El debut como fotógrafo de Jacobo Fiterman, uno de los fundadores de arteBA
"Ser fotógrafo es mirar lo que otros simplemente ven", dice Jacobo Fiterman. La atención, según él, lo cambia todo. Y el reflejo de capturar, aunque sea con la cámara del teléfono, el instante en que una chica que le acaricia el pelo a otra mientras miran juntas el celular. O en que un empleado de una casa de trajes toma de la cintura a su cliente –un señor mayor, con gorra, mucho más bajo que él– mientras se prueba un saco. O el momento de descanso de una señora, sentada de espaldas frente a tres paredes vacías y pintadas de negro.
"Esa sala de la Tate Modern me recordó a la Capilla Rothko, en Houston, donde sólo hay obras negras" , dice este ingeniero y coleccionista de 89 años que viajó por todo mundo, además de haber impulsado las fundaciones arteBA y Alón, de haber dirigido la colectividad judía y de haber ejercido como secretario de Obras Públicas de la Ciudad de Buenos Aires, entre otras ocupaciones. Por ese motivo la muestra que inauguró días atrás en la galería Cecilia Caballero se titula Jacobo Fiterman. También fotógrafo.
La exposición incluye registros de sus paseos por Buenos Aires, Estambul, París, Londres y Nueva York, ciudad que lo fascina por su vitalidad y que visita muy seguido. Allí fotografió muchas de las puertas que pueden verse ahora en la calle Montevideo. "Imagino quiénes viven en esas casas, cómo es la familia, quién fue el arquitecto... Son historias que yo me conté", dice, mientras señala otra tomada en una farmacia porteña. "Damien Hirst hizo una instalación en la que representó una farmacia, y la vendió por millones. Yo la tengo gratis", observa con humor.
Las variaciones del mercado no le son ajenas. Hijo de una pareja de inmigrantes llegada desde Polonia en 1923, ganó amplia experiencia como desarrollador inmobiliario. Además de inversiones en Estados Unidos hoy posee una colección de seiscientas obras de arte.
Entre sus artistas preferidos se cuenta Carlos Alonso, a quien compró decenas de ilustraciones –que acaba de donar al Museo Carlos Alonso, en Mendoza– y dedicó uno de los veinte libros publicados por la Fundación Alón sobre la obra de grandes maestros como Juan Batlle Planas y Enrique Policastro. Legó otra pintura del artista mendocino y una escultura al museo Sívori, sólo para ganar una gran desilusión. "Ahora no las encuentran –explica–. No están catalogadas."
La filantropía, en su caso, es más fuerte que la especulación. Se encoge de hombros al mencionar que la galería pide 130.000 dólares por un cuadro de Rómulo Macció que él compró por 8000 dólares y vendió por 25.000. "Hoy compré otro en un remate, pero extraño el anterior", confiesa.
Una nostalgia similar le produce la bohemia que la escena artística local tenía décadas atrás, cuando "el pintor que vendía un cuadro era mal visto". Y si bien celebra que hoy haya más artistas que entonces, observa que aún se ve "poco apoyo" porque la sociedad argentina "no es abierta; hay mucha envidia, y el que es rico es criticado".
Nada parece detenerlo, sin embargo. Ahora proyecta dedicarle una muestra, un libro y un CD al artista correntino Benicio Nuñez, discípulo de Tomás Maldonado e ilustrador del Fausto criollo.
"Hay que mantener la mirada abierta", opina Fiterman, que no se asume como fotógrafo. "Kenneth Kemble decía que no se puede ser artista si no se lo es a tiempo completo. Simplemente, hago fotografía", dice con humildad sobre su muestra actual. En ese sentido, recuerda una respuesta atribuida a Pablo Picasso: "Le preguntaron cómo se podía aprender pintura y él contestó: ‘mirando’".
Para agendar
Jacobo Fiterman. También fotógrafo en la galería Cecilia Caballero (Montevideo 1720) hasta el 25 de enero. Entrada gratis
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