El conde Maeterlinck, un Nobel fascinado por la inteligencia de las flores que inspiró a Debussy
Se cumplen hoy 160 años del nacimiento del escritor belga; con ojo de entomólogo, alquimista y filósofo, escribió sobre abejas, hormigas, termitas, parásitos y zánganos
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Muy joven, dejó su profesión de abogado egresado de la Universidad de Gante y viajó a París, donde conoció a los poetas simbolistas Stéphane Mallarmé y Auguste Villiers de L’Isle-Adam (que lo introdujo en el idealismo alemán de Hegel y Schopenhauer); fue traductor al francés de Novalis, cultor del teatro inmóvil y metafísico, Premio Nobel de Literatura en 1911, conde y propietario de un castillo, ensayista (acusado de plagio), crítico del expansionismo alemán, guionista frustrado en Hollywood, inspirador de memorables piezas musicales y presidente de PEN Internacional hasta el año de su muerte, el belga Maurice Maeterlinck (1862-1949) fue uno de los autores elegidos por Jorge Luis Borges para su colección Biblioteca Personal donde, en el prólogo a La inteligencia de las flores, lo llama “el primer dramaturgo del simbolismo” (ese volumen, el Nº 8, se encuentra en librerías de usados y agrupa otros escritos, como “El homero de los insectos”, que rinde homenaje al entomólogo francés Jean Henri Fabre). Hoy se cumplen 160 años del nacimiento del autor en la ciudad flamenca de Gante.
“No es solamente en la semilla o en la flor, sino en la planta entera, tallo, hojas y raíces, donde se descubre, si quiere uno inclinarse un instante sobre su humilde trabajo, numerosas huellas de una inteligencia perspicaz -escribió en La inteligencia de las flores, de 1907-. Recuerden los magníficos esfuerzos hacia la luz de las ramas contrariadas, o la ingeniosa y valiente lucha de los árboles en peligro”. Para Maeterlinck, el perfume es el alma de las flores, y cada flor tiene su idea, sistema y experiencia. “Examinando de cerca sus pequeñas invenciones, sus procedimientos diversos, se recuerdan estas interesantísimas exposiciones de máquinas en que el genio mecánico del hombre revela todos sus recursos -destaca-. Pero nuestro genio mecánico data de ayer, mientras que la mecánica floral funciona desde hace millares de años. Cuando la flor hizo su aparición en la tierra, no había en torno de ella ningún modelo que poder imitar; tuvo que inventarlo todo”.
Cierto revival en la literatura y la filosofía actual, con autores interesados en jardines, flores, insectos y animales (como Federico Falco, Santiago Craig, Nadia Sol Caramella, Natalia Gelós y el chileno Cristian Alarcón, el galés Cynan Jones y la belga Vinciane Despret), tiene su antecedente en la obra del escritor belga, adoptado y condecorado por los franceses. Cuando recibió el Nobel en 1911 -“en reconocimiento de sus múltiples actividades literarias, y especialmente de sus obras dramáticas, que se distinguen por una riqueza de imaginación y por una fantasía poética, que revela, a veces bajo la forma de un cuento de hadas, una profunda inspiración, mientras que de manera misteriosa apelan a los propios sentimientos de los lectores y estimulan su imaginación”- ya había publicado obras teatrales como Los ciegos (seis hombres y seis mujeres ciegos abandonados en una isla), La intrusa (es decir, la muerte), el drama histórico Monna Vanna (que fue un éxito en su época), Pelléas y Mélisande (que inspiró la única ópera de Claude Debussy, y piezas de Arnold Schönberg y Jean Sibelius) y El pájaro azul, la colección de relatos místicos El tesoro de los humildes y el ensayo La vida de las abejas, considerado un “himno” a las comunidades de abejas. “Maeterlinck, al principio, explotó las posibilidades estéticas del misterio -señala Borges-. Quiso descifrarlo después”.
