El encuentro que cambió la filosofía
En Gilles Deleuze y Félix Guattari (Fondo de Cultura Económica) el historiador francés traza la biografía compartida de una de las díadas más prolíficas del campo intelectual
La obra de Gilles Deleuze y de Félix Guattari todavía sigue siendo un enigma. ¿Quién escribió? ¿El uno o el otro? ¿El uno y el otro? ¿Cómo pudo desplegarse una construcción intelectual común de 1969 a 1991, más allá de dos sensibilidades tan diferentes y de dos estilos tan contrapuestos? ¿Cómo pudieron estar tan juntos sin renunciar nunca a una distancia manifestada en el recíproco tratamiento de usted? ¿Cómo trazar esta aventura única por su fuerza propulsora y por su capacidad de hacer surgir una suerte de "tercer hombre", fruto de la unión de ambos autores? Parece difícil en los escritos seguir lo que corresponde a cada uno. Evocar un hipotético "tercer hombre" sería apresurarse, sin duda, en la medida en que a lo largo de su aventura común uno y otro supieron preservar su identidad y hacer un recorrido singular.
En 1968, Gilles Deleuze y Félix Guattari viven en dos galaxias diferentes. Nada predestina el encuentro de estos dos mundos. Por un lado, un filósofo reconocido, que ya ha publicado una buena parte de su obra, y por el otro, un militante que se encuentra en el campo del psicoanálisis y de las ciencias sociales, administrador de una clínica psiquiátrica y autor de algunos artículos. [...] La explosión de Mayo de 1968 fue un momento tan intenso que permitió los encuentros más improbables. Pero de manera más prosaica, hubo en primer lugar, al comienzo de este encuentro, un intermediario [...]: el doctor Jean-Pierre Muyard, médico en La Borde; da cuenta de esto la dedicatoria personal que le escribe Félix Guattari en la primera obra común, El anti-Edipo: "A Jean-Pierre, el verdadero culpable, el inductor, el iniciador de esta empresa perniciosa".
Jean-Pierre Muyard estudia medicina en Lyon a fines de los años 1950. Militante en el ala izquierda de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia (UNEF) que se opone activamente a la guerra de Argelia [...], llega a ser presidente de la sede de Lyon, en 1960. Conoce a Jean-Claude Polack, por entonces presidente de la Asociación General de Estudiantes de Medicina de París. [...]. Se encuentra con Guattari por primera vez en un seminario de la oposición de izquierda, que tiene lugar en 1964 en Poissy [...]:
Recuerdo la impresión, yo diría fisiológica, que me dio Guattari enseguida, una especie de estado vibratorio cautivante, como un proceso de conexión. El contacto con él tuvo lugar allí, yo adherí más al movimiento de energía que a la personalidad, a la persona. Su inteligencia era excepcional, el mismo tipo de inteligencia que Lacan, una energía luciferina. Lucifer es el ángel de la luz.
Nicole Guillet le pide a Muyard en 1966 que se instale en La Borde, donde faltan médicos, para poder enfrentar la afluencia de internados. Éste se instala en la clínica durante un tiempo, hasta 1972. Por los compromisos asumidos, por su actividad profesional en La Borde, "Doc Mu" se integra plenamente en la "pandilla de Félix".
Cuando estudiaba en Lyon, Muyard había escuchado hablar de Deleuze a sus entusiastas compañeros de la Facultad de Letras. Tiene algunas amistades en Lyon y viaja a esta ciudad de vez en cuando. En 1967 lo seduce la presentación que Deleuze publica sobre Sacher-Masoch. Los dos hombres se hacen amigos y Deleuze, deseoso de conocer mejor el mundo de los psicóticos, empieza a dialogar de manera frecuente con Muyard: "Me dice: yo hablo de la psicosis, de la locura, pero sin ningún conocimiento de adentro. Al mismo tiempo tenía fobia a los locos. No habría podido permanecer ni siquiera una hora en La Borde".
