"El futuro sigue abierto"
Frederic Jameson. A propósito de la edición en castellano de su monumental Valencias de la dialéctica (Eterna Cadencia), el filósofo y crítico cultural estadounidense reflexiona en esta entrevista sobre la tradición del pensamiento dialéctico y la situación del arte en el mundo globalizado
La tentativa de pensar la dialéctica choca con un obstáculo: el espíritu de contradicción que habita en ella misma resiste cualquier definición. Con ese difícil horizonte trabaja Fredric Jameson en Valencias de la dialéctica (Eterna Cadencia), el monumental estudio que presenta e historiza dialécticamente la dialéctica.
De Hegel a Marx, la dialéctica se tensó en el mundo moderno entre el sistema y el método, y esa oposición no se resuelve, como señala el teórico estadounidense en el primer capítulo, porque es en sí misma dialéctica. En un sentido, la dialéctica es un método, pero un método que trata en todo caso de superar su propia arbitrariedad.
Lejos de cualquier parálisis intelectual y casi a los ochenta años, Jameson, si bien sigue usando la máquina de escribir como en los buenos viejos tiempos, interpela aquí sin rodeos a la contemporaneidad, incorpora posiciones aparentemente lejanas de la suya, como la de Paul Ricoeur, dialoga consigo mismo y con sus libros anteriores -desde el influyente estudio El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado , cuyas preocupaciones se actualizan con otra perspectiva- y prefigura ensayos posteriores como The Hegel Variations , todavía inédito en castellano. Ciertas páginas, las que dedica por ejemplo a una lectura microscópica de Mallarmé, muestran trazas de la formación de Jameson, que empezó como crítico con la figura tutelar de Erich Auerbach y derivó luego hacia la filosofía. "Mi formación fue, en efecto, literaria. Me dediqué especialmente a la literatura francesa, así que muchas de las alusiones de mis libros tienen su origen allí -cuenta Jameson-. Por supuesto, el francés fue después no sólo la lengua de Proust sino también la de la teoría contemporánea, y a decir verdad mi acercamiento a la filosofía se produjo con Sartre."
Es posible que para hablar de Valencias de la dialéctica , publicado originalmente en inglés en 2009, haya que remontarse a Marxismo tardío , de 1990. El término "marxismo tardío" refiere de manera general a la idea de "lo tardío", tal como Theodor W. Adorno la desarrolló en un famoso artículo de los años treinta para explicar el último estilo de Beethoven. Hay allí una conexión con ese pensamiento que se vuelve contra sí. Un poco como el propio Adorno -objeto de ese libro de Jameson- lo había propuesto en Dialéctica negativa : "El pensamiento no necesita atenerse exclusivamente a su propia legalidad, sino que puede pensar contra sí mismo sin renunciar a la propia identidad". También hay algo tardío en la dialéctica, inclinada a la posibilidad de ser concebida por fuera del marxismo. "Es claro que mi trabajo se ubica dentro del marxismo -observa Jameson-. Pero uno puede encontrar también pensamiento dialéctico en muchas otras partes, incluso, como yo mismo sostengo, en pensadores pretendidamente antidialécticos como Gilles Deleuze. El caso más obvio de un escritor dialéctico ajeno al marxismo es el propio Hegel. En cuanto a Adorno, yo lo considero un marxista y creo que él mismo se definía así."
-¿No podría proponerse también que, inmediatamente antes de Hegel, la dialéctica aparece anticipada ya en las antinomias kantianas?
-Sin duda, las antinomias de Kant convocan la dialéctica, aun cuando no la practiquen. Pero el antecedente fundamental está entre los antiguos y es, como lo demostró Michael Forster, la práctica estoica de la equipolencia. Es una idea interesante.
