El desafío internacional
ESTADO-NACION Y GLOBALIZACION Por Daniel García Delgado (Ariel)-299 páginas-($ 16)
EN su obra El fin de la democracia , Jean-Marie Guéhenno afirmaba hace algún tiempo que, tras la caída del muro de Berlín, había quedado clausurada la era del Estado-nación, y que quedaba así abierto el camino para un nueva era imperial. El análisis proponía centrar el debate en la relación del hombre con el mundo: un debate de contenidos éticos que contribuyera a evitar tal desenlace y promoviese eventualmente el renacimiento de la política en el pequeño espacio.
Daniel García Delgado tiene una preocupación afín. Renuente a considerar la globalización como variable omniexplicativa, el autor no desconoce sin embargo hasta qué punto, al erosionar la distinción entre política doméstica e internacional, el nuevo sistema condiciona la autonomía de los Estados, que se ven "limitados en su toma de decisiones por la presencia de demandas externas tanto o más influyentes que las que expresa su propio sistema societal".
Sólo que no se trata, nos dice, de un proceso inevitable que cierre definitivamente la puerta a otras opciones políticas. Por un lado, están las instituciones municipales que -en su opinión- es preciso fortalecer, aunque evitando el riesgo del localismo y la ruptura con "solidaridades" más amplias. En segundo lugar, parece evidente que la integración regional, pese a algunos resquemores, ha logrado imponerse como alternativa viable. El autor se detiene particularmente en las posibilidades que ofrece el Mercosur, en parte todavía inciertas. Sin embargo, esa incertidumbre no lo disuade de sostener que es ése el ámbito inmediato desde el cual la Argentina debería pensar la globalización.
En un nivel propiamente nacional, por último, García Delgado hace hincapié en la necesidad de un mayor protagonismo del Estado, cuyas funciones quisiera ver respaldadas por un contrato de integración social que permitiese afrontar el desafío del capitalismo globalizado. Haría falta, para ello, un fuerte consenso, y la sola garantía de la estabilidad económica, tal como se ha demostrado, no basta para generarlo. El Estado -señala- no sólo tiene que redefinir sus modalidades de gestión ante el fracaso del modelo intervencionista. Debe también hacer frente a problemas tales como la crisis de la representación, la apatía cívica, los altos índices de pobreza y desempleo, la corrupción, la creciente violencia cotidiana o aun la llamada gobernabilidad, que no deja de ser inquietante en una época en la cual -como hubiera dicho Aron- la lentitud de los legisladores constituye la desesperación de los técnicos.
Dejemos de lado las objeciones que nos despierta esta argumentación relativa al papel del Estado que, según enseña la experiencia, siempre ha tendido a anular la vitalidad de los ciudadanos. Varios años de investigación, un diestro manejo de las fuentes y la rigurosidad propia del saber especializado son rasgos visibles de este libro que, lejos de pasar inadvertido, ocupará seguramente un lugar de privilegio en futuras bibliografías sobre el tema.
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