¿Se puede hacer un autorretrato en el teatro?
¿Si un animal se disfraza de otro animal está actuando? ¿Se puede fumar marihuana en escena? ¿En qué se convierte una película porno si le censuramos todas las escenas de sexo? ¿Pensamos más cuando no tenemos conexión a Internet? ¿Qué pasa cuando alguien rompe un billete en escena? ¿ Se puede dormir en una obra de teatro?
Todas estas preguntas y muchas otras flotan sobre la obra de teatro Las ideas, de Federico León. Un auténtico autorretrato donde, en lugar de ver al pintor frente al cuadro con un pincel en la mano, vemos al director mismo pensando, escribiendo en la computadora, fumando marihuana, cantando una canción que se censura a sí misma, filmándose y proyectando lo filmado en un juego infinito de repeticiones. En otras palabras, la obra es un autorretrato que revela el proceso mental de un artista que se pregunta por los bordes de lo verdadero y lo falso, lo real y la ficción, la vida y el teatro.
En escena, están Federico y Julián, uno de cada lado de una mesa de ping-pong, y además hay una computadora, un piano eléctrico y muchos otros artefactos que van saliendo de adentro o detrás de la mesa como si fuera una caja de sorpresas. Federico va desarrollando el hilo de su pensamiento junto a su amigo músico y actor, que funciona como un frontón para hacer rebotar las ideas y que vuelvan a él transformadas, cuestionadas, convertidas en otra cosa. De alguna manera, Julián es el otro lado de Federico. Dos figuras de esa máquina que piensa: el artista en su lugar de trabajo.
Hay algo deliberadamente inmaduro en la obra. El artista tiene más de 40 años y ha decidido encerrase con su amigo a hacer experimentos disparatados para ver los efectos de realidad que se pueden lograr con trucos caseros. En la novela Ferdydurke, del polaco Witold Gombrowicz, un hombre de más de 30 años vuelve al colegio secundario para revivir su adolescencia. En el prólogo el escritor advierte: "Aquí el autor confesando su propia inmadurez consigue más soberanía y libertad frente a la forma, y al mismo tiempo, deja entrever el mecanismo de su inmadurez". Las ideas es también un elogio de la inmadurez, la deformidad, la estupidez.
Para ver la obra de Federico hay que tocar el timbre del portón de su casa, esperar en el jardín y meterse en una cabaña pequeña de madera que por dentro funciona como un teatro en miniatura. Es como si te invitara a la casa del árbol, un lugar secreto que sirve para desarrollar todo tipo de ficciones y delirios. La noche que yo fui a ver la obra llovía y los espectadores esperábamos bajo un techito, comentando la lluvia en una suerte de cofradía momentánea. Éramos un grupo selecto, los miembros de una secta esperando que nos dieran entrada a una ceremonia íntima.
Cuando entré a la sala, se cerraron todas las puertas y ventanas, y pensé: "Acá no voy a poder respirar". Más allá de mi propia claustrofobia, tuve la certeza de que el artista nos había secuestrado del mundo para compartir sus obsesiones. Federico literalmente te interna con sus ideas, como si te raptara por un rato para llevarte adentro de su cabeza.
La autora escritora, dramaturga y directora de teatro