El centenario de Clarice Lispector, la mujer que quería hacer literatura sin literatura
Aquel silencio y aquella cadencia contradicen su afirmación. “En general soy alegre”, rasga su voz mientras ve arder la ceniza del cigarrillo que sostienen sus largos dedos. Sus párpados pesados permiten contemplar el fuerte trazo del delineado. La cámara, morbosa, hace un primer plano a su mano izquierda. Se equivoca en aquel zoom. Busca el brazo tullido que sobrevivió a un incendio. Un rostro sin arrugas, quizá solo algunas en el labio inferior, apenas gesticula cuando pronuncia “rabia” y “soledad”. En las primeras tomas de la entrevista televisiva conserva una bolsa amplia junto a ella. No es una cartera coqueta, sino un saco de tela blanco, quizá como el que utiliza Ana, la protagonista de “Amor”. Críptica, hay huellas de dolor en su dicción. Es enero de 1977, tiene 56 años y le queda menos de un año de vida, pero eso no lo sabe el espectador, tampoco ella, quien afirma que acaba de morir. Vivir, para Clarice Lispector, es aquello que ocurre durante el proceso de escritura; lo demás, la oscuridad. Hoy sus lectores celebran el centenario del nacimiento de esta autora a quien el boom no incluyó entre sus filas, pero cuya osada e íntima prosa modificó la narrativa hispanoamericana.
El matrimonio Lispector tenía dos hijas. La violencia y la persecución que padecían en Ucrania, en 1920, los obligó a escapar. Durante esta épica salida hacia su salvación, en una aldea llamada, Tchetchelnik, la madre dio a luz a su tercera hija el 10 de diciembre, una niña a la que llamaron Chaya. “Clarice Lispector reescribía una y otra vez la historia de su nacimiento”, sostiene Benjamin Moser, quien obtuvo el Pulitzer por la biografía de Susan Sontag, y autor de Por qué este mundo: una biografía de Clarice Lispector (Siruela). En este estudio sostiene que Mania, la madre de la autora, fue violada por soldados rusos en un pogrom. La familia partió rumbo a América, hacia Maceió, antes de trasladarse a Recife.
Los Lispector se instalaron en el nordeste de Brasil y el padre, que hablaba yiddish, comenzó a trabajar como representante de firmas y a aprender el nuevo idioma. La familia tradujo o acercó sus nombres ucranianos a la lengua vernácula, pero conservó el acento extranjero y el apellido Lispector, de raíz latina, y el resultado de generaciones que fueron transformando este nombre, quitando o sumando sílabas, hoy, sinónimo de literatura. Desde el primer momento en el supo escribir, la pequeña Clarice comenzó a narrar. “Podría escribir historias que no acaban nunca”, le decía al periodista Júlio Lerner en la mítica entrevista de 1977.
Mania murió cuando Clarice tenía diez años y la literatura se convirtió en su principal refugio, a través de la lectura de Herman Hesse, Fiodor Dostoievski y también de novelas sentimentales, y de la escritura. Cuando terminó el colegio marchó a la Universidad de Río de Janeiro para estudiar Derecho, y publica su primera novela, Cerca del corazón salvaje (1943) que se convierte en un éxito inmediato.
“Escribo sin esperanza de que lo que escribo altere algo”, le decía a Lérner. Lispector fue, como Elena Poniatowska, como Silvina Ocampo, como tantas otras autoras, marginada del boom. En su literatura (como en la de Poniatowska, como en la de Ocampo), hay niños, pobres, asimetrías sociales y también aparece el mal. Lispector tiene una mirada única, una empatía con la condición humana, con el otro, que no ingresa en una casilla política ni ideológica. En “Amor”, una mujer viaja en el tranvía y desde su coche contempla a las personas, tan frágiles, tan absurdas: “Expulsada de sus propios días, le parecía que las personas en la calle corrían peligro, que se mantenían por un mínimo equilibrio, por azar, en la oscuridad, y por un momento la falta de sentido las dejaba tan libres que ellas no sabían dónde ir”.
La Kafka mujer
El crítico Silviano Santiago decía a LA NACION que cuando Lispector publicó su primer libro, la literatura hispanoamericana estaba centrada en cuestiones sociales: “Y ella trae algo nuevo: una sensibilidad femenina, la posibilidad de una escritura desde el yo, desde la individualidad de la mujer. Algunos creen que hacía novelas sentimentales, pero su estilo era otro, no convencional. Va planteando problemas existenciales, de la náusea de la existencia, tal como lo hacía Sartre. La estrella de la literatura brasileña, su embajadora en el mundo, es hoy Clarice Lispector”. Hoy se la ubica dentro de la llamada “Generación del 45” en Brasil, y la crítica feminista, en particular Hélène Cixous, destaca la obra de esta autora a quien llama “la Kafka mujer”.
