El curioso idioma de los argentinos
Elaborado por Pedro Luis Barcia y Gabriela Pauer, el flamante Diccionario fraseológico es un placentero reservorio de frases, dichos y locuciones sorprendentes
Diccionario fraseológico
Por Pedro Luis Barcia y Gabriela Pauer
La suerte de un diccionario de léxico es única e inamovible: está destinado a permanecer en un anaquel a la espera de la consulta. A nadie se le ocurriría sentarse a leerlo de corrido. En cambio, esta obra de Pedro Luis Barcia y Gabriela Pauer, si bien toma la forma de un diccionario, con sus entradas alfabetizadas, abre una nueva opción: la de leerlo por puro placer. Uno puede abrir sus páginas al tuntún y encontrarse con una maravillosa oferta de frases, dichos y locuciones. Esta verdadera joyita viene a continuar el aporte del valioso Diccionario del habla de los argentinos que publicó hace unos años la Academia Argentina de Letras. Entre ambos abren un ancho y diversificado panorama del habla de la ciudad y el campo.
En el estudio preliminar al Diccionario fraseológico , Barcia señala que la mayor cantidad de expresiones incluidas pertenecen al ámbito de la sexualidad, al cual le siguen las vinculadas con el comercio y el dinero y, a continuación, cabeza a cabeza, las provenientes del habla rural y del turf, aunque tampoco faltan las referidas al fútbol y al mundo de las drogas. Se aclara que no se incluyen expresiones propias de jergas de las profesiones universitarias.
Al pucho, es preciso decir que página tras página hay un universo de frases que resultarán desconocidas para el lector, así como otras tantas que usa o habrá usado, o que habrá oído o leído. Esto es lo más deslumbrante de la obra: en cada página saltarán una o varias frases inauditas para ese lector en particular. Algunas porque son de viejo cuño y ya han dejado de usarse y otras porque son nuevas o pertenecen a ámbitos alejados de su vida cotidiana. Junto a ellas, otras tantas expresiones sabidas que generarán la sonrisa del reconocimiento.
En ciertos casos, el Diccionario fraseológico aclara cómo se originó una expresión o el cambio sufrido durante su uso. Es lo que ocurre, por ejemplo, con "perdido como turco en la neblina", proveniente del Noroeste argentino, en la cual "turco" era originalmente "tuco" (es decir, luciérnaga); por ello, tenía un significado explícito, ya que el esquema de atracción sexual de las luciérnagas fracasa en la niebla. Cuando la expresión fue adoptada en el Litoral, donde el término "tuco" no es usado, "turco" copó la parada y se perdió el significado alusivo a la luciérnaga. Pero el dicho siguió su camino lo más pancho.
Barcia señala entre las dificultades propias de una obra de este tipo, que si bien el énfasis está puesto en las frases originadas en la Argentina o las que compartimos con otros países latinoamericanos, no deja de haber algunas que se han colado desde España. Hace comparaciones entre locuciones idénticas pero que poseen significados diferentes según el ámbito (por ejemplo, en España "ser un churro" quiere decir que algo es una casualidad, y no hace falta aclarar qué significa en la Argentina). También pone el acento en las complejidades de la clasificación de estas formas del habla, por lo cual concluye en que convendría cortar de raíz y hablar de "unidades fraseológicas" para denominar todas las especies del género.
Los autores piden que los lectores aporten todo lo que pueda mejorar este Diccionario . Aquí va uno. En la entrada "¡Al Colón! ¡al Colón!" figuran dos acepciones: "expresión irónica dirigida a algunos artistas que se sobrevaloran a sí mismos" y "expresión descalificadora para alguien que está actuando con exageración y exhibicionismo...". Pero falta una: cuando los admiradores de Osvaldo Pugliese lo ovacionaban con "¡Al Colón! ¡al Colón!" no lo decían en ninguno de esos sentidos sino como entusiasta homenaje al maestro.
Entre tantas expresiones de todo calibre como las que pueblan esta obra no podían faltar frases cargadas de poesía, como "al cantar de las diucas" ("diuca" es un ave pequeña de canto melodioso), bella manera bucólica de aludir al amanecer, que nos lleva de un solo vuelo al despertar de los amantes de Verona por el canto de la alondra.
Y ahora, a enfundar la mandolina y a otra cosa, mariposa.
© LA NACION
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