El duro oficio de matar
En la Fundación Alon se exhiben fotografías inéditas que Sameer Makarius tomó hace cincuenta años en unmatadero porteño
"Aunque sin sonidos ni olores, nos presenta la desagradable realidad de cómo la muerte marca el momento en que imponentes e inocentes animales empiezan a ser convertidos en un alimento muy apetitoso", escribe Frederik Vossenaar, consejero agrícola de la Embajada Real de los Países Bajos en Buenos Aires, y aclara que las opiniones vertidas son estrictamente personales. ¿Qué inspiró sus palabras? Las fotos que Sameer Makarius tomó alrededor de 1961 en un matadero de Buenos Aires y que se exponen en la Fundación Alon.
El nombre y apellido del fotógrafo pueden sonar exóticos para las nuevas generaciones, pero inspiran respeto a los veteranos que reconocen a un maestro. Nació en Egipto, en 1924, de padre árabe y madre alemana; después de haber estudiado en Alemania y Hungría, llegó a la Argentina en 1953, donde trabajó como arquitecto, decorador y diseñador industrial. Fue un estudioso de la fotografía argentina y se enroló en grupos de artistas como Arte Nuevo y Forum.
La vaca muerta para ser consumida comenzó a seducir a los artistas barrocos que ilustraban la idea de vanitas. El buey desollado de Rembrandt que se conserva en el Louvre data de 1655 y describe minuciosamente el cadáver de un buey abierto en canal y colgado de un palo de madera sutilmente espiado por la mujer del carnicero.
A principios del siglo XX el bielorruso Chaim Soutine retoma el motivo, y fue precisamente su Buey desollado (1925) el que inspiró al irlandés Francis Bacon para seguir con el tema. Ambos quisieron ilustrar la imperfección de la carne. Soutine había llevado una res de vaca a su casa para poder pintar durante días unos cuantos cuadros y bocetos, hasta que el hedor insoportable fue denunciado por sus vecinos.
En la posguerra, como suele suceder, la representación se reemplaza por la presentación y el grupo de Accionismo Vienés utilizó reses para su sanguinolentas performances. Ya en el siglo XXI, Damien Hirst conservó en formol varias reses; la más conocida es Madre e hijo separados, una res y un ternero partidos al medio, cada uno en una "pecera".
Las fotos en blanco y negro de Makarius son documentos de las actividades de un matadero. Hay cierto pudor en la escena del garrotazo mortal que oculta una pared, pero que deja ver la cabeza blanca del bovino recién sacrificado, y hay énfasis en el ejército de hombres uniformados de blanco, con cofias del mismo color y delantales oscuros que ocultan las manchas de sangre. El adoquinado del matadero brilla negro con el literal río de sangre.
La documentación exhaustiva de los pasos de la matanza –que comensales carnívoros preferirían no ver– finaliza con lo que adivinamos es un inspector sanitario y el transporte hacia las carnicerías de barrio, donde las familias argentinas comprarían sus cortes preferidos.
En un ambiente masculino de muerte y mutilación, asoma cierta voluptuosidad en la foto de un recio matarife de bigotes que abraza a su compañero. Seguramente estas escenas se repitieron a diario en los mataderos diseminados por la provincia de Buenos Aires de la peculiar mano art decó del ingeniero Francisco Salamone.
Con la muestra se editó un libro catálogo en castellano e inglés, acompañado del texto clásico "El matadero" (1838), de Esteban Echeverría.
Ficha. El Matadero, fotografías de ameer Makarius, en la Fundación Alon (Viamonte 1465, piso 10), hasta el 23 de agosto.
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