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“¿Va a halagarme o a pintar la realidad? ¿Va a pintarme como un querubín o como un bulldog?”, pregunta desconfiado Winston Churchill. “Supongo que hay una gran cantidad de señores Churchill”, responde con cautela Graham Sutherland al iniciar el desafiante proceso de retratar a uno de los grandes líderes del siglo XX. “Efectivamente, los hay”, confirma Lady Clementine, esposa del primer ministro británico que es además, entre muchas otras cosas, un pintor aficionado.
Esa escena de la primera temporada de la serie The Crown anticipa otra más reveladora de la compleja personalidad de aquel hombre que jugó un rol clave durante la Segunda Guerra Mundial. A punto de cumplir ochenta años, en 1954, Churchill se conmueve al confesarle en forma involuntaria a Sutherland por qué el estanque de su casa protagoniza más de una veintena de sus propias pinturas.
“Nuestra obra dice mucho sin querer, y eso ocurre con su estanque -observa Sutherland-. Bajo la tranquilidad, la desgracia y el juego de luces de la superficie vi la verdad, vi dolor, un dolor espantoso”. Es entonces cuando el gran estadista se quiebra y le cuenta sobre la muerte temprana por septicemia de su última hija, Marigold, un año antes de que la familia se mudara a Chartwell. “Ahí fue cuando construí el estanque”, recuerda al borde del llanto.
La magistral interpretación de John Lithgow del imbatible orador que fue oficial del ejército, Premio Nobel de Literatura, historiador y corresponsal de guerra parece haber impactado en el mercado de arte. Una pintura de las más de quinientas que Churchill produjo sin fines comerciales, y que solía regalar a sus amigos, fue vendida en noviembre en Sotheby’s por el equivalente a casi 1,3 millón de dólares. Un valor cinco veces superior al previsto. El 1 de marzo próximo, Christie’s rematará otra estimada en medio millón. Será la primera vez que Escena en Marrakech, obsequiada a mediados del siglo pasado al mariscal de campo Bernard Law Montgomery, se ofrezca en una subasta.
“Pintar un cuadro es como luchar en una batalla -advierte Churchill a su retratista en The Crown-. Una batalla sangrienta, una lucha a muerte entre gladiadores. Y el artista puede ganar o perder. ¿Está ganando? ¿Cree que me gustará?” La respuesta llegará poco después, cuando el cuadro encargado por el Parlamento como regalo de cumpleaños termine consumido por las llamas y Sutherland sea acusado de ser “un Judas que empuña una brocha asesina”.
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