El dilema de los ratitos indefinidos
No sé si les pasa lo mismo. Para mí los ratitos son una experiencia extrema. Si a Pascal los espacios vacíos lo atormentaban, a mí me pasa lo mismo con los ratitos. Toda vez que alguien me dice que algo va a llevar un ratito, que vuelve en un ratito, que es solo un ratito, me descompenso y tengo que sentarme, pálido como espectro.
¿Cuánto es un ratito? Nadie lo sabe en este mundo, en el que existen muchos misterios, pero la definición de ratito encabeza la lista, muy por encima de las leyes de la física dentro de los agujeros negros o de dónde venimos, adónde vamos y por qué estamos aquí. ¡Ay, las escalas de tiempo! Alguna vez tendrían que añadirles a los programas educativos un taller de adaptación que nos enseñe que toda la historia que estudiamos –mal o bien, es lo de menos en este punto– se basa en una métrica por completo diferente de la de la vida real. Son menos caprichosas que el dichoso ratito, pero se llevan a las patadas entre sí y nos conducen a confusiones que pueden ser peligrosas. Miren estos números.
De la Grecia Clásica nos separan casi la misma cantidad de años que a Sófocles, Sócrates, Aristóteles y Platón los separaban de las construcción de las pirámides de Egipto. Dos mil quinientos años, redondeando. Y toda esa era a la que llamamos “después de Cristo” no ha durado todavía el abismo de tiempo que había entre las calles de Roma que vieron pasar al César y esas pirámides colosales que todavía hoy, incluso abrasadas por el tiempo, nos deslumbran.
Una prueba que hago en clase, para demostrar un fenómeno semejante, pero más cercano: ponemos en una línea de tiempo a Beethoven, Bach, Vivaldi, Brahms, Coltrane, Lennon y Cristo. Queda en evidencia así que toda esa música supuestamente antigua es de los últimos 300 años, y que está mucho más cerca Johann Sebastian del díscolo Beatle que de las catacumbas cristianas.
¿Alguien mencionó el cambio climático? Claro que sí. Los que observan la escala planetaria, lógicamente, van a advertir que estas variaciones son no solo frecuentes, sino que han sido más catastróficas en otras eras. El problema de este razonamiento es que las personas no sufren ni mueren en la escala que se usa en los libros de historia o en los de paleontología. Equivale a decirle a una persona gravemente enferma que no exagere, que unas 120.000 millones de personas han vivido y han muerto en este mundo, desde que existe el Homo sapiens.
No solo no sirve, sino que es un razonamiento inválido. Primero, porque ninguna de esas 120.000 millones de personas que han vivido en el mundo hasta ahora son o fueron esa persona que ahora se enfrenta a la muerte. Segundo, porque nadie padece estadísticamente.
Es una de las grandes paradojas de la naturaleza humana. Somos seres sociales, pero existimos como individuos. Somos capaces de esfuerzos colectivos que cortan el aliento y desafían todo egoísmo desengañado (el rescate de Dunkerque, por citar solo uno), pero todo grupo humano está formado por individualidades irrompibles, intransferibles y en gran medida herméticas.
Por eso las soluciones simplistas, los sermones de gabinete y las estadísticas prolijas y de apariencia incuestionable son, en la mayoría de los casos, un espejismo. A veces podemos ser felices en conjunto; con nuestra persona más amada, en el recital de esa banda que coreamos eufóricos, en la final de la Copa del Mundo. Pero sufrimos a solas, y por eso deberíamos cuidarnos mucho de interpretar los problemas del mundo con el rasero de la historia. Porque por ese camino, y llevando el razonamiento al extremo, nada importa demasiado, porque este es solo un planeta en una galaxia que tiene entre 100.000 y 400.000 millones de soles, y que es una entre 200.000 millones y 2 billones de otras galaxias en el universo observable (no tenemos el número preciso, perdón). A esa escala, me temo, nada es demasiado urgente ni grave. Mucho menos cuánto dura un ratito.
Temas
- 1
Discutir lo indiscutible
- 2
Un “recuerdo emocionado” de Jaime Bayly sobre Lanata: “Era una de esas criaturas que nacen cada cincuenta o cien años”
- 3
Una premiada dibujante renunció al Washington Post porque no publicaron su caricatura de Jeff Bezos arrodillado ante Trump
- 4
Apostar a lo seguro: los libros que vamos a leer en 2025