El discurso de la Nobel de Literatura, Annie Ernaux: “Hacer que lo indecible salga a la luz es un asunto político”
La autora francesa leyó su discurso de aceptación del prestigioso premio ayer en la Academia Sueca; el sábado recibirá el galardón junto con los demás ganadores de la edición 2022: una medalla de oro, un diploma y alrededor de 967 mil dólares
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“Desde que aprendí a leer, los libros eran mis compañeros”, dijo ayer la escritora francesa Annie Ernaux -Premio Nobel de Literatura 2022 por “el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los alineamientos y las limitaciones colectivas de la memoria personal”- en su discurso de aceptación ante la Academia Sueca, en Estocolmo.
El próximo sábado, junto con la mayoría de los galardonados con el Nobel, participará de la ceremonia oficial de entrega de premios en la Sala de Conciertos de Estocolmo, a la que asistirá la familia real sueca. Los premios se suelen entregar el 10 de diciembre, en el aniversario del fallecimiento de Alfred Nobel, en 1896. Como los demás premiados, Ernaux recibirá un diploma, una medalla de oro y diez millones de coronas suecas (967.000 dólares).
“Soy la primera mujer en Francia en ganar el Nobel de Literatura -dijo el martes Ernaux en una conferencia de prensa en la capital sueca-. Existe una especie de desconfianza contra una mujer que gana el Nobel, pero también contra una mujer que escribe”. Un día después, la autora de El acontecimiento, Los armarios vacíos, Pura pasión y Los años, por mencionar algunos títulos de una vasta obra (sus libros pocas veces superan las doscientas páginas), se refirió en su discurso a los inicios como escritora, sus lecturas de infancia y el lugar de las mujeres en la sociedad y en el ámbito literario. “Hacer que lo indecible salga a la luz es un asunto político”, sostuvo.
En una misma frase, Ernaux homologó las protestas de las mujeres iraníes con el lugar que ocupan las escritoras en las sociedades occidentales. “Lo vemos hoy con la revuelta de esas mujeres que han encontrado las palabras para acabar con el poder masculino y se han alzado, como en Irán, contra su forma más arcaica -dijo-. Escribiendo en un país democrático, sigo preguntándome, sin embargo, por el lugar que ocupan las mujeres en el ámbito literario. Su legitimidad para producir obras aún no está ganada. Hay hombres en el mundo, incluso en los círculos intelectuales occidentales, para quienes los libros escritos por mujeres simplemente no existen, nunca los citan”. E interpretó el reconocimiento de la Academia Sueca como “una señal de esperanza para todas las escritoras” y “una victoria colectiva”. Además de brindar el discurso de aceptación, Ernaux firmó una silla en el Museo del Premio Nobel.
Did you know when our #NobelPrize laureates visit Stockholm they are asked to sign a very special guestbook - a chair at the Nobel Prize Museum!
— The Nobel Prize (@NobelPrize) December 7, 2022
Here 2022 laureates Alain Aspect and Annie Ernaux show off their signed chairs - what other signatures can you spot? pic.twitter.com/VN8dHu5Ia3
A continuación, reproducimos algunos párrafos del discurso de aceptación de Ernaux, en versión de Lydia Vázquez Jiménez, traductora de los libros de Ernaux publicados por Cabaret Voltaire.
“No necesito ir muy lejos a buscar esta frase. Surge. Con toda nitidez, con toda su violencia. Lapidaria. Irrefragable. La escribí hace sesenta años en mi diario íntimo. Escribiré para vengar a mi raza. Era un eco del grito de Rimbaud: “Soy de raza inferior por toda la eternidad”. Tenía yo veintidós años. Era estudiante de Literatura Francesa en una facultad de provincias, rodeada de muchachas y muchachos procedentes de la burguesía local.
