El cielo de un genio atormentado: del cosmos a las alucinaciones, por qué los remolinos y las estrellas de Van Gogh desvelan a la ciencia
En la NASA y los telescopios de investigadores de todo el mundo, la forma de pintar del holandés presentó un enigma: ¿Cómo es posible que haya intuido turbulencias supersónicas?
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Vincent Van Gogh representa a la vez un enigma y una paradoja: su carrera artística duró apenas una década, pero durante ese lapso comparativamente breve creó más de 900 pinturas al óleo, entre las que se cuentan obras maestras parte del patrimonio cultural de la humanidad. Y mientras que en toda su carrera apenas logró vender un solo cuadro, sus obras figuran hoy en las colecciones más prestigiosas del planeta y se subastan a cifras astronómicas. El año pasado, Cabañas de madera entre olivos y cipreses, cuadro que Van Gogh pobló de árboles ondulantes que parecen buscar el cielo, alcanzó en un remate los US$71.3 millones; en 1990, su Retrato del Dr. Gachet pasó de manos por el equivalente actual de US$160 millones. Nada de esto pudo prever el holandés, que vivió acuciado por la pobreza, la incomprensión y la soledad. Su mayor sostén fue su hermano Theo, con quien mantuvo una fluida correspondencia; sus cartas constituyen ahora una crónica de pasiones vibrantes, aprendizajes y desavenencias, y en conjunto transmiten, por sobre todo, la profunda emoción que Van Gogh sentía al observar las formas y los colores del mundo y plasmarlos con su pincel.
Van Gogh había nacido el 30 de marzo de 1853 en el pueblo de Groot Zundert, en el sur de Holanda. En su juventud, inseguro de su vocación, trabajó primero como profesor de idiomas. Luego, decidió ser pastor protestante, pero se conformó con la idea de ser evangelista, para lo cual se anotó en un seminario. Pronto, sin embargo, surgieron desavenencias y fue expulsado. Se unió entonces a un proyecto misionero en Borinage, una región dedicada a la minería carbón en el sudoeste de Bélgica. Allí sufrió su primer crisis espiritual y entregó todas sus posesiones a los pobres. Esto le valió ser expulsado de inmediato por haber “interpretado de modo literal las escrituras”, lo cual lo sumió en una profunda angustia. “Creen que estoy loco”, dijo entonces, “porque intenté comportarme como verdadero cristiano. Me echaron como a un perro, argumentando que había causado un escándalo”. Todas estas vivencias convergieron, sin embargo, en el año 1880, en una suerte de revelación: Van Gogh descubrió entonces su verdadera vocación de artista.
Así comenzó la etapa más significativa de su vida. Las desavenencias y las tempestades de su espíritu continuaron, pero a partir de entonces y hasta su muerte Van Gogh contó con el refugio del dibujo y la pintura. En 1881 tuvo una fuerte discusión con su padre, que desaprobaba su profesión. Van Gogh abandonó la casa familiar en la navidad de ese año y partió hacia La Haya. En esa ciudad conoció a Sien Hoornik, quien fuera primero su modelo y luego su amante. El romance, sin embargo no prosperó. En 1883 se trasladó a Drenthe, y luego se mudó a vivir nuevamente con sus padres en Nuenen. A fines de 1885 partió hacia Amberes, y a comienzos del año siguiente se anotó en la Academia de Artes de esa ciudad. Pero allí discutió una vez más con las autoridades y partió abruptamente hacia París, donde se reencontró (en marzo de 1886) con su hermano Theo.
Esa estadía en la ciudad luz fue provechosa: continuó pintando mientras enriquecía y perfeccionaba su estilo. Dos años más tarde, sin embargo, sintió que la ciudad lo agobiaba y partió hacia Arles. Allí intentó trabajar junto a otro pintor, Paul Gaugin. Pero sus personalidades chocaban: “Gaugin y yo hablamos mucho” -escribe Van Gogh- “[pero]la discusión se vuelve excesivamente eléctrica. A veces salimos de ella con la mente cansada, como una batería eléctrica después de haberse agotado”. En la víspera de la Navidad de 1888, esa batería explotó. La que habría podido ser otra más de sus numerosas discusiones se salió de cauce, y Vincent, colérico y desorientado, se arrancó al parecer su propia oreja con una navaja. Investigaciones más recientes, sin embargo, consideran que fue Gaugin quien se le arrancó con un sable. En todo caso, Van Gogh se recuperó del incidente pero, preocupado por su estabilidad mental, pidió que lo internaran en el manicomio de Saint-Rémy-de-Provence, en el sur de Francia, donde se sentiría más contenido. Allí su alma osciló entre períodos de calma y otros de severa angustia. Pero fue sin duda en Saint-Rémy que el artista produjo varias de sus pinturas más conocidas.