Lispector se casó con Maury Gurgel Valente, un diplomático brasileño con quien tuvo dos hijos, Pedro y Paulo. Cuando eran pequeños le pedían que les contara cuentos. Así comenzó su romance con la literatura infantil. Acompañó a su marido en sus destinos, en Washington el más extenso durante los 16 años que duró el matrimonio. Durante la Segunda Guerra Mundial pasó largas temporadas en Europa, en Nápoles, en particular, donde su esposo se desempeñaba como vicecónsul. En esta período también se ofreció como voluntaria para cuidar a soldados brasileros heridos que habían lucharon en el frente.
“Soy tan misteriosa que ni yo misma me entiendo”, recoge Moser un testimonio de Lispector. En sus cuentos aparece la vida doméstica, la imposición (el tedio, la rutina, etc.) del matrimonio, la rutina, la familia, y la sensibilidad de criaturas a quienes el mundo les parece un lugar hostil, donde habita la indiferencia. La escritora confesaba que nunca había entendido uno de sus propios cuentos, “La gallina”. En este relato breve el animal, una hembra –un dato no menor que se pone en relieve– se salva de ser sacrificado por una familia luego de poner un huevo. Desde aquel momento ocupara un lugar especial y destacado en este núcleo humano hasta que aparece el contundente látigo final: “Hasta que un día la mataron, se la comieron y pasaron los años”.
En su amplia indagación por los géneros literarios, Lispector escribió artículos, columnas y textos de difícil clasificación en distintos periódicos y revistas, compilados en Revelación de un mundo (Adriana Hidalgo). Durante siete años incursionó en la crónica como un modo de subsistencia antes que por curiosidad estética. Este ingreso fijo aliviaba sus apuros económicos, admitía en la primera publicación en el Jornal do Brasil, el 9 de enero de 1967. Comenzó en aquel momento a advertir una gran popularidad, previa a la posterior incorporación de su obra en circuitos académicos, no solo universitarios, sino también en los colegios. “Me regalan rosas. Un día paro. Para volver de vuelta. ¿Por qué escribo así? Pero no soy peligrosa. Y tengo amigos y amigas. Además de mis hermanas, a quienes me acerco cada vez más. Estoy muy próxima, de un modo general. Y es bueno y no. Siento que falta silencio. Yo era silenciosa. Y ahora me comunico, incluso sin hablar. Pero falta una cosa. Y voy a tenerla. Es una especie de libertad, sin pedirle permiso a nadie”.
En Revelación de un mundo hay aguafuertes sobre personajes que conocía a través de los medios de comunicación, los taxistas con quienes entabla conversaciones entretenidas, sus amigos, artistas de distintas expresiones, como Maria Betânia, sus hermanas, y también su empleada, Aninha (en “Sobre las dulzuras de Dios”, por ejemplo). Este último personaje no es interpretado por el lector de Lispector de modo aséptico, ya que este vínculo conduce irremediablemente a La pasión según G.H. (1964), quizá su novela más famosa. En esta ficción una mujer rica, sin marido ni hijos, que reside en el piso más alto de un lujoso departamento, ingresa en la habitación de su empleada. Allí encuentra una cucaracha y tras un extenso cavilar, un extenso fluir de la conciencia, come el insecto, en una lectura que la acerca de modo simultáneo a Virginia Woolf y a Franz Kafka. “… Estoy buscando, estoy buscando. Intento comprender. Intento dar a alguien lo que he vivido y no sé a quién, pero no quiero quedarme con lo que he vivido”, comienza esta gesta interior.
“Y uno se pregunta hasta dónde habría llegado, todavía más lejos, esa mujer que al final quería hacer literatura sin literatura, que rompió las rígidas formas para cifrar, como en un clavicordio, el signo musical de sus pulsaciones”, indaga Miguel Cossío Woodward, responsable de la edición de los Cuentos reunidos (Siruela). Lispector batalló contra la depresión en momentos que ella llamó “hiatos” que la alejaban de la vida, es decir, de la escritura.
Signada por el horror desde su nacimiento, esta autora de vida errante, luchó siempre por conquistar la libertad. “No soy una escritora profesional. Solamente escribo cuando quiero. Soy una amateur y me preocupo por seguir siéndolo. Profesional es quien tiene una obligación consigo mismo de escribir. O con el otro. Yo me preocupo de no ser una profesional para mantener mi libertad”.