El delirante mundo del Agente Rayo

A veinte kilómetros de Choele Choel existe un pueblo pequeño llamado Villa Durazno. No figura en los mapas y ningún operador turístico en su sano juicio está en condiciones de venderlo como destino. Allí solo viven y gobiernan mujeres expertas en dos cosas: el sexo y matar con cuchillo. Son las azucenas, hijas de las viudas que cayeron en manos de la mazorca de Juan Manuel de Rosas; y del despiadado criminal Cirilo Moreira, aquel que se paseaba por estas calles de tierra con un cajón de cabezas humanas al hombro, al grito de "Duraznito coloradooo". Al que le suene un poco delirante la historia, debe saber que es solo el comienzo de La saga del gaucho sin cabeza, una tira de siete libros, que serán ocho en breve, tan estrafalaria como bien documentada, escrita por el casi nunca bien ponderado Agente Rayo.
No se puede develar la identidad del Agente Rayo. Es imposible y, quién sabe, hasta peligroso. Solo se conoce de él que tiene la convicción de ser un excelente escritor, que no acepta críticas y no le muestra nada a nadie. Lo asiste un colaborador, Eduardo Orenstein, que le concede todos los caprichos sin decir ni mu; y un editor, el artista plástico y poeta Ral Veroni, de Ediciones Urania, que recibe los manuscritos e imprime.
Entonces, a falta de información certera, habrá que hablar de Orenstein: contar que es escritor, librero, editor, documentalista, coleccionista de objetos muy raros, creador del primer museo erótico de Buenos Aires, y al que algunos le atribuyen la autoría real de La saga del gaucho sin cabeza. ¿Es Orenstein el Agente Rayo? Sea o no, está lanzando en abril el octavo tomo de esta historia, que involucra a Juan Manuel de Rosas y sus mazorqueros, Juan Domingo Perón, Evita, viudas asesinas y refugiados nazis que quieren fecundar a las azucenas para crear un Cuarto Reich en Villa Durazno, el pueblo fantasma de la Patagonia al que solo se llega por suerte, destino o invitación.
Orenstein –y no el Agente Rayo, que ya publicó de lo lindo– también editará este año su primera novela, Agujero negro, un policial que escribió en 2017.

Entrar en la guarida de Orenstein, una especie de cueva de Alí Babá sobre la calle Bacacay, en Flores, es sumergirse en un mundo tan paralelo como el de Villa Durazno. La casa está atiborrada de objetos del siglo pasado: juguetes de los 50 y 60, pósteres de la Coca Sarli, cabezas del muñeco de Geniol, carameleros de vidrio, un sapo, figuras eróticas, un muñeco de Perón sin manos... Hacer un inventario sería una tarea de locos. "El coleccionista es un sujeto egoísta que quiere poseer un objeto que nunca más verá la luz del sol", afirma el escriba, y en cierta forma está contando parte del argumento de Agujero negro.
Si tuvieras que rescatar uno solo de todos estos objetos de un incendio, ¿cuál sería?
Para mí los objetos no tienen un valor vital y, como soy pobre, si alguien viene mañana y quiere comprar yo le vendo lo que hay. Soy muy vago y me gusta vivir sin trabajar; por eso vendo caro. Pero también estoy dispuesto a que todo esto se queme, si tiene que pasar.
***
Será vago, pero como escritor es muy prolífico (también lo es como colaborador periodístico sobre temas culturales en distintos medios). En 2012, el Agente Rayo publicó en papel el tercer tomo de la saga, que se llamó Un homungulem para la Argentina. Los dos tomos anteriores, Los misterios de Villa Durazno y La conspiración de los ilíacos, que habían sido difundidos inicialmente por Facebook, se editaron en físico poco tiempo después, hasta llegar al séptimo. Todas las ilustraciones corrieron por cuenta del artista Byron Hasky.
La historia cuenta que fue Veroni quien le propuso a Orenstein convertirse en ayudante del Agente Rayo, como fuerza de choque contra intelectuales e historiadores de cabotaje.
Al principio su obra fue un cadáver exquisito y quiso ser una construcción colectiva de varios artistas y opinólogos, pero el asunto no fue para ningún lado. "Me llevo muy mal con lo colectivo; arruiné cosas que podrían haber sido muy buenas", se jacta el escritor, y explica que a Rayo "siempre le interesó mucho el tema de los degollamientos en el siglo XIX".
Orenstein es uruguayo y llegó a Buenos Aires a los 16 años. Empezó a estudiar cine y terminó relacionado con las corresponsalías, especializado en edición. Trabajó para la CBS, CNN, CNN en español, O Globo, la tevé española y alemana.
Para cada una de las presentaciones de los tomos, Orenstein arma "fiestas temáticas completamente escandalosas" (así dice), que ya son célebres entre los seguidores de la saga. En la primera, el Agente Rayo, que de por sí es muy malhumorado, avisó que no iba a ir. Toda la gente estaba citada en la casa de Bacacay, pero Rayo dijo que quería quedarse viendo la segunda temporada de Vikingos en su hogar. Entonces, hizo una concesión: mandó un pedazo suyo, su cabeza, y fue ella la que presentó el libro (una cabeza desprendida del cuerpo hablando sobre un fondo negro). En la cuarta parte, De los justicialistas de los últimos días –se llaman así por haber usurpado un templo mormón abandonado–, Orenstein esperó a todos con choripán y vino en tetra brick.
Hay que recordar que en el tomo anterior, una sociedad secreta de eruditos ocultistas trató de crear un "homungulem" (un ser superior) utilizando, entre otras cosas, el útero extirpado de Evita y las manos de Perón amputadas al cadáver en 1987.
¿Qué relación intelectual tenés con el peronismo?
Fui peronista durante tres meses, pero no funcionó. A mí Perón y Evita me encantan tanto como Drácula o Frankenstein, pero nunca se me ocurriría que Drácula o Frankenstein fueran presidentes. En verdad soy antiperonista porque soy anticapitalista. Y Rosas fue una especie de proto-Perón, al que también solo le importaba su propio enriquecimiento.
¿Te imaginás cómo sería una sociedad gobernada solo por mujeres, como las azucenas en Villa Durazno?
Eso es una pavada. Las mujeres merecen todo lo que les corresponde como individuos. En este caso, las azucenas son extraordinarias por su moral y su sentido de la solidaridad. Pero no es un tema de género. Al mediocre, nada. Ya sea hombre o mujer. No necesitás ser feminista para confrontar con el capitalismo y el estado del mundo.
El estrangulador del descuartizador
Eduardo Orenstein es uruguayo y llegó a Buenos Aires a los 16 años. Empezó a estudiar cine y terminó relacionado con las corresponsalías, especializado en edición. Trabajó para la CBS, CNN, CNN en español, O Globo, la tevé española y alemana. Entre sus misiones como corresponsal, pasó cuatro meses en Perú durante la toma de rehenes en la residencia del embajador japonés en Lima, en diciembre de 1996.

