El club de lectura de David Bowie: detrás de cada máscara, un libro
Avezado lector, el carácter de su biblioteca personal podría resumirse en los títulos reunidos en “The Bowie Book Club”; aquí, en siete casos, una demostración de la influencia que tuvo la literatura en las transformaciones del genial artista
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Artista de la transformación, David Bowie (1947-2016) echó mano a la vanguardia estética del siglo XX (del expresionismo al pop), la moda y el cine mientras vampirizaba a sus contemporáneos para crear complejas construcciones sonoras y visuales que se plasmaban en discos acompañados por una persona/personaje en incesante mutación. Si bien siempre hizo gala de ser un avezado lector, su biblioteca personal quedó expuesta al público durante la muestra retrospectiva que el museo Victoria & Albert de Londres organizó en marzo de 2013. Vista en ocho países durante tres años, la muestra atrajo a más de un millón y medio de personas, récord absoluto en la historia del museo. Entre ellos estuvo el periodista John O’Connell, que tomó especial nota de los libros que se exhibían colgados del techo de una de las salas. Siguiendo esa pista, reconstruyó luego una lista de cien libros revisitada por los curadores de la muestra y dio forma al libro The Bowie Book Club, un recorrido por lecturas que fueron fundamentales para Bowie.
No son estos todos los libros que el ícono pop leyó pero alcanzan para dar una idea de su voracidad, capaz de ir de los clásicos (Dante Alighieri) a contemporáneos como el dominicano-estadounidense Junot Díaz; de la teoría de arte (Arthur Danto) a la filosofía de la música (John Cage). El repaso del Club de Lectura de Bowie termina revelando que en sus transformaciones estaban también motorizadas por sus lecturas. Así, lo que sigue es un recorrido por siete de sus máscaras a través de siete autores.
On the road, Jack Kerouac (1957)/Mod (1963-1966)
Cuando todavía era David Jones, al joven Bowie le tocó la transición entre la influencia del existencialismo tamizada por la pluma aventurada de Jack Kerouac y los beatniks a la subcultura mod, la primera en ser formulada desde Londres. El amor por la música soul, el jazz moderno, el arte pop y la ropa italiana tenía marco narrativo en el libro iniciático de Kerouac, que impulsaba el conocimiento por la intensidad. En ese mismo tono existencial se reveló su lectura de El Extranjero, de Albert Camus, empujándolo a la frontera de la persona/personaje que llevaría adelante inmediatamente después. En el camino le fue legado a Bowie por su hermano mayor, Terry, cuando tenía 12 años, y despertó de súbito su interés por el arte (la pintura), la música (el saxofón) y, luego, el budismo zen. Poco tiempo después estaría conociendo a Allen Ginsberg y William Burroughs, a quienes Kerouac hizo partícipes de su novela escrita de un impulso y con la respiración entrecortada de (el saxo de) Charlie Parker.
Vivir sin cabeza, Douglas Harding (1961)/Hippie (1967-1969)
Parece difícil caracterizar a Bowie como hippie, pero lo cierto es que siguió el camino que dividió a los mods de Londres entre soft (psicodélicos) y hard (skinheads) optando por la primera opción. La experiencia generacional del LSD que los Beatles codificaron a través de Tomorrow never knows (1966) manifestaba un vacío del yo y una experiencia de sensación oceánica que se correspondía con algunas de sus lecturas. Entre ellas, este curioso libro del arquitecto inglés Douglas Harding escrito para la Sociedad Budista Británica que en la ruta del Himalaya experimentó una suerte de satori (revelación). El orientalismo estaba a la orden del día entre los hipsters de la contracultura que en Londres tenía un estilo diferente al de San Francisco. Es este el Bowie de rulos profusos, folk, que imitaba deliberadamente a Marc Bolan y a quien terminaría desplazando como figura central del glam.
La Naranja Mecánica, Anthony Burgess (1962)/Ziggy Stardust (1972-1973)
Aunque Burgess se inspiró en los teddy boys de los 50, la pandilla que sigue a Alex (Malcolm Mc Dowell) en la versión fílmica de La Naranja Mecánica (Kubrick) es una construcción ficcional, tardía y extravagante del estilo mod: androginia, elegancia y (auto)destrucción. La controversial película se estrenó en 1972, cinco meses antes de que saliera a la venta The rise and the fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars, el álbum que marcó un quiebre en la carrera de Bowie. Su construcción de un alienígena bisexual de pelo rojizo proto punk llevó muy lejos la ficción metapop esbozada por Los Beatles en Sargeant Pepper. Bowie ya había dado muestras de su contagio por la obra de Kubrick con Space Oddity (donde maduró como compositor), ese reflejo pop de 2001: Odisea del Espacio editado el mismo año del alunizaje. La banda que lo acompañaba en 1972 parecía también un eco de la pandilla de Alex (los drugos) y, más aún, los conciertos de los Spiders from Mars se abrían con la versión de la transexual Wendy Carlos de la Novena Sinfonía, de Beethoven, músico que obsesionaba al protagonista de la novela de Burgess. En el álbum, en tanto, el acelerado rock “Suffragette City” alude en forma directa al nadsat, la jerigonza anglo rusa que se hablaba en la novela. Con su reinvención en Ziggy Stardust Bowie haya escrito acaso una novela por otros medios.
