El equipo más serio de una generación
Hay que terminar con la superstición de que la obra de arte, cualquiera sea, puede explicarse a sí misma. Esta superstición tiene, como todas, una magia persuasiva: la de que las respuestas a las preguntas de la obra están en la obra. Cierto, pero alguien tiene que extraerlas. Para no salir del siglo XX, la pintura de Jackson Pollock existiría con la misma contundencia sin las palabras que escribieron acerca de ella Clement Greenberg y Frank O’Hara. Pero sin ellas (las palabras), sería ella (la obra) más pobre, o menos rica, y además la diferencia pobreza y de riqueza no es de grado sino de naturaleza. Es decir: sería para nosotros otra pintura.
Otro caso, casi de los mismos años, pero más cerca de nosotros en el Río de la Plata, fue el de la galería Bonino; el de la galería y de los artistas que esa galería promovió, sobre todo el llamado Grupo de los 5: Sarah Grilo, José Antonio Fernández-Muro, Miguel Ocampo, Kasuya Sakai y Clorindo Testa. También Grupo de los 5 se llama la muestra que puede visitarse desde esta semana en la Galería Jorge Mara-La Ruche.
Vamos a ver: los artistas eran cinco, pero la poética (las poéticas, tan disímiles son) tiene precedencia y ramificaciones. Corrijamos: no las tiene solamente; las necesita. Lo explica con claridad Juan Cruz Andrada en el escrito que acompaña la exposición: “La historia del éxito de la galería se le debe tanto a Alfredo Bonino como a sus esposas Giovanna y Fernanda, a su amigo y socio Enzo Menichini; su asistente Guillermo Whitelow, que en los años setenta pasaría a ser director del Museo Moderno de Buenos Aires y a críticos como Manuel Mujica Lainez, Julio Payró y Jorge Romero Brest, entre otros. No obstante, en esta trama de relaciones interpersonales, son los artistas los que merecen una mención especial”.
Es imposible que esa constatación no sea leída ahora con los colores con los que teñimos las imágenes de lo perdido. Había comunidad escasa y crucial entre galeristas, artistas y escritores y críticos que fue desdibujándose. Consideradas así las cosas, no podía ser sino la galería de Jorge Mara la que trajera de vuelta, casi como un requerimiento, a la galería Bonino.
Ya en 2007, Jorge Mara había dedicado una muestra minuciosa a la obra de los años setenta y ochenta de Grilo y Fernández-Muro. La que está ahora despliega el paisaje completo (gracias también a Oswaldo Chateaubriand, hijo de Giovanna. Lo primero que uno ve el entrar, al fondo, es esa foto que, hacia 1960, alguien les tomó a Testa, Sakai, Ocampo, Grilo y Fernández-Muro. La reunión registrada en esa foto (“el equipo más serio y responsable con que ha contado la pintura argentina de esa generación”, en palabras de Marta Traba) había sido idea de Romero Brest; fue él quien llamó al grupo para una muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes, que entonces dirigía.
Las causas para ver la muestra Grupo de los 5 son innumerables, y cada uno encontrará las suyas. Diré apenas cuatro. Una es precisamente cómo de un common ground, que propicia, sino una “generación”, una afinidad, resultan obras tan desemejantes. La afinidad no anula la independencia; en los artistas fuertes, y todos lo eran, la multiplica. La segunda, la contención tormentosa de los papeles de Ocampo. La tercera, las superficies metálicas de los gofrados de Fernández-Muro. La cuarta, en la “sala de cámara”, los óleos sobre tela de Grilo de los años cincuenta. Muy chicos, hay en estos trabajos algo que los desborda. Si los mira con atención, uno descubre (o tal vez imagina) el incipit de los graffiti de la etapa neoyorquina posterior. O si se lo quiere decir al revés: las inscripciones de las pinturas de Grilo nacieron del trastorno de algo anterior.
Ningún artista vuelve a empezar nunca desde cero, aunque a veces quiera hacernos creer que lo consiguió. Los galeristas y los críticos saben tomarles la temperatura a esas ilusiones de la cronología.