El cielo y la posmodernidad
Por María Esther Vázquez
La fotografía que ilustra la solapa muestra un rostro plácido, enmarcado por el pelo que se adivina suave; muestra la mirada serena de quien ha enfrentado los interrogantes esenciales de nuestro mundo; muestra, en fin, a una mujer en el mejor momento de su madurez. Se llama Reina Roffé, y el libro, El cielo dividido , es su cuarta novela y acaba de aparecer.
Hace años que ella reside en Madrid, pero cuando le pregunto por qué eligió vivir allá, contesta con cierto desagrado: No elegí. Fui a pasar una temporada y los compromisos profesionales me retuvieron. Mis amigos saben muy bien que Madrid no es, precisamente, mi lugar en el mundo.
¿Cuál es tu lugar?
Creo que para un escritor, por sobre todas las cosas, su verdadero lugar es aquel desde donde escribe, un lugar interno que va con él a todas partes y que está constituido por la memoria, una memoria enraizada en su infancia, en el sitio que lo formó y le dio sus primeras y determinantes experiencias de la vida; ese sitio también lo constituye la lengua, la lengua materna que caracteriza las inflexiones de su voz para decir, para contar. Yo me he ido de la Argentina en varias ocasiones, pero siempre escribo sobre el país, sobre Buenos Aires. Evidentemente, Buenos Aires es para mí el lugar soñado y al que, de una u otra manera, siempre vuelvo. Borges también decía lo mismo.
¿Por qué el título, El cielo dividido?
Creo que simboliza tanto los contenidos de la novela como su estrategia discursiva. En el texto, las mujeres... (para los árabes, la mitad del cielo).
Será así, pero en ciertos países árabes parece que las tratan como si fueran la mitad del infierno. En tu texto, en cambio, las mujeres son otra cosa.
Sí, toman la palabra y se erigen en intérpretes de sí mismas, y quizá también de su época. Intenté representar (aunque no sé si lo logré) algunos aspectos de este final de siglo que parece indicarnos que ya no podemos estar convencidos de la verdad ni de los absolutos o el todo de nada. El fin de las utopías y su consecuente desencanto hace de los personajes de mi novela seres arrojados a una búsqueda casi infructuosa de un sentido individual frente a una realidad vaciada de fundamentos políticos y culturales que, en otro momento, parecían conformar el soporte de la sociedad. El título recoge la división de voces y tiempos narrativos superponiéndose y al mismo tiempo la incisión que produce este tránsito abrupto hacia una postmodernidad que ha dejado a varias generaciones como flotando, aunque liberadas de ciertos dogmas y esquemas.
¿Vos creés que la protagonista, una mujer desgarrada que no encuentra su lugar en el mundo, es el ejemplo de la mujer de este fin de siglo?
Sería demasiado pretencioso haber querido convertir a mi protagonista en paradigma o ejemplo. Ella no es todas las mujeres, pero sí un determinado tipo, fácilmente identificable , que vive a cielo descubierto, a la intemperie, extranjera en todas partes, y que pasea su desconfianza y sus dudas con respecto a la historia y a la gestación de una nueva cultura... Esa extrañeza, ese desgarramiento, pasa por una hiperconsciencia de estar mal.
¿Estar mal en qué aspecto?
En todos. Mal instalada, maltratada por ella misma, por los demás, por la realidad, y entonces su salida inmediata es la del viaje interior, un lento desplazamiento hacia sí misma con el objeto de llegar más allá, de alcanzar un conocimiento que le permita cruzar otras fronteras distintas de las geográficas.
¿Cómo ves la literatura, sobre todo la argentina, en este fin de siglo en que el humanismo parecería caerse a pedazos?
No se diferencia mucho de la que se da en los Estados Unidos, en Europa y en el resto de América latina. Hay una tendencia a la globalización no sólo política y económica, sino también cultural. Tal vez por eso se ha extendido más que nunca el gusto por una literatura de evasión que ayuda a olvidar a través de la simplificación. La consigna es entretener y emocionar sin producir grandes perturbaciones. De ahí la proliferación de una narrativa que supuestamente todos quieren oír y se apoya en ideas preconcebidas y en un sentimentalismo pueril y espectacular. Por suerte, en un territorio cada vez más acotado, todavía subsiste otra literatura e intenta acercar al lector una vía de análisis mediante la complejidad, la belleza y la transgresión. Pero el negocio cultural impone y promociona al autor de masas y al libro que complazca al mayor número de personas posible. Es desalentador para quienes buscamos nuevas alternativas de expresión ver que el logro creativo se mide hoy con las ventas.
¿La postmodernidad? Pedro Barcia, a partir de una insólita experiencia personal, ofrece una definición surrealista de la postmodernidad: "Es igual a una mujer gorda, más bien esférica, vestida de seda (además, debajo lleva enagua de satén) y caída sobre un piso encerado; imposible de levantar ni de manipular".
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