El feminismo de María Elena Walsh, según la autora de la biografía “Nací para ser breve”
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No tengo miedo a exagerar si digo que María Elena Walsh fue la mujer más feminista que conocí en persona. Era un feminismo visceral, elaborado desde la intrínseca percepción cuasi carnal de la prepotencia masculina que parecía percibir en gestos, textos, políticas. Toda su obra está transida por un feminismo percibido desde una piel llena de heridas. Decía que El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, era el libro que más le había cambiado la vida. De allí extrajo bagaje teórico, pero María Elena jamás hablaba desde la teoría. Su feminismo recorre de manera incontestable toda su obra. Alguna vez habría que volver sobre ella, desmenuzarla, para entender la dimensión entrañable que la recorre.
Si no se embarcó en ninguna lucha colectiva fue porque en su época, sobre todo en la Argentina, la liberación pasaba por la izquierda política, no por el feminismo. Eso vino después. Si hoy en día no es un estandarte del feminismo activo es porque este feminismo está embarcado en luchas precisas, puntuales, desde el Ni una menos hasta la revisión del mandato de masculinidad de Rita Segato; desde la lucha por el aborto seguro hasta las múltiples reivindicaciones de género. Esta es una maravillosa época de acción y es lógico que no haga de María Elena un estandarte porque nunca lo fue. Ni quiso serlo. Como artista buscaba complicidades, nunca mejor expresadas como la “Canción de caminantes”, donde cita a Rimbaud:
Si por delicadeza perdí mi vida
Quiero ganar la tuya por decidida.
Porque el silencio es cruel peligroso el viaje
Yo te doy mi canción tu me das coraje.
El “tú” de la canción no es alguien concreto, es un vocativo que implica a todas las mujeres. Cuando se recorren sus letras y sus poemas descubrimos ese feminismo implícito a cada paso. Creo que María Elena habría reivindicado cada una de las luchas actuales. Las habría mirado con complicidad, con humor, les habría quitado esa solemnidad un tanto irritante que suelen tener las luchas de puño alzado, les habría señalado el (a veces) demasiado notorio afán de exclusión, pero las habría mirado con solidaridad.