“Primero lo conocí a través de la criticada y vapuleada Peléas y Mélisande, ópera de Debussy con libreto de Maeterlinck -dice la escritora y traductora Vivian Lofiego a LA NACION-. Subyugada por esta adaptación de la trágica pareja de Paolo Malatesta y Francesca de Rímini, antes evocada por Dante en la Divina Comedia en el canto V, me sentí invitada a ahondar en la literatura del poeta y ensayista belga. ¡Cómo no fascinarme con un escritor que se interesó en la apicultura y, como Emily Dikcinson con su herbario, se dedicó con alma y vida a observar y describir abejas durante más de veinte años en el campo! Hermanado con la ciencia asciende hacia lo poético y en La vida de las abejas plasma la esencia de ambas que se fusionan en una forma de verdad. Sin olvidar que viene del teatro, en este libro que también se apoya en innumerables lecturas detalla el funcionamiento de la colmena. Vemos el papel de los zánganos, las obreras, los parásitos, los enemigos y la reina, que solo lucha con los de su rango. Ah, los vuelos nupciales de la reina, sus lujos, sus súbditas. Este microcosmos es una delicia que nos lleva por el misterio y la magia”.
Para la autora de La lengua de Medusa, Maeterlinck vio el arte con ojo de entomólogo, alquimista y filósofo. “Todo artista es un químico espiritual que dispone su alma a las reacciones de las impresiones; sus operaciones corresponden estrictamente a las manipulaciones materiales, o más bien son las mismas, ya que lo real solo existe intelectualmente”, definió Maeterlinck.
El pájaro azul, parábola sentimental que retrata la búsqueda de la felicidad de dos hermanitos ayudados por un hada, se estrenó en el Teatro de Arte de Moscú en 1908 (con dirección de Constantin Stanislavski y escenografía de V. E. Egórov), y fue llevada al cine en varias ocasiones; la más asequible es la dirigida por el estadounidense George Cukor, con un elenco integrado por Elizabeth Taylor, Jane Fonda y Ava Gardner, entre otras figuras. Su teatro “estático” inspiró a autores como Hugo von Hofmannsthal, Eugene O’Neill y Federico García Lorca.
Con el tiempo, curiosamente después del Nobel de Literatura y de seguir los consejos de su pareja hasta 1918, la actriz Georgette Leblanc, la dramaturgia maeterlickiana se volvió más convencional y orientada a la creación de personajes femeninos (interpretados por Leblanc); el escritor atribuía a las mujeres una superioridad espiritual e intelectual. Con Leblanc había creado, en la Villa Dupont, un salón literario al que concurrieron, entre otros, Mallarmé, Oscar Wilde, Camille Saint-Saëns, Anatole France y Auguste Rodin. En 1919 se casó con la actriz Renée Dahon. Interesada en sus ideas acerca de la puesta en escena, la actriz y directora catalana Margarita Xirgu incluyó en su repertorio Sor Beatriz, y una de sus obras, El burgomaestre de Stilmonde, que había sido censurada en Francia, se estrenó en Buenos Aires en 1918.
En 1926 publicó el ensayo La vida de las termitas -de inmediato fue acusado de plagio por el escritor y científico sudafricano Eugène Marais- y en 1930, La vida de las hormigas donde, tal vez para evitar denuncias, dedica un largo preámbulo a investigaciones mirmecológicas de otros autores. “Es probable que exista, desde luego, una vida colectiva y unánime que dirija, en masa o en bloque, los destinos del hormiguero -postulaba-. Pero en ese movimiento general que lo arrastraría todo se dibujan multitud de actividades individuales que lo secundan y hasta pueden influir en el trazado de su curva. Se ve en ella, como en nuestra historia, cierta libertad en la fatalidad”. Al poeta-filósofo, el misterio de la armonía de la república de las hormigas le permitía hacer conjeturas sobre los cambios en las formas de organización de los humanos. Maeterlinck murió en Niza, donde tenía su castillo (bautizado Orlamonde), a los 86 años.
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