El crítico como artista: adiós al hombre que hizo de lo moderno su patria
Era de ese tipo de figuras de las que ya casi no queda ninguna. De un refinamiento inusitado, no hubo prácticamente zona de la actividad intelectual que Rafael Squirru no frecuentara. Fue poeta, tradujo a Shakespeare, escribió ensayos, incidió decisivamente como crítico en el arte argentino de la segunda mitad del siglo XX y, sobre todo, creó, en 1956, su obra mayor, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Squirru murió anteayer, poco antes de cumplir 91 años, y el conjunto de esa obra persiste como recuerdo de la figura irrepetible.
Como crítico, una tarea que ejerció en las páginas de LA NACION durante más de 20 años, Squirru se comprometió resueltamente con el arte de su tiempo. Por caso, cuando en 1960 fue nombrado director de Relaciones Culturales de la Cancillería durante el gobierno de Arturo Frondizi, envió las esculturas de Alicia Penalba a la Bienal de San Paulo y los grabados de Antonio Berni a la Bienal de Venecia. Su ojo no falló: los dos recibieron el primer premio.
La creación del Mamba era ya la consecuencia de una manera de acercarse al arte moderno. Al principio, el museo ni siquiera tenía un espacio, una sede. Era simplemente una idea, un gesto. El propio Squirru solía contar: "Recuerdo no sin nostalgia la época en que me llamaban director del museo fantasma. Por mi parte y para salir del paso había inventado una respuesta que me parecía ingeniosa y cuando se me interrogaba acerca del museo, a veces no sin malevolencia, yo respondía: Le musée c'est moi [el museo soy yo]."
Crear sobre la obra de otro
Era dueño de una biblioteca cuya vastedad reflejaba la amplitud de su curiosidad y, a la vez, la concentración de sus intereses. Escribió muy tempranamente sobre Rayuela, de Julio Cortázar ("Era hora de que alguien escribiera este libro; no era fácil, pero alguien tenía que hacerlo"), y mantuvo una estrecha amistad con Leopoldo Marechal, que le dedicó el cuadernillo La poética.
Para Squirru no había una separación tajante entre esas tareas. La crítica era ante todo una actividad artística de por sí. En el volumen Tan Rafael Squirru! (Elefante Blanco), mezcla de biografía y memoria familiar que preparó su hija Eloísa, leemos una definición bien clara de su oficio: "Para mí, la crítica, más que de interpretación, se trata de creación. Una creación muy particular que se produce a partir de la obra de otro. Es ser poeta lo que me permite ser crítico. Los críticos de arte a los que más admiro son también grandes artistas, a veces en otros géneros. Ahí lo tenemos a Baudelaire, crítico fenomenal que era además gran poeta [...] Claro que un crítico tiene también que tener ojo". De Berni a Clorindo Testa pasando por Guillermo Roux o Pérez Celis, pintores y en ocasiones amigos, todos le deben algo a ese infalible ojo crítico de Squirru.
En marzo del año pasado, cuando se le rindió homenaje por los 90 años, Victoria Noorthoorn, actual directora del Mamba, dijo lo siguiente: "Lo pensó todo, lo hizo todo, y sentó el ejemplo para todos nosotros, sus futuros directores." Lo mismo pasa con sus ensayos y artículos. Aunque no podría decirse que lo escribió "todo", sí escribió lo que el crítico debía escribir: el encuentro de un hombre de excepción con el arte de su época.