En 1969 Muyard se harta del activismo desenfrenado que Guattari despliega en La Borde [...]: "Dependía de eso que hoy se les da a los niños hiperactivos, un medicamento que se llama Retalina. Había que encontrar una manera de calmarlo. Y decía que quería escribir, pero no escribía nunca". Muyard concibe una estratagema: decide poner en contacto a Deleuze y Guattari. Así, en junio, conduce en su coche a Félix Guattari y a François Fourquet hasta Saint-Léonard-de-Noblat, en el Lemosín. La seducción es mutua e inmediata, Guattari es inagotable sobre los temas que interesan a Deleuze, la locura, La Borde y Lacan -acaba de preparar una ponencia inicialmente destinada a la Escuela Freudiana de París sobre "Máquina y estructura"-. En su demostración retoma conceptos de Deleuze de Diferencia y repetición y Lógica del sentido.
Este texto es importante. Hasta aquí, Guattari había mantenido su postura de discípulo de Lacan y empezaba a presentarse como un interlocutor, deseando ocupar incluso, frente al maestro, la posición de compañía dilecta.
La ambigüedad de la actitud de Lacan hacia él, y su decisión de privilegiar el clan de los althusserianos-maoístas de la calle Ulm, como Miller y Milner, deja a Guattari en la sombra [...].
Deleuze, por su parte, se encuentra en un momento crucial [....]. Después de dedicarse a la historia de la filosofía, con Hume, Kant, Spinoza y Nietzsche, acaba de publicar, en 1969, dos libros más personales: su tesis Diferencia y repetición y Lógica del sentido. Pero la filosofía es vivamente cuestionada en ese entonces por el estructuralismo y su ala de avanzada, el lacanismo. El "psicoanalismo" ambiente y el entusiasmo general por Lacan suenan como un desafío para el filósofo, y el encuentro con Guattari le ofrecerá una magnífica ocasión para responder a esto.
Cuando conoce a Guattari, Deleuze está convaleciente. Enfermo de tuberculosis, el año anterior se ha sometido a una intervención quirúrgica, en la que se le extrajo un pulmón. Esto lo hace padecer una insuficiencia respiratoria crónica hasta su muerte. Agotado, descansa en la calma del Lemosín. Pero el agotamiento es también una apertura [...]. Este estado es propicio para un encuentro, más aun si se tiene en cuenta que Deleuze vive por entonces al borde de otro abismo, del que habla en El abecedario: el alcoholismo. El encuentro con Guattari es esencial para salir de este callejón sin salida.
Para proseguir [...] el diálogo iniciado con Deleuze sobre la psiquiatría, Muyard sugiere que Deleuze y Guattari se encuentren en Dhuizon, en el castillo que alquila Guattari, cerca de La Borde. Aquí es donde el trío formado por Gilles Deleuze, Jean-Pierre Muyard y Félix Guattari debate sobre el contenido de la obra que será El anti-Edipo. Una carta de François Fourquet a su amigo Gérard Laborde, fechada el 19 de agosto de 1969, evoca la atmósfera que reina en Dhuizon:
Aquí el contexto es divertido. La presencia de Deleuze en Dhuizon ha generado una serie de fenómenos, y en mi opinión, esta serie va a prolongarse por mucho tiempo. Hay mucha gente en Dhuizon: además de Félix y Arlette, están Rostain, Liane, Hervé, Muyard, Elda, etc., y toda esta gente bulle alrededor de una escena primitiva que se repite cada mañana: Félix y Deleuze crean intensamente, Deleuze toma notas, ajusta, critica, remite las producciones de Félix a la historia de la filosofía. Para resumir, es algo que funciona, y deja algunas huellas de perturbaciones en la pequeña familia (donde nos incluimos Geneviève y yo), tanto más cuanto que uno de los hermanitos tiene el privilegio de asistir al combate de los dioses: Muyard, que históricamente fue el hacedor del encuentro con Félix.
Muyard actúa un poco como intermediario, antes de esfumarse: "Había hecho mi trabajo, Mefisto se retira. Tenía la intuición de que ya no estaba en mi lugar, aunque Deleuze tenía ganas de trabajar conmigo y quería que estuviera presente en las sesiones, yo sentía que a Félix le molestaba. La operación alquímica funcionó, y por muchos años".