-En un pasaje de Valencias de la dialéctica , usted hace notar que la dialéctica es un "proyecto incompleto", lo que parece evocar el eco del "proyecto incompleto" de la modernidad del que habló Jürgen Habermas. ¿Cómo se relaciona esa dimensión inconclusa con el horizonte de la Utopía en cuanto lugar del "sentido del futuro" y, por tanto, de lo irrealizado?
-La "conclusión" implica para Habermas desplegar todas las antiguas categorías modernistas. Si recurro a esa expresión es para explorar nuevas formas y usos de la dialéctica en una época posmoderna, que es una era espacial más que temporal; una era en la que no se practica la autoconciencia del modo en que lo hacían los modernos y que está marcada por la fragmentación. No sorprende que en un período de globalización y comunicaciones casi instantáneas el espacio desplazara al tiempo como categoría dominante de nuestra experiencia. Esto no está exento de toda clase de consecuencias existenciales, sobre todo respecto de la manera en la cual este "presentismo" nos encarcela en el instante y borra el pasado y el futuro, es decir, la Historia misma. Hace mucho, Henri Lefebvre reclamó una dialéctica espacial que enriqueciera la vieja dialéctica temporal, y me parece que eso es lo que está ahora en juego. Como sea, pienso que lo que Habermas quería decir era que la "modernidad" había quedado interrumpida durante veinte años en Alemania, mientras que de hecho yo creo que muchos historiadores le dieron a Hitler crédito por haber modernizado el país (la electrificación, las autopistas, el Volkswagen, la televisión) y haber destruido los últimos vestigios de feudalismo. En cuanto a la Utopía, su relación con la política práctica es muy complicada, tan complicada, podría decirse, como la del fin con los medios.
-¿Aceptaría la presunción de que lo propio de la dialéctica consistiría en que ésta se ponga a prueba con un pensamiento no dialéctico?
-Primero tendríamos que estar de acuerdo en qué significa aquí "poner a prueba". Una posibilidad sería entender eso en términos de "verificación", de "falsabilidad" en el sentido de Karl Popper. Cualquier dialéctico rechazaría semejante idea. Resulta preferible ver la dialéctica como una trascendencia de lo empírico y del empirismo más que como su "verificación". Pero si se considera la cuestión desde la dialéctica histórica, hay que recordar el adagio de Hegel sobre el búho de Minerva: es sólo en el pasado cuando la contingencia se revela como necesidad. El futuro sigue abierto, a pesar del actual pesimismo antipolítico, de ese "presentismo" del que hablaba antes y de las posiciones antiutópicas.
-Mencionó antes a Deleuze. Me gustaría que explicara qué lo atrae tanto de su pensamiento.
-Deleuze era un gran escritor que tenía también una gran inteligencia filosófica. Siempre resulta un placer leerlo, y personalmente no me resulta difícil poner entre paréntesis su antihegelianismo y su antifreudismo. Su programa filosófico y su ataque al idealismo me parecen menos importantes que los detalles de su pensamiento y de su escritura: finalmente, combate la dialéctica y después escribe páginas magníficas sobre Eisenstein como cineasta dialéctico. Creo además que su concepto de "esquizofrénico ideal" constituye una crítica muy pertinente del capitalismo tardío. Hacia el fin de su vida tenía planes de escribir un libro sobre " La gloire de Marx ".
-Algo más que usted parece compartir con Deleuze es la recurrencia de las alusiones al arte. ¿Encuentra allí una especie de cifra?
-Desde Kant, la estética ha ocupado una evidente centralidad filosófica, y estoy de acuerdo con Georg Lukács en que los trabajos sobre estética de Schiller allanaron el camino de Marx y del marxismo. En todo caso, yo propondría pensar la cultura y las obras de arte como síntomas de la evolución social y económica. Ambas son autónomas, pero nos ofrecen a la vez modos de diagnóstico acerca del capitalismo que no encontramos en los análisis económicos oficiales. En sus formas hay claves de la naturaleza fenomenológica y existencial del capitalismo globalizado.