El duelo entre Lugones y Borges
En esta nota, extractada de Un triángulo crucial (Eudeba), la autora detalla el enfrentamiento de los dos grandes próceres literarios. Borges, en plena juventud, criticó duramente el Romancero , de Lugones; pero éste se cobró una revancha sutil. Le dio un espaldarazo consagratorio a Ricardo Güiraldes e ignoró al joven poeta que lo desafiaba.
UNO de los aspectos menos publicitados de la obra de Borges en su juventud es la excomunión de Lugones en El tamaño de mi esperanza -libro que suprimió de sus Obras completas y fue publicado sólo póstumamente. Ya antes, con motivo de El payador , había llamado Borges a Lugones "forastero grecizante". El doble epíteto -que podría traducirse como "cordobés pedante"- no podía dejar de sonar a insulto. He aquí un notable fragmento de su reseña a Leopoldo Lugones, Romancero :
"Muy casi nadie, muy frangollón, muy ripioso, se nos evidencia don Leopoldo Lugones en este libro" dice Borges desde el comienzo. "Si un poeta rima en ul como Lugones, tiene que azular algo enseguida para disponer de un azul o armar un viaje para que le dejen llevar un baúl u otras indignidades. A ver, amigos, ¿qué les parece esta preciosura?
Ilusión que las alas tiende
En un frágil moño de tul
Y al corazón sensible prende
Su insidioso alfiler azul.
"Esta cuarteta es la última carta de la baraja y es pésima, no solamente por los ripios que sobrelleva, sino por su miseria espiritual, por lo insignificativo de su alma. Esta cuarteta indecidora, pavota y frívola, es un resumen del Romancero . El pecado del libro está en el no ser; en el ser casi libro en blanco, molestamente espolvoreado de lirios, moños, sedas, rosas y fuentes y otras consecuencias vistosas de la jardinería y la sastrería; de los talleres de corte y confección, mejor dicho" [...] "No hay una idea que sea de él; no hay un solo paisaje en el universo que por derecho de conquista sea suyo. No ha mirado ninguna cosa con ojos de eternidad. Hoy, ya bien arrimado a la gloria y ya en descanso del tesonero ejercicio de ser un genio permanente, ha querido hablar con voz propia y se la hemos escuchado en el Romancero y nos ha dicho su nadería. ¡Qué vergüenza para sus fieles, qué humillación!".
Borges insolente, Borges valiente: al fin y al cabo, escritor joven no aún establecido entre sus mayores, se estaba midiendo con el máximo árbitro de la literatura argentina, y él bien lo sabía. Pero aún en la excesiva acritud y en el innecesario descaro de estas líneas late una verdad irrefutable y necesaria, como una fresca bofetada de realidad ante el solemne desfile de los obsecuentes. Como lo veremos enseguida, cara le costaría su hermosa audacia.
En el mismo mes, agosto de 1926 y en la misma editorial, Proa, aparecen Don Segundo Sombra y El tamaño de mi esperanza , dos frutos tempranos y ya maduros del nuevo criollismo. Dos frutos complementarios: en Güiraldes el criollismo se vuelca en narrativa, en Borges se vuelve un programa ensayístico y crítico. Quien se llevará la palma, sin duda alguna, pero también sin que ninguna expectativa lo sugiriera, es Don Segundo Sombra .
¿Y Lugones? Naturalmente, Lugones no sólo ha leído Don Segundo Sombra ; ha leído también, con resquemor e inquietud, El tamaño de mi esperanza . El escritor cordobés ve avanzar, insolente, joven, porteño e indetenible, terriblemente certero, el genio crítico de Borges, ese muchacho de veintisiete años que amenaza su dominio y se burla de su poderío. Y el tándem Borges-Güiraldes, amigos en la orientación y conducción de Proa y Martín Fierro , los periódicos vanguardistas, es demasiado riesgoso: Lugones ve claramente el peligro y se le adelanta. La feroz pero no totalmente desatinada andanada de Borges contra el Romancero puede acaso paliarse y hacerse olvidar con un gesto magnánimo y generososo suyo con respecto a Güiraldes, una figura menos agresiva, más tranquilizante y señorial que la de Borges.
Y además Lugones comprende, como todos los emperadores, que dividir es reinar. Antes de un mes y medio tendrá escrito y publicado el célebre artículo consagratorio de Güiraldes en La Nación . La respuesta inesperada de Lugones a la aparición conjunta y simultánea de El tamaño de mi esperanza y de Don Segundo Sombra , apenas un mes después, el 12 de septiembre de 1926, es pasar por alto a Borges -evidentemente, el más peligroso del dúo- y premiar a Güiraldes con el indudable espaldarazo de un extenso artículo, laudatorio y consagratorio, en la primera página de La Nación .