Antes de su primer encuentro, Deleuze y Guattari habían tenido algunos intercambios epistolares, en la primavera de 1969, testimonio de la amistad que nacía:
Querido amigo, con todo, debo encontrar la manera de decirle hasta qué punto me conmueve la atención que ha dedicado usted a los diferentes artículos que le he hecho llegar. Una lectura lenta, con lupa, de Lógica del sentido me hace pensar que hay una suerte de homología profunda de "punto de vista" entre nosotros. Encontrarme con usted, cuando le sea posible, constituye para mí un acontecimiento ya presente retroactivamente a partir de varios orígenes,
escribe Guattari el 5 de abril de 1969; en la misma ocasión informa a Deleuze acerca de su bloqueo para escribir y su incapacidad de dedicar el tiempo necesario a la escritura a causa de sus actividades en La Borde. En cambio, tiene la impresión de estar en comunicación con Deleuze como por ultrasonido con Lógica del sentido. En una carta anterior que envió a una de sus antiguas estudiantes, Ayala, Deleuze expresa su interés en reunir todos los textos que le ha comunicado Guattari. Félix permanece dubitativo: "¿No es todo esto una especie de fanfarronería, de estafa?"
Pero tiempo después, en mayo de 1969, Deleuze escribe a Guattari:
También siento yo que somos amigos antes de conocernos. Por eso, discúlpeme si insisto en el punto siguiente: es evidente que inventa y maneja usted cierto número de conceptos complejos muy nuevos e importantes, fabricados en relación con la investigación práctica de La Borde: por ejemplo, fantasma de grupo; o bien su concepto de transversalidad, que me parece que tiene la naturaleza necesaria para superar la vieja pero siempre resucitada dualidad "inconsciente personal-inconsciente colectivo".
Deleuze estima que estos conceptos requieren una elaboración teórica y no acuerda con Guattari cuando éste pretende que la efervescencia reinante no es el momento más propicio para hacerlo, ya que esto equivaldría a afirmar "que sólo se puede escribir de verdad cuando todo está bien, en vez de ver en la escritura un factor modesto pero activo y eficaz para liberarse por un tiempo de la furia del combate y sentirse uno mismo mejor". Deleuze trata de convencer a Guattari de que ha llegado el momento de esta elaboración teórica. Finalmente, "la otra solución, publicar los artículos como están, se vuelve deseable y es lo mejor". Esto será Psicoanálisis y transversalidad, publicado en 1972, con prefacio de Deleuze.
El 1º de junio de 1969 Guattari le confiesa a Deleuze sus debilidades y las razones de su "descontrol extremista". En la base de este desorden de escritura habría una falta de trabajo, de lecturas teóricas constantes y miedo de volver a hacer lo que ha sido abandonado durante demasiado tiempo. A esto habría que añadir una historia personal compleja con un divorcio próximo, tres hijos, la clínica, conflictos de todo tipo [...] En cuanto a la elaboración propiamente dicha, para él "los conceptos son conceptos utensilios, cosas".
Inmediatamente después del primer encuentro de junio de 1969, Deleuze le escribe a Guattari para darle algunas precisiones sobre la manera de enfocar un trabajo común: "Habría que abandonar evidentemente todas las frases de cortesía, pero no las formas de la amistad que permiten que uno le diga al otro: usted descubre, no comprendo, así no es..., etc. Sería preciso que Muyard participe por completo en esta correspondencia. Sería preciso, por último, que no haya una regularidad forzada". De sus primeros intercambios, Deleuze destaca
que las formas de la psicosis no pasan por una triangulación edípica, en todo caso, no de la manera en que se dice. En primer lugar, esto es lo esencial, me parece... Salimos mal del "familiarismo" del psicoanálisis, de papá y mamá (mi texto, que usted leyó, es completamente tributario de esto). [...] Se trata de mostrar cómo, en la psicosis, por ejemplo, los mecanismos socioeconómicos son capaces de alcanzar en crudo el inconsciente. Esto no quiere decir, evidentemente, que lo alcancen tal cual son (así, plusvalía, tasa de beneficio...), quiere decir algo mucho más complicado, que abordó usted en otra ocasión, cuando decía que los locos no hacen simplemente cosmogonía, sino también economía política, o cuando consideraba usted con Muyard una relación entre una crisis capitalista y una crisis esquizofrénica.