Dogma y ritual de la alta magia, Eliphas Lévi (1856)/El Duque Blanco (1976)
Muchas veces, la máscara de Duque Blanco que Bowie puso en marcha en su álbum Station to Station es utilizada para referirse a él con la cualidad inexacta de un sinónimo. El personaje (“el regreso del delgado Duque Blanco arrojando dardos a los ojos de sus amantes”, canta al comienzo del disco) estaba informado en lo visual por el expresionismo alemán de los años veinte pero bajo su rígida elegancia de cocaína y cigarrillos light latía su biblioteca ocultista. Como detalla O’Connell, hacia 1975 el performer inglés viajaba a todas partes con este libro del misterioso Eliphas Lévi, seudónimo del francés Alphonse Louis Constant. Y así este estudio marginal sobre la kabbalah terminó entreverado en el concepto con el que Bowie proyectó una confusa máscara filo nazi que ya había anunciado en el disco Diamond Dogs (1974), informado a su vez por la novela 1984 de George Orwell.
El marino que perdió la gracia del mar, Yukio Mishima (1963)/Avant garde (1977-1979)
Era natural que la pirueta ocultista-nietszchiana del Duque Blanco terminase con su desplazamiento desde la glamorosa Los Angeles hacia una Berlín sórdida que, a mitad de los 70, estaba fuera del alcance del radar pop. Sin embargo, fue en esa ciudad-trauma del centro de Europa donde Bowie renovó el filo de sus colmillos para vampirizar el free rock de la contracultura alemana que oscilaba entre el anacronismo excéntrico (grupos-comuna como Amon Düüll) y el neo futurismo (Kraftwerk) y que la prensa inglesa bautizó con sorna como “kraut-rock” (rock repollo). En la habitación que ocupaba en Berlín (Haupstrasse 155) durante la grabación de Heroes (1977) Bowie había colgado un retrato de Yukio Mishima pintado por él mismo. Mishima se había suicidado en 1970 practicando el harakiri y su identificación con el japonés es evidente por su carácter polifacético (además de escritor era actor, dramaturgo y cantante) y su sexualidad (un samurai moderno y gay). La fascinación de Bowie por Berlín también era literaria. Entre sus libros estaban El señor Norris cambia de tren (1935), una de las novelas autobiográficas de Christopher Isherwood, ambientada en la capital alemana durante la República de Weimar al igual que Adiós a Berlín (1939), que fuera luego adaptada para el music hall Cabaret. Y también Berlín Alexanderplatz (1929), la obra maestra de Alfred Döblin prohibida por el nazismo por representar el espíritu de Weimar. Berlín y Mishima volverían en The Next Day, su álbum de 2013.
Más allá de la Caja Brillo, Arthur Danto (1992)/Warhol (1996)
La influencia del Pop Art en la construcción visual de Bowie quedó plasmada en el álbum Hunky Dory (1971) con la canción acústica “Andy Warhol”, cuyo nombre es repetido (y deconstruido) varias veces por la estrella andrógina en un diálogo con el ingeniero de sonido. “Andy Warhol parece un grito, cuelgalo de mi pared”, se le oía cantar en el estribillo en el mismo álbum donde también le dedicaba una canción a Bob Dylan. Parecían los dos polos de su influencia norteamericana: entre la autenticidad del trovador folk y el artificio del artista pop. Hay varios libros de arte en la biblioteca de Bowie pero la lectura de Arthur Danto, quien mejor teorizó sobre la indefinición entre arte y cosa real que Warhol empujo al límite, debió resultarle decisiva para encarnar al artista más influyente de la segunda mitad del siglo XX en la película Basquiat (Julian Schnabel).
Diccionario de temas y símbolos artísticos, James Hall (1974)/El profeta ciego (2015)
La última máscara de Bowie fue funeraria. Organizó su partida del planeta con la estrategia de una gira para que hasta su muerte deviniera un acto artístico. Así, la salida de su álbum Blackstar, el mejor en más de dos décadas, se programó para el 8 de enero de 2016 cuando Bowie cumplía 69 años y le faltaban dos días para morir. En ese contexto, apareció su transformación final, esa especie de ciego que se deja ver en los videos de “Blackstar” y “Lazarus”, una actuación sobrecogedora desde la cama de un hospital antiguo dirigida por Johan Renck. “Miren aquí, estoy en el cielo/tengo drama y no puede ser robado/ahora todos saben quien soy”, se lo oye y ve (como en toda su carrera) cantando, los ojos tapados por una tela rústica con dos ojales en el lugar de los ojos. De ahí a que esta encarnación última haya recibido entre sus hermeneutas el nombre de “Blind Prophet” (Profeta ciego), “Button eyes” (ojos de botón) o, directamente, “Lazarus”. O’Connell, autor de The Bowie Book Club, encuentra en el diccionario de Hall, donde se decodifica la iconografía de la pintura clásica, la clave de esta máscara de Bowie. Los ojos cubiertos replican obras del Renacimiento donde se representa a santos cristianos camino al martirio. A diferencia de Danto, James Hall no era un erudito ni un historiador del arte sino un editor entusiasta que aprendió de la observación directa por los museos y galerías de Londres. Este libro era una guía de consulta permanente para el connaisseur de arte clásico que también era el ícono pop. En su última movida de ajedrez, Bowie pone también en primer plano el saxo como si volviera en un flashback a los días de David Jones y su precoz descubrimiento del jazz y la pintura a través de la literatura beat.
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