El "efecto conejo": Ni los millonarios son bastante millonarios para Jeff Koons
Mientras quienes tienen más de mil millones de dólares compiten por las obras de arte en la burbuja del mercado, las galerías y los artistas desconocidos se dan por vencidos
El mercado del arte tiene un problema de 0,01 por ciento. Es lo que quedó en evidencia en la subasta de arte contemporáneo que se realizó la semana pasada en la sede Christie's de Nueva York, donde un conejo de acero inoxidable de Jeff Koons se vendió por 91 millones de dólares, marcando un nuevo récord para una obra de un artista vivo. Y si parece que este tipo de récords son mucho más frecuentes en estos tiempos es porque efectivamente lo son: hace menos de seis meses una pintura de David Hockney se vendió por 90,3 millones de dólares, récord vigente hasta la venta de Koons.
El coleccionismo de arte siempre fue una actividad exclusiva, pero en los últimos años el mundo del arte contemporáneo en particular ya no está dominado por el 1 por ciento de los más ricos, los millonarios, sino por los megamillonarios, ese 0,01 por ciento de personas con fortunas de más de 1000 millones de dólares.
Esa brecha se agiganta y amenaza con trastocar el funcionamiento del mercado. En esa economía de "peces gordos", a las pequeñas y medianas galerías que históricamente apoyaron y estimularon a los artistas desconocidos les cuesta sobrevivir, lo que implica que los próximos Andy Warhol o Donald Judd, que fueron subiendo escalones en el sistema de galerías, tal vez nunca serán descubiertos.
El mercado del arte refleja y amplifica las tendencias de la economía en su conjunto. Desde la crisis financiera internacional de 2008, el mercado del arte en Estados Unidos se recuperó incluso más rápido que el PBI, duplicando el volumen de sus ventas anuales. Según un informe publicado este año por Art Basel y UBS, las ventas de arte en 2018 arañaron los 30.000 millones de dólares, frente a poco más de 12.000 millones en 2009.
Pero esos números esconden un grave problema: la mayor parte de las ventas las concentraron un reducido número de galerías y de artistas. Las obras por un valor superior a 1 millón de dólares representan el 40 por ciento del mercado, pero solo el 3 por ciento de las transacciones. Esa disparidad es todavía más grave en el mercado contemporáneo: los artistas vivos más conocidos no dan abasto para abastecer a las grandes galerías. Durante 2018, las ventas de los 20 principales artistas vivos representaron el 64 por ciento del volumen del mercado. Las cinco mayores galerías en términos de facturación anual concentraron más del 50 por ciento de las ventas. En contrapartida, hace unos años que las pequeñas galerías sufren un descenso de sus ventas.
Clare McAndrew, autor del informe de Basel/UBS, explica que los coleccionistas ricos, pero no megamillonarios -los empleados de Goldman Sachs, no los socios-, que solían apostar por las galerías de segunda y tercera línea, dejaron de comprar arte tras la crisis de 2008 y no volvieron tras la recuperación de la economía. Como no pueden acceder a las obras de los artistas más famosos, suelen invertir en artistas emergentes que están a punto de consagrarse o en artistas consolidados de segunda línea.
Esos coleccionistas, dice McAndrew, se ven desalentados por los astronómicos precios de las grandes galerías y subastadoras de arte. Y cuando ven que una pintura de Hockney se vende por 90 millones de dólares, asumen que la obra de 50.000 dólares que sí pueden pagar no vale la pena, sobre todo si es una obra que no podrán subastar fácilmente para obtener una ganancia rápida.
La pérdida de esos coleccionistas de línea media, el creciente costo de los alquileres y las restricciones al crédito están sacando del negocio a las galerías chicas y medianas. En 2007, por cada galería que cerraba se abrían cuatro nuevas, según datos internacionales del sitio web Artfacts.net. Desde la recesión mundial de 2008, esa relación se fue revirtiendo progresivamente, y ya en 2017 fueron más las galerías que cerraron que las que abrieron.
Las pequeñas y medianas galerías cumplen una importante función en el mundo del arte. Por lo general, los artistas arrancan en galerías chicas, donde logran expresarse con su obra y hacerse conocer por los coleccionistas. Y aunque no las mueva el altruismo, esas galerías cumplen el rol crucial de canalizar el ingreso de los nuevos artistas al mercado, fomentando y financiando su trabajo, presentándoles a los coleccionistas o incluso a veces orientando su producción artística.
Si esos galeristas pueden cultivar la obra de esos artistas emergentes es porque se respaldan en las ventas de sus artistas más consolidados. Pero depender de esos pocos artistas que representan sus mayores ingresos siempre ha implicado un gran riesgo para las galerías chicas y medianas, porque cuando un artista logra reconocimiento no quiere ser exclusivo de su galería de origen y suele buscar una más grande que lo represente. En ese mercado de alto riesgo, cada vez con más frecuencia se repite el mismo fenómeno: a los artistas emergentes cada vez les conviene más apurarse a manotear los beneficios de ese mercado de superestrellas. Las noticias del mundo del arte están llenas de historias de artistas muy buscados que abandonan a sus galerías de origen para pasarse a Gagosian o David Zwirner.
Se genera entonces un círculo vicioso que ahorca a las pequeñas y medianas galerías. Sin ellas, nadie sabe de dónde saldrán los nuevos artistas de las futuras generaciones. En este mercado de "peces gordos", los artistas que prosperan son los que tienen la astucia política de cortejar a las grandes galerías desde el principio de sus carreras o los que instalan su marca a través de Instagram.
Un mercado donde los megamillonarios pagan fortunas por obras mediocres y que deja afuera a los no tan ricos tal vez no sea el principal problema que tiene salvajemente polarizada la economía actual. Pero el arte es el registro de nuestra cultura que les dejamos a las futuras generaciones, y ahora esa economía tan desigual también está distorsionando el mundo del arte.
Allison Schrager