Pensaba orgullosa e ingenuamente que escribir libros, hacerse escritor, al final de una estirpe de campesinos sin tierras, de obreros y pequeños comerciantes, de gentes despreciadas por sus modales, su acento, su incultura, bastaría para reparar la injusticia del nacimiento. Que una victoria individual borraba siglos de dominación y de pobreza, con una ilusión que ya la escuela me había incentivado por mi alto rendimiento escolar. ¿Cómo podría compensar mi éxito académico las humillaciones y las ofensas sufridas? No me planteaba la pregunta. Tenía algunas excusas.
Desde que aprendí a leer, los libros eran mis compañeros; la lectura, mi ocupación natural fuera de la escuela. Aquel gusto lo cultivaba una madre que, a su vez, devoraba novelas en su tienda entre cliente y cliente, y que me prefería leyendo más que cosiendo o tejiendo. La carestía de los libros, la sospecha de que eran objeto en mi colegio religioso, me los hacían aún más deseables. Don Quijote, Los viajes de Gulliver, Jane Eyre, los cuentos de los hermanos Grimm y de Andersen, David Copperfield, Lo que el viento se llevó, más tarde Los miserables, Las uvas de la ira, La náusea, El extranjero: era el azar, más que las prescripciones escolares, lo que determinaba mis lecturas.
[...] Que dos o tres editores rechazaran mi primera novela –novela cuyo único mérito residía en la búsqueda de una forma nueva– no fue lo que derrumbó mi deseo y mi orgullo. Fueron situaciones de la vida en las que ser una mujer suponía un pesado lastre con respecto a ser un hombre en una sociedad donde los roles estaban definidos según el sexo, la anticoncepción estaba prohibida y la interrupción del embarazo se consideraba un crimen. En pareja y con dos hijos, docente de profesión y con la intendencia familiar a mi cargo, me alejaba día a día, cada vez más, de la escritura y de mi promesa de vengar a mi “raza”. No podía leer la parábola “Ante la ley” en El proceso de Kafka sin ver en ello la figuración de mi destino: morir sin franquear la puerta que estaba hecha solo para mí, el libro que solo yo podría escribir.
[...] La elección de una escritura determinada nunca es obvia. Pero quienes, migrantes, ya no hablan la lengua de sus padres y quienes, tránsfugas de clase social, no usan exactamente la misma, se piensan y se expresan con otras palabras, todos, se ven confrontados a obstáculos suplementarios. A un dilema. Efectivamente, sienten la dificultad, véase la imposibilidad de escribir en la lengua adquirida, dominante, que han aprendido a manejar y que admiran en sus obras literarias, todo lo relativo a su mundo de procedencia, a ese mundo originario hecho de sensaciones, de palabras que dicen la vida cotidiana, el trabajo, el lugar ocupado en la sociedad. Está, por una parte, la lengua en la que han aprendido a nombrar las cosas, con su brutalidad, con sus silencios; por ejemplo, ese del cara a cara entre una madre y un hijo, en el bellísimo texto de Albert Camus Entre sí y no. Por otra parte, los modelos de las obras admiradas, interiorizadas, las que han abierto el universo primigenio y con respecto a las que se sienten deudores por su elevación, que a menudo consideran como su verdadera patria. En la mía figuraban Flaubert, Proust, Virginia Woolf: en el momento de retomar la escritura, no me resultaron de ninguna ayuda. Necesitaba romper con el “escribir bien”, con la bella frase, esa misma que enseñaba a mis alumnos, para extirpar, exhibir y comprender el desgarro que me penetraba. Espontáneamente, emergió en mí el estruendo de una lengua que arrastraba consigo la ira y la irrisión, incluso la vulgaridad, una lengua del exceso, insurgente, a menudo utilizada por los humillados y los ofendidos, como la única forma de responder a la memoria de los desprecios, de la vergüenza y de la vergüenza de la vergüenza.