Siempre inquieto, se puso a producir documentales: uno de ellos fue La historia del estrangulador del descuartizador de Lima, que cuenta el caso de un asesino serial de mediados de los 80 en esa ciudad, llamado Ángel Díaz Balbín, y cómo el psicólogo que debía tratar su caso, Mario Poggi, lo estranguló en el cuarto de interrogatorios de la Policía local.
"Poggi me citó en un baño turco para darme su versión, con la temperatura del infierno. Hicimos la entrevista desnudos y me contó todo", recuerda.
También viajó dos veces a Japón para realizar un documental sobre historieta nipona y, entre sus títulos más visibles, produjo El arte de resistir, sobre tres artistas y la relación con el dinero. Miembro estrella del Teatrito de Personalidades Rioplatenses, pasó de editor, periodista y documentalista a librero (tiene una tradicional librería en la Bond Street, "Rayo rojo"), aficionado a los palíndromos –aquel que descubre palabras o frases que se leen igual en un sentido que en otro–, pintor y acopiador serial de material erótico de todas las épocas.
Si te dicen que sos un personaje un poquito excéntrico, ¿te sentís identificado?
Excéntrico puede ser, porque me siento un poco desubicado. Siempre encuentro un lugar tangencial para atacar un problema, desde arreglar un calefón hasta temas de pareja.
¿Cómo llegas al erotismo? ¿Cuál es tu búsqueda?
No llego porque sea un cultor del erotismo, sino porque me parece una faceta misteriosa y también tangencial de lo humano. Y te voy a dar un ejemplo. [Se levanta y va hasta una vitrina de la casa en donde hay muñequitos en distintas poses sexuales]. ¿Ves estas figuritas? ¿Sabés cómo las conseguí? Resulta que me llama un señor que se presenta como artista y me invita a su casa para mostrarme lo que hacía: unos platos con motivos grecorromanos, etcétera. Fui muy amable con él, porque el tipo era raro y a mí me gusta todo lo raro, pero la verdad es que no me interesaba su obra. Cuando me estaba yendo, paso por un lugar de la casa en donde estaban estas esculturitas (las señala en la vitrina), y el hombre me cuenta que las hacía su mujer. Me fascinó la idea de que una señora de más de 50 años, sin pretensiones artísticas, fabricara esas escenas de sexo explícito y rarísimo. Ese es el erotismo que me atrae: lo inclasificable, lo marginal y popular, lo obtuso, lo que no puedo explicar. Porque si lo puedo explicar, ¿para qué lo quiero?
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