Añade que la manera en que las estructuras sociales alcanzan "en crudo" el inconsciente psicótico podría captarse gracias a los dos conceptos de Félix Guattari "de máquina y de autoproducción" que aún no conoce bien. Deleuze también está de acuerdo con Guattari en su crítica del familiarismo:
La dirección que usted señala me parece muy rica por la siguiente razón: nos hacemos una imagen moral del inconsciente, ya sea para decir que el inconsciente es inmoral, criminal, etc., aun si se agrega que está muy bien que así sea, ya sea para decir que la moral es inconsciente (superyó, ley, transgresión). Yo le había dicho una vez a Muyard que no era así, que el inconsciente no era religioso, que no tenía ni "ley", ni "transgresión", y que esto era una idiotez [...] Muyard me respondió que yo exageraba, que la ley y la transgresión, según Lacan, no tenían nada que ver con todo eso. Seguramente tenía razón, pero no importa, pues, no obstante, toda la teoría del superyó me parece falsa, y también toda la teoría de la culpa. [...]
Guattari responde con rapidez a Deleuze, el 19 de julio, y hace explícito su concepto de máquina que "expresa, por metonimia, la máquina de la sociedad industrial". Además, el 25 de julio, Guattari envía a Deleuze algunas notas que ya postulan un rasgo de equivalencia entre el capitalismo y la esquizofrenia: "El capitalismo es la esquizofrenia, en tanto que la sociedad-estructura no ha podido asumir la producción de ´esquizo´".
Desde el principio la relación se sitúa en el corazón de los envites teóricos. Ella surge de una complicidad amistosa e intelectual inmediata. Sin embargo, esta amistad nunca es fusional, y entre ellos el tratamiento de usted siempre es de rigor, mientras que cada uno por su lado tutea con facilidad. [...] Cada uno respeta al otro y a su red de relaciones, en su diferencia. La condición misma del éxito de su empresa intelectual común se basa en la movilización de todo lo que constituye la diferencia de sus personalidades, en poner a trabajar lo que contrasta, y no en una ósmosis ficticia. Ambos tienen una concepción muy elevada de la amistad: "Habían conservado esa distancia que Jankélévitch llamó la ´distancia amativa´, que es una distancia que no se fija. En oposición a la distancia gnoseológica, la distancia amativa corresponde a un acercamiento/alejamiento". Es claro que Guattari, por la angustia que le ocasiona el tête-à-tête con Deleuze, y porque siempre ha funcionado "en grupo", hubiera querido incluir a sus amigos del Centro de Estudios, de Investigaciones y de Formación Institucionales (Cerfi). La llegada de Deleuze a Dhuizon es la oportunidad: el primer círculo del Cerfi está allí y sólo quiere participar. Pero -el testimonio de François Fourquet es muy claro- de ninguna manera puede ser así: a Deleuze le horrorizan las discusiones de grupo sin apuntalamiento, no puede y no quiere pensar más que en un trabajo de a dos o, como máximo, de a tres.
La compañera de Guattari, Arlette Donati, comunica a Félix las reticencias de Deleuze. La elaboración de su primer libro se hace sobre todo por vía epistolar. Este dispositivo de escritura que han convenido altera la vida cotidiana de Guattari, que debe sumergirse en un trabajo solitario al que no está acostumbrado. Deleuze espera que él se siente a su mesa de trabajo no bien se levanta, que ponga en papel sus ideas (tiene tres por minuto) y, sin siquiera releer lo que ha escrito, le envíe todos los días el producto de sus reflexiones en estado bruto. Somete entonces a Guattari a esta ascesis que le parece indispensable para que supere sus problemas de escritura. Guattari se entrega al juego por completo, y se retira en su despacho, donde trabaja como un condenado.
Él, que vivía dirigiendo a sus "pandillas", se encuentra confinado en la soledad de su cuarto de trabajo, todos los días hasta las 16. Recién por la tarde va a La Borde, a hacer una visita rápida [...] Jean Oury vivió este cambio como un "abandono": Guattari, omnipresente en la vida cotidiana de La Borde, se interesa menos en la clínica y se consagra a su trabajo con Deleuze. Su compañera, Arlette Donati, debe llevarle el almuerzo, pues no se permite ninguna pausa.
[...] El dispositivo de El anti-Edipo está constituido por el envío de textos preparatorios, escritos por Guattari, que Deleuze trabaja y afina con miras a la versión final: "Deleuze decía que Félix era el que encontraba los diamantes, y él los pulía. Guattari sólo tenía que enviarle los textos como los escribía, y él los arreglaba. Así ocurrió". Su realización común, pues, se basa más en el intercambio de textos que en el diálogo, aun cuando establecen una reunión de trabajo semanal en casa de Deleuze [....]. Cuando hay buen tiempo, Deleuze va a ver a Guattari, pero lejos de la locura, que no puede soportar.
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