[...] No es ese orgullo plebeyo lo que me motivaba (aunque, bien mirado…), sino el deseo de servirme del “yo” –forma a la vez masculina y femenina– como herramienta exploratoria que capta las sensaciones, las que ha enterrado la memoria, las que el mundo que nos rodea no deja de procurarnos, por todas partes y todo el tiempo. Esa cosa previa a la sensación se convirtió para mí a la vez en guía y en garantía de la autenticidad de mi búsqueda. Pero ¿con qué fines? No pretendo contar la historia de mi vida ni desvelar sus secretos, sino descifrar una situación vivida, un acontecimiento, una relación amorosa, y revelar así algo que solo la escritura puede hacer existir y transmitir, quizá, a otras conciencias y otras memorias. ¿Quién podría decir que el amor, el dolor y el duelo, la vergüenza, no son universales? Victor Hugo escribió: “Ninguno de nosotros tiene el honor de tener una vida propia”. Pero como todas las cosas se viven, inexorablemente, de forma individual –”me sucede a mí”–, no pueden leerse de la misma manera salvo si el “yo” del libro se vuelve, en cierta forma, transparente, de suerte que el del lector o el de la lectora ocupen su lugar. Si ese Yo es, en suma, transpersonal.
[...] Al concederme la más alta distinción literaria existente, una gran luz ilumina mi trabajo de escritura y de investigación personal, realizado en la soledad y la duda. No me deslumbra. No considero la concesión del Premio Nobel como una victoria individual. No es orgullo ni modestia pensar que se trata, en cierto modo, de una victoria colectiva. Comparto el orgullo con quienes, de un modo u otro, desean más libertad, igualdad y dignidad para todos los seres humanos, independientemente de su sexo y su género, de su piel y su cultura. Con quienes piensan en las generaciones venideras, en la salvaguarda de una Tierra que la codicia de unos pocos sigue haciendo cada vez menos habitable para el conjunto de los pueblos.
En cuanto a la promesa que hice a los veinte años de vengar a mi raza, no sabría decir si la he cumplido. De ella, de mis antepasados, hombres y mujeres esforzados en tareas que les hicieron morir pronto, recibí la fuerza y la rabia suficientes para tener el deseo y la ambición de hacerle un sitio en la literatura, en ese conjunto de voces múltiples que, muy pronto, me acompañaron permitiéndome el acceso a otros mundos y a otros pensamientos, incluido el de rebelarme contra ella y querer modificarla. Para inscribir mi voz de mujer y de tránsfuga social en lo que se presenta siempre como un lugar de emancipación, la literatura”.
En Buenos Aires
Ayer, en el auditorio de la sede de la Alianza Francesa porteña, las escritoras Virginia Cosin y Cecilia Fanti conversaron con la periodista Ana Clara Pérez Cotten sobre la obra de la autora francesa de 82 años, en un acto organizado por las editoriales Tusquets, Milena Caserola y Cabaret Voltaire, la librería Céspedes, la embajada de Francia y el Instituto Francés. Luego de la charla “Una pasión simple: Leer a Ernaux, escribir con ella”, se proyectó el documental J’ai aimé vivre là [”Me encantó vivir ahí”], de 2020, realizado por Régis Sauder y basado en textos de Ernaux. Luego del 6 de octubre, día de la entrega del Nobel de Literatura, las editoriales en lengua española se apresuraron por reimprimir ejemplares de sus libros y hacerlos llegar a las librerías.
El domingo 27 de noviembre, Ernaux se presentó en Fiesta Literaria Internacional de Paraty, en Brasil, y conversó con el escritor carioca Geovani Martins. “Es necesario incluir lo personal dentro de un contexto histórico, porque los hechos políticos inciden en el destino de cada uno de nosotros”, dijo la escritora. ¿Viajará la Nobel de Literatura 2022 a Buenos Aires para la próxima edición de la Feria del Libro? La Fundación El Libro ya le cursó la invitación a Gallimard, su casa editora en Francia.
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