Pintura de pared, esmalte, arena y cola sobre bolsas de semillas. Con esos materiales que tenía a mano en Japón hace siete décadas, en austeros tiempos de posguerra, Yayoi Kusama dio su primer salto creativo en una carrera que la convertiría en una de las artistas más famosas del mundo. A los 91 años tiene hoy su propio museo en Tokio y ocupó hasta hace poco el podio de las muestras más visitadas del Malba.
Los traumas de su infancia, cuando comenzó a producir infinidad de dibujos porque su madre los destruía, la llevaron a internarse en un psiquiátrico. Convertido en su hogar desde 1977, tras haber participado con osados happenings durante la revolución pop en Nueva York, inició allí un "encierro creativo" inspirador en estos tiempos de cuarentena. "Lucharemos contra este terrible monstruo", dijo desde allí días atrás, en un mensaje de unión global contra el coronavirus.
"Por medio del arte, he superado mi infelicidad", dijo en una entrevista con Philip Larratt-Smith en referencia al trastorno obsesivo-compulsivo que la llevaría a transformar su deseo de suicidio y el pánico al sexo y la comida en obras literarias, dibujos, pinturas, collages, instalaciones, videos e intervenciones en el espacio público.
Obsesión infinita se tituló la muestra que llenó de puntos en 2013 la superficie del Malba y hasta los árboles de la vereda. Una sala blanca, ambientada como el living de una casa, fue mutando en un espacio multicolor gracias a las calcomanías circulares pegadas por más de 200.000 personas.
"Los lunares son un camino al infinito -dice Kusama citada por Frances Morris, directora de la Tate, en el catálogo de la exposición-. Cuando borramos la naturaleza y nuestros cuerpos con lunares, nos integramos a la unidad de nuestro entorno. Nos volvemos parte de la eternidad y nos borramos en el amor".
Eso se siente al entrar en sus salas espejadas, como las que aloja en Miami el flamante Museo Rubell. El propio reflejo se multiplica sobre pelotas de espejos similares a las que ofreció en la Bienal de Venecia, en 1966, junto a un cartel que decía: "Tu narcisismo en venta". Ese atrevimiento le valió la expulsión de la bienal, donde representaría a su país casi tres décadas después.
Convertidos en una marca registrada que llegó a asociarse con Louis Vuitton, los puntos fueron aplicados sobre cuerpos desnudos, animales e incluso sobre el agua en los psicodélicos años sesenta, cuando celebró la primera boda homosexual. En su rol de sacerdotisa reemplazó entonces con sus lunares el contacto de las manos, hoy tan anhelado.
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