No hay duda de que el entusiasmo de Lugones es genuino. Lugones, el enemigo predilecto de Borges, es quien unge definitivamente a Güiraldes. Pero uno de los propósitos de Borges en El tamaño de mi esperanza había sido precisamente ungir a Güiraldes, a quien llama "primer decoro de nuestras letras", en contra de Lugones, "escritor de una especie, no de una estirpe." Lugones desarma la audaz jugada de Borges con un jaque mate real: será él quien salga definitivamente a proclamar la gloria de Güiraldes, desplazando violentamente a Borges en el camino y neutralizándolo por flagrante omisión.
En su artículo consagratorio sobre Güiraldes, Lugones no pierde la oportunidad de hacer la apología del gaucho simbolizado en Don Segundo Sombra , pero luego se vuelve sugestivamente contra los que enarbolan "un gracejo de arrabal" y contra aquellos que quieren instalar en un país canalla "la trastienda clandestina de la mixtura de ultramar, donde el fraude de la poesía sin verso, la estética sin belleza y la vanguardia sin ejército, adereza el contrabando de la esterilidad, la fealdad y la vanagloria." Que yo sepa, nadie hasta ahora ha leído en estas líneas un implícito rechazo a la estética de Borges -pero la sospecha cabe. Mixtura de ultramar, vanguardia sin ejército y poesía sin verso caracterizan ciertamente a la obra de Borges por esos días, del mismo Borges que, en Luna de enfrente , solicita que sus versos "no sean persistencia de hermosura pero sí de certeza espiritual". Y si esterilidad y fealdad no pueden en rigor achacársele sin apasionamiento u ofuscación, no es menos cierto que El tamaño de mi esperanza es también un muestrario de jactancia juvenil y vanagloria insolente. La indignación de Lugones en este párrafo suena a mis oídos aún más intensa que la alabanza a Güiraldes -y hace suponer que de algún modo es el despecho del maestro cordobés el que inflama compensatoriamente el saludo triunfal a Don Segundo Sombra .
No nos consta que ésta haya sido la secreta lectura de Borges o la de Güiraldes y sus entusiastas compañeros de Martín Fierro. Pero sí es un hecho que por leer Don Segundo Sombra , Buenos Aires olvida leer El tamaño de mi esperanza ; por escuchar la voz más autorizada y autoritaria de Lugones, se olvida que Borges se le ha anticipado en señalar la valía de Güiraldes. Borges no sólo no ha derrocado a Lugones sino que no ha podido entronizar a Güiraldes. Su peor enemigo es quien corona a su mejor amigo. Y en el camino de esta comedia trágica, su propio libro, una suerte de manifiesto por un criollismo diferente, se pierde en el tumulto de las contradicciones.
En una carta de Adelina del Carril a Larbaud, de octubre de 1926, la mujer de GÜiraldes escribe "...el libro ha caído con suerte y ha entrado en el corazón del público [...] en veinte días se ha agotado la primera impresión de 2000 ejemplares y ya está colocada la segunda de 5000". El éxito inesperado de Don Segundo Sombra desvía de la atención general la aparición de El tamaño de mi esperanza , que no llega a agotar los quinientos ejemplares originales, por los cuales batallarán después los bibliófilos. Lo que dice Güiraldes narrativamente alcanza mayor impacto que lo que con mayor audacia dice Borges de manera programática. La relación entre ambos libros -que hoy nos parece obvia- queda soterrada por la miopía general. Es el primer fracaso de Borges, cuyos tres libros anteriores, Fervor de Buenos Aires , Inquisiciones y Luna de enfrente , han tenido una profunda resonancia, no sólo en el país sino en Latinoamérica y en París -un hecho sin precedentes, dada su juventud. Lugones ha demostrado su terrible inteligencia, su capacidad proteica de adaptación, su don de adivinación, su maestría en adelantarse a los acontecimientos y retener el cetro del poder literario.
Cinco meses después del artículo de Lugones, Güiraldes, enfermo, se embarca para París en un viaje sin regreso. Lo acompañan su mujer y dos peones de la estancia. Y cuando vuelva a los siete meses, muerto y glorioso (Michaux, Supervielle, Auclair, Monnier asisten en París a sus exequias), es el presidente Marcelo T. de Alvear el que recibe sus restos en Buenos Aires y Lugones quien dirá el discurso funerario en el cementerio de San Antonio de Areco.
Creo que en pocos casos la literatura argentina ha ofrecido una historia de amistad tan breve, intensa y dramática como la de Borges y Güiraldes, una amistad trenzada y transida de tanta admiración y cariño como de frustraciones y malentendidos subjetivos y objetivos, todos ellos involuntarios, crecidos a la vera de una amistad prematuramente interrumpida por acontecimientos imprevisibles del reino de la literatura y del reino de la muerte. Entre Güiraldes y Borges, la sombra monumental de Lugones se interpone. Primero Lugones, el discutido, el discutible -pero después la muerte, la irrefutable. Y Borges habrá aprendido para siempre. Para siempre se alejará de su adhesión entusiasta al criollismo del mismo modo que Güiraldes se ha alejado irrevocablemente de él. Pero Güiraldes habrá marcado la juventud de Borges, como -bajo un signo muy diferente- marcará Bioy Casares su madurez.