Más que en lo leído, el lector se revela en los usos caprichosos que hace de los libros. Nada lo delata más íntimamente que los subrayados, la marginalia, las citas que entresaca. Toda biblioteca es una autobiografía. Pero una biblioteca de varios es una biografía colectiva. Es exactamente eso lo que pasa con la biblioteca de Adolfo Bioy Casares , que le atribuimos a él pero que comprende también la biblioteca de Silvina Ocampo, las de los padres de Bioy (Adolfo Bioy y Martha Casares) y aun parte de las de los amigos, Borges , en primer lugar, o Pizarnik, y otros familiares, Angélica y Victoria Ocampo.
Esa es la impresión que quedó ayer en la Sala del Tesoro de la Biblioteca Nacional , primera insinuación de la biblioteca de Adolfo Bioy Casares, "un pequeño anticipo", según lo definió el director Alberto Manguel . Ahí están siendo catalogados y preservados esos libros, gracias al aporte de los donantes que hicieron posible la compra, por un precio de 400 mil dólares, a los herederos.Esa donación se realizó el 19 de septiembre del año pasado. Según Manguel, es "el núcleo de una galaxia de investigaciones".
Para darse una de idea, de los 17 mil volúmenes, vimos solamente 30, parte de las 11 cajas n° 26 en las que el librero Alberto Casares reunió velozmente aquello que juzgó más valioso. No sabemos qué más podrá aparecer, nadie más lo sabe, ni el propio Manguel, ni Laura Rosato y Germán Álvarez, los expertos al frente del Centro Internacional Jorge Luis Borges, que funcionará en la sede de la calle México y que será el destino de estos hallazgos. ¿Qué "dirán" las guías Michelin sobre los viajes de Bioy? es muy pronto para saberlo. Pero lo que pudo verse provoca ya la emoción del coleccionista, bibliófilo, del crítico y del genetista textual. Un ejemplo, entre muchísimos. Tres condiciones de las que, salvo de la crítica, Borges no participaba. Sus libros iban de acá para allá. Los dejaba en la Biblioteca Nacional, cuando era director, o en la casa del amigo con el que, durante años, comió todas las noches. Un ejemplo, entre muchos. Acá está un ejemplar de Las mil y una noches en la versión de Edward William Lane. En la guarda, Borges anota varias líneas de la traducción al alemán de Gustav Weil. En esas marginalias está ya cifrado el ensayo "Los traductores de las Mil y una Noches", de Historia de la eternidad.
Aunque a primera vista tiendan a confundirse, una cosa es la amistad de Borges con Bioy y otra, distinta y distante, la historia de esa amistad. Sobre la primera es poco lo que puede decirse porque esa intimidad, al igual que toda amistad, pertenece enteramente a los implicados, y a veces ni siquiera a ellos, pero nunca a terceros. La segunda, la historia, parecía estar, en cambio, a la vista. Bioy Casares conoció a Borges en la casa de San Isidro de Victoria Ocampo, hacia diciembre de 1931 o enero de 1932. Conversaron en el viaje de vuelta a Buenos Aires: "Borges era entonces uno de nuestros jóvenes escritores de mayor renombre y yo, un muchacho con un libro publicado en secreto". Poco más de tres años después ya estaban escribiendo juntos. Lo primero fue La cuajada de La Martona, brevísimo folleto publicitario, ilustrado por Silvina, sobre las virtudes del yogur. Después vendrían, por supuesto, las antologías compartidas, la mutua influencia (el modo en el que Borges curó a Bioy de su temprana escritura indómita y, por el otro lado, la insistencia de Bioy en que Borges moderara su admiración por Quevedo), el generoso prólogo de Borges a La invención de Morel (que Bioy juzgó, sin embargo, algo reticente porque no elogiaba el estilo) y la creación de un tercer escritor imaginario, que no es ninguno de los dos, pero mantiene un aire de familia con ambos, H. Bustos Domecq, cuya cumbre son los relatos reunidos con el título de Crónicas. Hasta aquí la historia conocida. Claro que la publicación, en 2006, de Borges, las más de mil seiscientas páginas extraídas de los diarios de Bioy en los que éste menciona a su amigo, alteró completamente el paisaje. "Come en casa Borges." Esa breve oración, repetida como un mantra en cada entrada del diario, constituye la prueba de una frecuentación de décadas.
La amistad compartida queda inscripta en los libros. Ahí está también en un ejemplar del Finnegans Wake (no la misma edición que Borges usó para su reseña en El Hogar, sino otra con fecha manuscrita del 11 de junio de 1942) con anotaciones a cuatro manos. Hay cartas de García Márquez y Sabato a Bioy, y algunos detalles muy significativos sobre Silvina. Alejandra Pizarnik, acaso como provocación, le hace llegar Le Mort, de Georges Bataille. Inapelable, Silvina le responde a su amiga dos cosas: "Es bueno conocer cosas repugnantes". Y también: "Detesto lo escatológico". De Silvina, que estudiaría mucho más tarde con Giorgio De Chirico, vemos uno de sus dibujos de infancia.
Más importante es, por ejemplo, el ejemplar de la revista Los Anales de Buenos Aires que incluye la primera publicación de "El Zahir". Están las correcciones a mano de Borges. Una vez más, Borges, como lo hacía en Sur, usaba una revista como base de operaciones, es como si necesitara la distancia de lo impreso en una publicación periódica para dar con la forma última.
Manguel contó que en la Universidad de Virginia hay 60 manuscritos de Borges. "Estamos perdiendo nuestro pasado", dijo. Eso no pasará de nuevo.
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