.
A 320 kilómetros, del otro lado del Golfo Pérsico, Doha, la capital de Qatar, ha estado planeando su propia y extravagante visión cultural. El Museo de Arte Islámico, un templo de color blanco hueso diseñado por I. M. Pei, se inauguró en 2008 y deslumbró a todo el establishment de los museos del mundo. Está listo para ser inaugurado un museo de arte moderno árabe, con una colección que abarca desde mediados del siglo XIX hasta el presente. Acaba de iniciarse la construcción de un museo de la historia de Qatar, también obra de Nouvel, y el diseño de un museo de arte oriental del estudio suizo Herzog & de Meuron se hará público este año.
Para un crítico que viaje por la región, la rapidez con la que se construyen museos en Abu Dabi -y los grandes nombres internacionales unidos a ellos- evoca en versión cultural los abrumadores espectáculos edilicios que caracterizaron al vecino emirato de Dubai. Como contraste, la visión de Doha parece un intento más calculado de encontrar un equilibrio entre la modernización y el islam.
Pero en ambos casos los líderes políticos consideran estas construcciones como parte de un enorme esfuerzo destinado a reequipar sus sociedades para un mundo posterior al 11 de septiembre y al boom del petróleo. Su propósito no es solamente construir una imagen más positiva de Medio Oriente en un momento en el que el sentimiento antiislámico sigue creciendo en Europa y los Estados Unidos, sino también crear una suerte de Ruta de la Seda contemporánea, en la que sus países sean poderosas bisagras culturales y económicas entre Occidente y potencias emergentes de Oriente, como India y China.
Y la apuesta es que podrán hacerlo sin alienar partes significativas del mundo árabe. Podrían asociarse estos emprendimientos a la misma clase de cosmopolitismo occidentalizante que floreció no hace mucho tiempo en lugares como Teherán y El Cairo y que contribuyó a promover el surgimiento del fundamentalismo militante.
De todos los proyectos, el puesto de avanzada del Louvre parece el que encaja más naturalmente con las aspiraciones globalistas de Abu Dabi. Además de un generoso presupuesto de construcción, el gobierno le paga a Francia 1300 millones de dólares, primordialmente para respaldar un acuerdo de préstamos de obras de arte que garantizará que el nuevo museo tenga una parte de las colecciones enciclopédicas del Louvre, así como obras de arte de otras instituciones. El alcance y la profundidad de esas colecciones le permitirán al Louvre Abu Dabi -que se promociona como "museo universal"- exhibir los logros culturales de civilizaciones de todos los rincones del mundo.
Y el diseño de Jean Nouvel, un laberinto de edificios y canales cubiertos por una gigantesca cúpula de acero inoxidable, es una evocación maravillosamente romántica de un Medio Oriente a sus anchas con la tecnología. La luz del sol penetrará su piel perforada, creando cientos de rayos que recuerdan los interiores de las grandes mezquitas, o incluso la luz filtrada a través del follaje de los árboles de un oasis. Bajo la cúpula, los edificios de las galerías y su entorno acuático aluden a Venecia... un emblema, ha dicho Nouvel, de los fértiles intercambios culturales que existieron alguna vez entre Oriente y Occidente.
Pero mientras que el Louvre podrá basarse en miles de años de cambiantes influencias culturales, el Guggenheim Abu Dabi, que se centra en el período que va de 1965 hasta el presente, una época dominada culturalmente por Occidente, revela los problemas que se plantean cuando el mensaje político que se procura transmitir choca con la realidad histórica.
Thomas Krens, que fue director de la Solomon R. Guggenheim Foundation de Nueva York, imaginó un "museo global" que reconociera la primacía del arte occidental contemporáneo. El museo -desde afuera, una caótica pila de conos translúcidos y gigantescos bloques de construcción infantiles- se organizó alrededor de un racimo de galerías que representan los movimientos fundamentales de Europa y Estados Unidos. Las colecciones islámicas estarán alojadas dos pisos más arriba. Galerías semejantes a depósitos estarán dedicadas cada una a una región diferente: Lejano Oriente, India, África. El Guggenheim de Abu Dabi tiene un presupuesto de 600 millones de dólares, 200 veces más que el presupuesto anual de adquisiciones del Guggenheim de Manhattan. Pero deben terminar a tiempo para la inauguración del museo, apenas dentro de tres años… un marco temporal que muchas personas del ámbito artístico consideran absurdamente escaso.
Problemas similares se plantearon en el caso del Museo Nacional Zayed, la institución que se vincula más directamente con la identidad nacional. El museo pretendía explorar los registros históricos relativamente escasos de los Emiratos Árabes Unidos a través de la vida del jeque Zayed, un hombre famoso por su humildad, que murió en 2004. Pero cuando Norman Foster presentó su primer proyecto, en 2007, le dijeron que el liderazgo del país quería algo más grandioso, aunque todavía no existiera una idea clara sobre qué habría en el interior.
Foster fue enviado de regreso a su tablero y un equipo de curadores del British Museum elaboró un programa de exhibición. El nuevo diseño ostenta un enorme montículo paisajístico coronado por cinco torres que parecen hechas de plumas -la más alta, de 90 metros de altura-, un intento de evocar la caza con halcón, pasatiempo favorito de la nobleza árabe.
El hecho de que las colecciones del Guggenheim y del Museo Nacional estén planificadas en Occidente plantea otro problema más: mientras que el dinero para todas estas obras proviene del petróleo de los Emiratos, los proyectos están concebidos exclusivamente por extranjeros. Abu Dabi se ha convertido en una puerta giratoria, a través de la cual se suceden directores de muesos, arquitectos, curadores y otros consultores de alto nivel. El frenético ritmo de concreción de los planes ha contribuido a la sensación general de que lo que empezó como una adopción de la cultura global podría terminar como otro ejemplo de colonialismo cultural.
