El escritor Andrea Camilleri, un héroe de la vida, como su personaje Montalbano
"Lo que me duele de morir es perder los afectos, perder a la gente que quiero. El resto es un enorme punto de interrogación", había dicho a fines del año pasado el escritor y dramaturgo italiano Andrea Camilleri que falleció hoy en Roma, a los 93 años, tras sufrir un infarto por el que había sido internado en Roma el 17 de junio. Al shock que provocó la noticia de su internación durante los dos primeros días le siguió un extraño silencio en los medios de comunicación italianos. Durante un mes el escritor permaneció en estado delicado mientras era mantenido inconsciente por medio de los fármacos y con ayuda respiratoria.
Creador del comisario Salvo Montalbano, el personaje cuyas aventuras llevan vendidos más de treinta millones de ejemplares en todo el mundo, Camilleri seguía trabajando aun cuando veinte días del infarto, había sufrido una caída que le provocó fractura de fémur. Se preparaba para estrenar, el 15 de julio, una obra de teatro sobre una Autodefensa de Caín en las Termas de Caracalla, también en la capital de Italia, donde vivía.
Es muy probable que la muerte no lo haya tomado por sorpresa porque pensaba en ella "de vez en cuando". Un pensamiento que no había llegado con el paso del tiempo sino que lo acompañaba, decía, desde toda la vida.
También guionista y docente de arte dramático, Camilleri había nacido en Porto Empedocle, Sicilia, el 6 de septiembre de 1925. Estudió, entre 1949 y 1952, en la Academia de Arte Dramático Silvio D´Amico, donde después trabajó como profesor. Se desempeñó en producción televisiva en la RAI y publicó por primera vez en 1978 una novela histórica, El curso de las cosas, a la que le siguieron otras de éxito discreto. En realidad era un escritor más bien fracasado a los 73 años cuando se hizo famoso el personaje que había creado unos cuatro años antes y al que había dado un apellido en homenaje al escritor español al que admiraba (Manuel Vázquez Montalbán) y uno de los personajes de éste (Pepe Carvalho). En esa primera novela, La forma del agua, el comisario se movía en Vigata, una ciudad imaginaria que también había sido escenario de algunas de sus anteriores ficciones y lo es también de Il cuoco dell'Alcyon, su último libro que por estos días encabeza los ranking de ventas en Italia. Las historias de Montalbano fueron traducidas a más de cuarenta idiomas, son objeto de ensayos y tesis académicas e inspiraron una serie televisiva, cuya producción fue supervisada por el propio Camilleri, que obtuvo igual éxito que los libros: sus derechos se vendieron a 63 países.
Como suele pasarle a los "padres" de personajes tan famosos, también él expresaba cierto fastidio por la presencia del comisario en su vida. "No me cae simpático. A lo sumo llego a soportarlo", dijo alguna vez. Cuando lo creó, en 1994, no previó para nada el éxito que tendría. En realidad él se había propuesto crear un hombre común, "un comisario que fuera un buen burgués", no un aventurero. Se inspiró en el filósofo francés Merleau-Ponty cuando sugiere que el verdadero héroe de nuestros días es el hombre común y corriente contemporáneo. Camilleri decía: "Un héroe hoy es quien consigue cumplir con su deber. Seguramente todos conocemos a alguno de estos héroes, de esas personas honestas, leales y comprensivas con los demás que cumplen con su obligación. Montalbano también es así y es por eso, creo, que es apreciado".
La valentía y el compromiso personal con la búsqueda de la justicia que caracterizan a ese personaje son también aspectos del temperamento del padre del escritor –quien fue inspector de trabajo portuario al sur de Sicilia. Pero Camilleri no se dio cuenta de eso hasta después del quinto libro de aventuras del comisario y a raíz de una observación de su esposa.
En nuestro país, las últimas obras publicadas por el sello Salamandra son El homenaje, El carrusel de las confusiones y La pirámide de Fango, entre otras. "En las novelas de Andrea Camilleri se respiran los espacios, el sentido del humor y la desesperación que llenan el aire de Sicilia", dijo recientemente la escritora estadounidense Donna Leon, quien comparte con el escritor fallecido el talento para las novelas de género policial (el comisario de ella se mueve por Venecia y se llama Guido Brunetti) aunque Camilleri nunca abandonó su gusto por lo histórico.
Apasionado, el esacritor deja más de un centenar de títulos que conservan el estilo culto, de intriga y despliegan un exquisito uso del idioma y del humor. Entre ellos se incluyen La captura de Macalé, Privado de título, La pensión de Eva y La edad de la duda. También se destaca la vida de Luigi Pirandelo recreada por él en Biografía de un hijo cambiado.
En el plano político seguía definiéndose como comunista. "Es como una enfermedad de la que es difícil salir", había dicho recientemente. Y en lo religioso afirmaba no ser creyente, pero sentir "un gran respeto por los creyentes, y también un poco de envidia, porque la religión ayuda en ciertas circunstancias".
Fumador de los de antes, hasta mediados del año pasado encendía unos 60 cigarrillos al día, pero a cada uno le daba un par de pitadas y los hacía trizas en el cenicero. Siempre tenía alguno cerca.
Un glaucoma lo había dejado ciego en 2016, pero esto no le impidió seguir creando –le dictaba a Valentina Alferj, su asistente de la última década y media– ni soñar a colores. "Tengo unos sueños bellísimos como no los he tenido nunca. El cuerpo es una cosa increíble. Apenas he comenzado a perder la vista, los otros sentidos han comenzado a recuperar vitalidad", había compartido.
Estaba casado, desde 1947, con Rosetta Dello Siesto con quien tuvo tres hijas y con quien vivía en Roma. En uno de sus últimos libros, Ora dimmi di te. Lettera a Matilda (Ahora tratame de vos. Carta a Matilda), dedicado a una bisnieta suya, cuenta: "Fui un hombre afortunado. Y si mi matrimonio duró tanto es debido principalmente a la inteligencia, a la comprensión y a la sabiduría y paciencia de Rosetta. Nuestra relación nunca fue alterada por ningún hecho externo(…) Rosetta fue la espina dorsal de mi existencia y continua siéndolo".
Con esa ligera ironía con la que en sus ficciones desdramatizaba distintas situaciones, en la vida real Camilleri había repetido que anhelaba terminar su carrera contando historias en una plaza y pasando luego ante el público con la gorra en mano. No pudo hacerlo, pero sí logró con Montalbano trasmitir aquel otro viejo deseo: poner frente a los ojos del mundo la figura de un héroe honesto, leal y comprensivo que no se detiene hasta cumplir su misión. Como hizo también él, hasta el último momento de su vida.
Por voluntad del escritor y de su familia no habrá capilla ardiente y el funeral será privado. Solo después de la sepultura se dará a conocer el lugar donde reposan sus restos, para hacer posible la visita de los muchos que lo amaron.
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