El eterno retorno de Max Gómez Canle
"Como en una película sin escenas de sexo voy a omitir deliberadamente aquí cualquier tipo de descripción. La consumación de la pintura ocurrió a puertas cerradas, y sus pormenores quedarán para vuestra imaginación". Así describe Max Gómez Canle, en la plataforma online Bola de Nieve, parte del largo proceso que lo llevó a "dar vuelta como una media" un cuadro realizado por Kazimir Malevich en 1928.
Con gran sentido del humor detalla los pasos que siguió para desplazar el marco de la pintura hacia el centro de la obra, un agujero al que se descendía por una escalera dorada, donde incorporó incluso un pedazo de pared. "El salto imposible", escribió entonces en su libreta de anotaciones, donde apuntó también la necesidad de "recordar la explicación de Carl Sagan sobre los agujeros negros y la curvatura del espacio".
Ese eclecticismo inspira toda la obra de este pintor porteño, nacido en 1972, que trabajó como carpintero, realizador escenográfico, restaurador, cocinero, artesano, marquero, letrista y videasta. "Copié todas las pinturas de todos los estilos que pude, y todavía lo sigo haciendo", confiesa sin pudor en la página de Ruth Benzacar, galería que exhibe su obra hasta hoy en arteBA.
El eterno retorno hacia la historia de la pintura incluye un paseo reiterado por su propia carrera como artista, tal como demuestra en estos días en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires su primera exposición antológica. Los fantasmas de obras anteriores vuelven cada tanto como si se tratara de un sueño recurrente, en el que conviven paisajes flamencos del siglo XV, figuras geométricas heredadas de la vanguardia argentina de 1940 y alusiones vinculadas con los videojuegos y la cultura digital.
En este "salón de los caprichos" montado por Carla Barbero en el subsuelo del Moderno se multiplican en diversos formatos recreaciones de las "montañas animadas" que le valieron a Gómez Canle una mención especial en el concurso Cultural Chandon, en 2007, dos años después de haber presentado su primera individual en la galería Braga Menéndez. El centro de la sala lo ocupa un paisaje de once metros, casi tan monumental como el que instaló hace una década sobre la avenida 9 de Julio.
Los "caprichos" a los que alude el título son composiciones formadas por elementos reales y fantásticos. Rescatados por este gran apropiador de bibliotecas, ferias, librerías y horas de navegación por el ciberespacio, para crear un mundo propio al que siempre vuelve.