Turbulencias
Muchas de las obras de ese período representan cielos estrellados, de una manera muy particular: cada estrella parece rodeada de vórtices y torbellinos. Estos llamaron la atención de los científicos, y lo que empezó como una intuición llevó a una serie de investigaciones que determinaron que las formas arremolinadas de las pinturas de Van Gogh reproducen fenómenos que, siglos más tarde, la ciencia ha podido observar en la la tierra y en los cielos. La primera en notar esta similitud fue la NASA, quien en 2004 publicó una serie de imágenes que documentaban la explosión de la estrella V383 , que al convertirse en nova, se volvió 600.000 veces más brillante que el sol. Bajo las fotos, la descripción que NASA ofrece señala: “Esta imagen se asemeja a la pintura de Vincent Van Gogh, La noche estrellada”.
Un par de años después, el profesor José Luis Aragón y sus colaboradores de la Universidad Nacional Autónoma de México y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España, descubrieron que las fluctuaciones de brillo en la pintura de Van Gogh presentaban el fenómeno llamado “escalamiento” descripto por la teoría de Kolmogorov, que sirve tanto para describir turbulencias de toda índole, ya se trate de fenómenos atmosféricos, vórtices en fluidos o procesos de convección en estrellas. Aragón y sus colegas detectaron esos patrones en los remolinos de La noche estrellada (1889), pero también en Camino con ciprés y estrella (1890) y Campo de trigo con cuervos, que Van Gogh pintó poco antes de pegarse un tiro, a los 37 años. En todo esos cuadros se observa el fenómeno característico de “cascada”, en el que los remolinos más grandes “impulsan” o “alimentan” a los más pequeños.
Los torbellinos en los cielos llamaron más tarde la atención de otro investigador, el australiano James Beattie, especializado en el estudio de nubes moleculares, acumulaciones de gas y polvo, a veces nombradas como “maternidades” o “guarderías” del cosmos, ya que en ellas se originan y encienden las nuevas estrellas. Al observar el cuadro de Van Gogh, Beattie pensó que esos remolinos le resultaban familiares. Aunó entonces esfuerzos con un colega, Neco Kriel, de la Universidad Tecnológica de Queensland, con el fin de comparar las pinceladas de Van Gogh con nubes ya observadas en el cosmos. A tal fin, utilizaron técnicas ya existentes, desarrolladas para simulaciones de turbulencias, y compararon los patrones que se observan en las pinturas con los que se observan en las nubes moleculares del espacio interestelar.
El resultado fue afirmativo: las obras del neerlandés no sólo coinciden con el fenómeno de turbulencia (como había hallado antes el equipo de Aragón) sino que además reflejan las turbulencias supersónicas presentes en esas nebulosas donde suelen nacer las estrellas. Esta coincidencia, dijo Beattie, “es realmente fascinante” Pero ¿Cómo es posible que Van Gogh haya intuido esto en sus pinturas?
Las puertas de la percepción
Algunos investigadores argumentan que las turbulencias son frecuentes en la naturaleza y que, de hecho, es casi inevitable tropezarse con ellas, ya sea observando volutas de humo o los remolinos entre las rocas de un arroyo. Según este argumento, Van Gogh fue simplemente un observador atento que vio este fenómeno en la naturaleza y decidió plasmarlo en el lienzo. Las investigaciones de Aragón y su grupo, sin embargo, parecen apuntar a otra explicación más inquietante.
En primer lugar, la precisión de las turbulencias de Van Gogh es excepcional: hasta ahora no se las ha observado en las obras de ningún otro pintor. Segundo, los investigadores analizaron las fechas en que fueron pintadas los cuadros, y las compararon metódicamente con su biografía. De ese cotejo concluyeron que las fechas de las pinturas que contienen la huella estadística de la turbulencia coinciden con los lapsos durante los cuales Van Gogh experimentó brotes psicóticos, alucinaciones, y pérdidas de conciencia. “Estas obras alucinadas del artista reflejan la huella dactilar de la turbulencia con tal realismo que coinciden completamente con el modelo matemático de Kolmogorov”, señaló en ese momento Manuel Torres, por entonces investigador del CSIC en Madrid.
En otras pinturas, tales como el Autorretrato con pipa y oreja vendada (1888), que Van Gogh pintó en un estado de “absoluta calma”, no se advierte ningún signo de turbulencia. No habría sido entonces su percepción racional, sino su genio atormentado, el que le permitió a Van Gogh entrever, en medio de esa gran tempestad que fue su vida, las formas secretas del cosmos que otros conocerían siglos después. Esta conexión intuitiva y espiritual coincide con la visión que el artista neerlandés tenía de su relación con los cielos. En una carta de 1888, Van Gogh le escribe a su hermano Theo : “Me hace bien intentar cosas difíciles. A veces siento una terrible necesidad de -¿diré la palabra?- de religión. Entonces salgo a la noche y pinto las estrellas.