El esteta absoluto
Por Abel Posse Para LA NACION - Madrid, 2002
Broch es todavía un desconocido fuera del ámbito de la literatura germánica. No tiene la fama que merece, pero su prosa se afirma en la lenta progresión de las valoraciones verdaderas y se sitúa como una de las mayores obras del siglo XX, junto con las de Joyce y Proust.
Cuando Thomas Mann leyó La muerte de Virgilio no vaciló en declarar que se trataba "del poema en prosa más importante escrito en lengua alemana". Extraña honestidad de un escritor comprometido con la narrativa tradicional. Para Aldous Huxley, Broch fue la mayor revelación y conmoción. El británico, narrador de costumbres y de su época, quedó maravillado ante la eclosión de este talento capaz de abolir las fronteras tradicionales de la novela y pasar de la prosa al drama y al poema, como momentos necesarios y nunca antagónicos de la realidad de nuestra vida. Para Hannah Arendt, Broch sería el novelista que pudo llegar más lejos en la reflexión acerca de la enfermedad social de su siglo.
Broch se supo tan importante como Joyce y no se asombró cuando el PEN club de Austria lo propuso al final de su vida, ya pasado el torbellino del nazismo, para el premio Nobel. Fue Joyce, que lo admiraba, quien en 1938, cuando la anexión de Austria por los nazis, consiguió el visado salvador que le permitió exiliarse en Escocia y luego en los Estados Unidos.
Hermann Broch había nacido en 1886, en una de las pocas grandes familias judías aceptadas por la aristocracia. Se formó como ingeniero y durante un par de décadas se limitó a dirigir la fábrica textil de la familia. Convertido al catolicismo, se casó con Franziska von Rothermann, casi como un intento de no seguir su vocación, sus pasiones literarias (H. Arendt tituló su ensayo sobre Broch El poeta renuente ).
Su sensibilidad y su talento lo aproximaban a aquella Viena deliciosamente decadente, en aquel Imperio Austro-Húngaro condenado a fenecer entre presiones feroces. La Viena de los grandes músicos, de los palacios adustos construidos como desafío de permanencia, de aquellos cafés donde el joven industrial conoció a Musil, a Kafka, a Rilke. Una Viena infinita, desde el nacimiento del psicoanálisis hasta la noche sin término de sus kabaretten y burdeles sofisticados. La Viena que se despedía del Imperio vencido y donde la cultura era la última llamarada de grandeza. Esa fuerza vital que ya se alejaba del materialismo y buscaba en el desorden y las aventuras estéticas el renacimiento todavía lejano.
La guerra de 1914-1918 significó el punto final, la convulsión decisiva. Broch se divorció y casi a los cuarenta años se dedicó por entero al arte, a sus estudios, al mundo de la noche vienesa. Vivió un romance con Milena Jesenska y conoció a una de las femmes fatales más famosas, la periodista Ea von Allesch, de extraordinaria belleza. Abandonó a Milena que caería en el laberinto sombrío de Franz Kafka, por entonces un desconocido escritor del grupo de Praga. Ea von Allesch era llamada "la reina del Café Central". También amante de Musil, equivalía a una hetaira griega, capaz de la refinada cultura que exigían los salones de esa Viena y capaz de posar desnuda, o más, para pagarse su independencia.
Broch comenzó por impulso de ella su obra más conocida, la que le dio fama europea: Los sonámbulos . Una trilogía excepcional donde, a través de tres personajes paradigmáticos, sintetiza la decadencia de Alemania (y Austria) entre 1880 y 1920. Es un tácito homenaje a Spengler y, a la vez, una inhabitual visión de la crisis política interpretada desde la cultura y la crisis de valores. Los sonámbulos , Los Buddenbrook de Mann y El hombre sin atributos de Musil serán las tres obras en las que la germanidad presintió y descubrió los gérmenes de la decadencia que llevaría a la voluntad de renacimiento salvaje del nazismo y del fascismo, como el último momento catastrófico de un único proceso.
El romance con Ea von Allesch, que le llevaba once años, se disolvió en continuos altercados y se separaron. En 1927 concluyó la trilogía en la que Ea es rescatada en el personaje de Ruzena.
Concluida su obra, Broch comprendió que apenas comenzaba su gran apuesta estética. En esas tres grandes novelas, las suyas y las de Mann y Musil, prevalecen la descripción de la decadencia y el pesado paso de la narrativa. Lo real y lo racional excluyen la vivencia profunda, poética. Broch, cuando ya estaba en los primeros esbozos de su novela mayor, La muerte de Virgilio , estaba seguro de que llegaría mucho más lejos que su admirado Joyce. Así lo escribió en sus cartas. Su Virgilio sería la obra más alta y estéticamente la más compleja del siglo. La grandeza de Joyce es verbal. Los Bloom no valían semejante esfuerzo. El Ulises es un realismo descompuesto cúbicamente, un puzzle magistral. Broch hubiera coincidido con Borges, sin dejar de admirar al poeta indirecto, transversal, que era la fuerza más descuidada y más notable de Joyce como escritor.
Broch se abocó a su esfuerzo supremo, liberado del encantador torbellino erótico de Ea y unido a la señorita Anna Herzog, una excelente secretaria con proyección hacia el tálamo. Todo estaba preparado para el ascenso a la cumbre. Se proponía cumplir con su visión de máxima exigencia: "El arte que no es capaz de reproducir la totalidad del mundo no es arte". Y, más adelante, se refiere al punto central de la reunión de nuevas formas expresivas en necesaria vinculación con el conocimiento de lo nuevo: "Escribir poesía significa adquirir el conocimiento a través de la forma. A todo nuevo conocimiento sólo se puede acceder a través de nuevas formas. Esto significa necesariamente el extrañamiento y alejamiento de público tal como se lo entiende". (Ese alejamiento en el caso de Broch dura ya más de cincuenta años, porque aún no ha sido comprendida toda su grandeza).