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Doha, al igual que Abu Dabi, era una pequeña aldea en el desierto. Fue convertida en una ciudad de alrededor de un millón de habitantes en el curso de los últimos cincuenta años. Pero los dos museos que se están construyendo en los alrededores de Doha y las obras y el arte a los que están dedicados -colecciones privadas acumuladas durante décadas por miembros de la familia gobernante- reflejan un enfoque más paciente y gradual de construcción cultural que el que prevalece en Abu Dabi, y un enfoque que mira menos hacia Occidente.
Si las identidades culturales que ambas ciudades están tratando de crear son, en cierta medida, ficciones, la de Doha se basa más en las tradiciones cosmopolitas de la región... es decir, las de lugares como Damasco, Estambul y El Cairo.
Las tres colecciones principales de Qatar fueron reunidas por los primos del emir, el jeque Hassan al-Thani y el jeque Saud al-Thani. Ellos las iniciaron en la década de 1980, cuando el arte todavía era considerado una actividad dudosa, e incluso poco viril, por las elites del país.
En la década de 1990, un nuevo emir, el jeque Hamad bin Kalifa al-Thani, empezó a liberalizar muchas instituciones y a abrirle cautelosamente la puerta al mundo exterior. En 1995 anunció los planes de la Ciudad de la Educación, un extenso campus cuyos programas están ahora a cargo de universidades estadounidenses, entre ellas las de Texas y Georgetown, pero con acuerdos que garantizan que una gran proporción de los estudiantes sean nacidos en Qatar. Un año más tarde, el nuevo emir estableció la cadena de noticias Al Jazeera.
Los proyectos de los museos también forman parte de esa tendencia a la liberalización. Después de que el jeque Saud accedió a donarle al Estado su colección de arte islámico, el jeque Hamad contrató a Pei para que diseñara un edificio para alojarla. Cuando se inauguró el Museo de Arte Islámico que resultó del proyecto, el edificio fue celebrado como una exitosa interpretación modernista de los precedentes islámicos, desde la fuente de abluciones de la mezquita Ibn Tulun del Cairo hasta las antiguas fortalezas islámicas del norte de África. Sus formas monumentales expresan el ideal de Pei de un mundo en el que modernidad y tradición coexisten en perfecto equilibrio.
Sin embargo, tan impresionante como la arquitectura de Pei resultaba el evidente subtexto de la colección, cuyos tesoros van desde cerámicas iraquíes hasta cortinas españolas de seda y joyas de la India. Si bien estas piezas fueron reunidas para subrayar la riqueza del arte islámico, su presentación también fue una manera de subrayar las cruzadas corrientes culturales que las originaron. El mensaje, dirigido tanto al público local como al extranjero, es que mucho de lo que es grande en las tradiciones occidental, oriental y de Medio Oriente se basa en las relaciones que esas mismas tradiciones establecieron entre sí.
Las más nuevas colecciones nacionales, partes de las cuales serán reveladas al público en el curso de los próximos meses, llevarán la idea de las interrelaciones culturales a territorios más provocativos. La colección de orientalismo, en particular, parece poco probable para un museo del mundo árabe. Esa colección, exhibida en una casa de la ciudad hasta que se termine de construir su nuevo hogar, se centra en pinturas de la vida árabe realizadas por artistas ingleses y franceses del siglo XIX. En una sala, la caricatura de un guerrero del norte de África, en cuclillas, cuelga junto a una pintura de mujeres argelinas que interpretan una seductora danza. También hay retratos de sultanes y pachás realizados por artistas italianos. Se remontan incluso hasta el siglo XVI, cuando la balanza cultural abandonaba el imperio otomano y se inclinaba hacia la Europa renacentista.
Para un occidental, las pinturas del siglo XIX ahora parecen clichés de la vida árabe que reflejan nuestros propios prejuicios, pero para muchos árabes también son vívidos registros históricos de un período que carece de otra documentación. La pintura realista no existía en el mundo árabe, y la fotografía no fue común hasta fines del siglo XIX. Así, al iluminar los rincones más oscuros de la historia árabe, al igual que sus antiguas glorias, el museo de orientalismo insinúa la comprensión de que los cimientos de cualquier cultura saludable deben construirse sobre una objetiva apreciación del pasado.
Un impulso similar da origen al Museo Árabe de Arte Moderno, que se inaugurará en un edificio temporario a fines de diciembre. La primera vez que visité la colección, que aún estaba en depósito, advertí el peso de la influencia cultural de Occidente en referencias frecuentes a artistas como Picasso. También noté que muchas obras eran expresiones inspiradas de la lucha del artista por llegar a un acuerdo con esa influencia sin perder contacto con su propia identidad.
Reunir los fragmentos de la historia del siglo XX y relacionarlos con el Qatar de hoy será una de las principales misiones del museo. Pero eso no implica que Doha esté pasando por alto su propio pasado, menos glamoroso. A diferencia de la evocación del deporte de los reyes árabes que Foster plasmó en el Museo Nacional de Abu Dabi, el diseño de Nouvel para el Museo Nacional de Qatar se basa en las formas de las rosas de arena locales: diminutas incrustaciones rosadas enterradas justo bajo la superficie del desierto. El edificio estará constituido por racimos de discos de cemento que parecen haber caído al azar, rodeando un patio sombreado por palmeras. Adentro se exhiben tiendas, telas, monturas y otros objetos, así como enormes pantallas de video que zambullirán al espectador en la experiencia del desierto, con la intención de expresar tanto el humilde origen de la familia real de Qatar como la nobleza de la vida beduina.