El dibujo como refugio en la era del exceso
Consagrado como fotógrafo, el autor opta por sus acuarelas para registrar una visita a la exposición de Noé
El futuro llegó. La anunciada crisis de la fotografía es ahora. Ya. El Titanic versión 5.0 como metáfora del irreversible final de esta época de saturación fotográfica, capturas digitales que se pierden en el océano del ciberespacio y navegan rumbo al iceberg. Faltan dos minutos para el accidente. El capitán toma champán y baila arriba de las mesas en la sala VIP, enfiestado, tomándose selfies y subiéndolas a Facebook al momento.
El único modo de calmar la angustia que me provoca este desmadre comunicacional es refugiarme en estas crónicas sociales artesanales/manuales. Dibujos hechos para materializar y documentar un hecho sociocultural. Algo así como las crónicas de Indias o los dibujos de Darwin.
Ayudado por un Fernet doble mezclado con Amargo Serrano, tomé valor para tomar un taxi hasta Puerto Madero para saludar a Yuyo en el día de su inauguración. Mi objetivo era darle un abrazo e irme. Cuando lo encuentro, comienzo a verbalizar elogios. No tengo mucha confianza con él. Debemos haber cruzado veinte palabras en toda la vida. Yuyo me corta en seco el palabrerío, me agarra de un brazo y me pone frente a su nueva escultura. La del dibujito. Como diciendo: "Vamos al grano. Mirá y dejemos de hablar al pedo". Se da vuelta y se pone a hablar con otra gente. La sensación que tuve fue la presencia energética del hecho artístico. La escultura me transmitió energía. Un exceso de vitalidad.
Vine a casa y dibujé a Yuyo encasquetado en su sombrero panamá y la mano sola fue dibujando un cuchillo. Un gesto gauchesco, algo así como estar a la defensiva, a estar alerta por si atacan... Uno le carga a sus retratados sus propias paranoias. La línea piensa. Cuando uno dibuja hay que dejarse llevar y no borrar. Lo que sale, sale.
Luego sentí que en la inauguración de la muestra en la Colección Fortabat sobrevolaba el aura de Amalita. No se nota mucho que es ella. La dibujé de memoria y me salió mal. La escultura también la dibujé de memoria. No quiero volver a ver la exposición por temor a que la escultura de Noé no se parezca a la del dibujito.
Los tiempos cambian demasiado rápido. Ahora necesito mis dibujitos como crónica. Como objeto cargado de memoria y emociones. Se guarda en un cajón y no en un disco duro. Existe. Esta fechado. Firmado. Y tiene una ventaja: los dibujitos no se olvidan. Las fotos sí.
La crónica manual, artesanal, subjetiva, no-pixelar, queda como único e ilusorio refugio de supervivencia. De todas maneras, no es para preocuparse. Son juegos de palabras. Entretenimientos literarios.
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