Pero ese monstruo que tanto temía, la Historia, destruyó su propósito. Los nazis invadieron su Austria y, el mismo día del Anschluss (la conección de Austria), Broch fue detenido por la Gestapo en la prisión de Alt Aussee.
Nunca quiso Broch detallar aquellos quince días en manos de la Gestapo. Llamó simplemente "el Infierno" a esa experiencia y nunca contó cómo se había salvado. Escribió una serie de elegías que luego integrarían los poemas referentes a la muerte en su Virgilio. Habló de los ahorcados movidos por el viento en la cárcel de Alt Aussee.
Sin duda su alta posición económica y social en la comunidad judía lo ayudó. La intervención de James Joyce y posiblemente la de Einstein lograron que se le diese el visado salvador. Se exilió en Escocia, en la casa de su traductora al inglés, Willa Muir, y luego viajó a Estados Unidos inaugurándose en la experiencia de la pobreza y de la dependencia. Su breve fama literaria europea lo ayudó poco. Estados Unidos le resultó una cultura exótica, salvaje, que ayudaba pero dejaba en soledad.
Sin embargo, en esos años amenazados (él creía que el fascismo se extendería a toda Europa, Gran Bretaña y Estados Unidos), empezó su mayor aventura, el desafío de librar a la literatura de la decadencia espiritual europea (Proust, Joyce, Musil, Mann) y alcanzar un renacimiento y apertura de lenguaje volcado tanto a la existencia como al misterio cósmico. Quería escribir en la grandeza clásica de Hšlderlin, de Dante, de la tradición homérica, de Virgilio. Después del horror de la guerra sentía que el gran arte, "el arte en su destino mayor" (como escribió Hegel) podría sentar las bases para el renacimiento de una civilización occidental corrompida. De alguna manera, participaba de la estética desesperada -necesaria- que había obsesionado a Baudelaire: la suprema revancha del arte ante la extrema bajeza del crimen histórico.
La novela, si esta palabra se puede usar en el caso de La muerte de Virgilio , fue su empeño decisivo entre 1938 y el fin de la guerra, en 1945. Broch ya no tuvo otra actividad. Comenzar un gran proyecto es como ingresar en un claustro de cartujos. Por fin la obra fue concluida y editada en Estados Unidos en 1945, con apoyo de la Fundación Rockefeller, la beca Guggenheim y del PEN club. (Para elogio de aquella increíble cultura perdida en la Argentina, de apasionados editores y creadores, corresponde recordar que Buenos Aires fue la primera ciudad del mundo que publicó a Broch en 1946, tanto el Virgilio como Los sonámbulos , en admirables traducciones de Arístides Gregori.) El protagonista de la novela es el gran poeta romano Virgilio en las últimas dieciocho horas de su vida. Ya ha concluido La Eneida y acompañando a Augusto retorna de Grecia al puerto de Brindisi. Allí, en su agonía, vive la desilusión del arte. Ruega a sus sirvientes y amigos que lo ayuden a quemar esa obra que ya el mismo Augusto considera "poema divino".
Broch, el judío exiliado en la pujante barbarie estadounidense, unía su agonía existencial a la del lejano Virgilio en Brindisi. El, víctima del neopaganismo nazi, buscaba en el paganismo de Virgilio una respuesta a la existencia, una comprensión del orden cósmico, capaz de conciliar el absurdo y la crueldad con la gloria de la vida.
El campesino de Mantua, el poeta próximo a los dioses antiguos que moran en Virgilio, guía al desolado Broch a la sabiduría de comprender que la muerte es sumirse en ese Eter primigenio. Saber morir es saber devolverse al universo después del día de la vida. Sin esperanzas metafísicas, sin amenaza de juicios o condenas atroces, sin peligro de renacimientos.
Broch se transfirió a ese Virgilio agonizante que siente que el arte no podrá vencer el plano de lo humano, del acaecer; que nunca alcanzará la esfera suprema del misterio del cosmos. (La descripción de Broch de la lenta entrada en la muerte de su Virgilio constituye el más profundo pasaje de la literatura en prosa de su siglo, donde Broch alcanza la sublimidad de los tres cantos finales de la Comedia de Dante).
Broch/Virgilio avanzan hacia el misterio, hacia Lo Abierto, lo inefable; los une el misterio de la palabra. Allí donde, como en la visión de Anaximandro, se subsume todo: las cosas, los hombres, el sueño de los dioses. Todos los entes allí se van anonadando, en los resplandores del Eter, según la ley inexorable del retorno. Broch/Virgilio ven esfumarse en ese espacio final las naves de Augusto que llegaron a Brindisi. Su vida y el mundo circundante se extinguen. El pasado se reúne con el presente. Suavemente el Ser cubre la ilusión de la vida inmediata.
Lo Abierto, donde todo lo creado retorna según la Ley fundamental, va recibiendo en su silencio las pasiones humanas de Broch y de Virgilio. El misterio final es una niebla iluminada pero impenetrable, inefable en su centro. El tiempo se recobra en la serenidad ante la muerte y el fin de las cosas. El arte y la poética de Broch le acercaron una armonía de raíz búdica. El arte fue en realidad el itinerario de una larga iniciación.
Hermann Broch, cumplido su destino de creador, murió en 1951 de un ataque al corazón, muerte repentina, ironía que le impidió corroborarse ante sí mismo la "lenta extinción" en el Todo que nos narró a través de Virgilio.
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