El chocolate Perón es el mejor chocolate
En “Tiempo perdido”, de Eduardo Wilde, hay una especie de fábula que busca pasar por real sobre un héroe francés que buscaba ganar dinero
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Eduardo Wilde (1844-1913) fue un agudo observador de la realidad y de la política argentina de su época. Era un gran médico y, además, formaba parte de esa clase de periodistas excepcionales que, en sus artículos son, a la vez, escritores admirables. Sus escritos son amenos, divertidos, ocurrentes y, a la vez, profundos. Por estar muy atento al presente, fue sin saberlo ni intentarlo un profeta insigne, poco reconocido como tal. Ni siquiera se lo lee mucho. Uno de sus libros, Tiempo perdido, de 1878, que nada tiene que ver con Marcel Proust, fue saludado por un artículo muy elogioso de Domingo Faustino Sarmiento en El Nacional del 23 de junio de 1878.
Por “tiempo perdido”, Sarmiento y Wilde entendían de modo burlón y sarcástico el que se dedica a pensar, proyectar y realizar obras artísticas y literarias. Decía el autor de Facundo: “Wilde ha venido a salvar el país de la monotonía de lo recto, estrecho y escabroso, como las calles de Buenos Aires, no obstante la elegancia y la belleza de las damas”.
En ese libro de Wilde, hay una especie de fábula, que busca pasar por real, cuyo título es “El chocolate Perón es el mejor chocolate”. El héroe era un francés que buscaba ganar dinero. Inventó un chocolate especial y puso la mayor parte de su capital en poner anuncios en los diarios. Como lo breve, si bueno, es dos veces bueno y, además, económico, el anuncio tenía una sola línea, quizá no muy ingeniosa, pero eficaz: “El chocolate Perón es el mejor chocolate”. Los franceses que vivían en Francia y los dispersos por el mundo vieron durante años esa línea y, “como los hombres tienen mucho de monos […] todos a una leían y repetían: el chocolate Perón es el mejor chocolate”. Con sagacidad, Wilde señaló que, por esa especialidad del género humano consistente en hacer verdad lo que no es a fuerza de repetirlo, llegó un día en que todos se convencieron de la calidad suprema del chocolate Perón. Lo cierto es que había chocolates mejores, pero no tenían detrás un empresario astuto que supiera imponerlas.
La fama de la marca francesa que recubría la pasta oscura y deliciosa, convertida en tabletas, en bebida espumosa, alimenticia y revitalizadora por la mañana, la tarde o la noche, llegó a España, donde se abrió una sucursal de la firma. La reina fue la primera adicta a Perón, el chocolate, claro. A partir de ese momento, todo el reino no consumía otro chocolate que aquel. Todo era Perón porque el resto de las industrias chocolateras habían optado por elaborar versiones fake de la golosina auténtica, incluidos los envases y la etiqueta triunfal.
Las grandes autoridades mundiales se rindieron al encanto inigualable del sabor y, sobre todo, del eslogan francés. El papa, que también se regalaba con aquel producto, comprendió que debía imitar, no el chocolate, sino la contundente frase. Lanzó la campaña “El gobierno del papa es el mejor gobierno”; Roma se cubrió de esa afirmación; los periódicos ultramontanos (vulgo, papistas) repitieron durante años la famosa frase y los feligreses siguieron esa corriente en todo el globo; sin embargo, los partidarios del pontífice se incrementaron muy poco. Wilde hizo una conjetura muy plausible: “[…] los plagios suelen hacer una triste carrera, comparada con la que hacen las ideas primitivas”.
Wilde escribió la nota poco después de las elecciones presidenciales de 1874 en las que el expresidente Sarmiento fue sucedido por Nicolás Avellaneda, tras un acuerdo de este con Adolfo Alsina. Con ese telón de fondo, el escritor terminó su texto de modo melancólico: “En Buenos Aires, durante la lucha electoral […] hemos tenido la repetición del anuncio de Perón, aplicado con un éxito lamentable, a la política de la época”.
“Aunque usted no lo crea…”, Wilde puso como título a otros de sus artículos: “Descamisados”.ß
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