El carrusel de melancolías de Leonora Vicuña, una fotógrafa que retrata lo que vuelve y se va
Tomas en blanco y negro, coloreadas con lápices y tintas, integran la exposición que la artista chilena inaugurará este sábado en Larivière
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Leonora Vicuña nació hace 71 años en una familia de poetas en Santiago de Chile. En marzo de 1973, meses antes del golpe de estado de Pinochet, aún durante el gobierno de la Unidad Popular, se fue a Madrid y luego a París a estudiar antropología. “Volví a un país amordazado; una tristeza parida. Todo el mundo callado, no se podían decir ciertas cosas, era muy desesperante”, recuerda la fotógrafa en conversación con LA NACION, sobre su regreso a finales de 1977. “Se notaba la cosa opresora de la dictadura porque Chile vivía mucho puertas adentro. Todo pasaba en las casas o en los lugares cerrados y la autocensura era muy fuerte”.
Carrusel de melancolías, la exposición que Fundación Larivière presentará a partir de este sábado, está integrada por 65 obras de la artista -en su mayoría en blanco y negro, y luego coloreadas con lápices y otras tinturas- que retratan, y de algún modo comentan, aquel mundo que se fue hacia adentro durante los años de dictadura en la capital trasandina. “Manège de Mélancolie suena fantástico en francés, el Manège (carrusel), siempre será melancólico; nos traerá la idea de lo que vuelve y se va. Vuelve a pasar el caballito de la calesita…”, sigue Vicuña reflexionando sobre el título que propuso el curador, Alexis Fabry, y que tanto resuena en estas imágenes de tonos tenues. “Hay una actitud, un ritmo. Vamos pasando y damos vueltas y pasamos y volvemos a vernos y a encontrarnos en el bar, y nos sentamos en el bar, y puede que pase una semana y no llegue fulano, y que de repente vuelva y se sienta y ahí esté de nuevo”, agrega.
Un truco del tiempo
Constanza Michelson, psicoanalista y escritora chilena, diferencia la melancolía del duelo en su libro Hacer la noche, citando a Freud. En ambos hay una pérdida, pero mientras que en la melancolía el duelo “quedó inconcluso” y no se “hace la pérdida”, en el duelo es posible registrar la ausencia y reconocer qué de nosotros se va con lo perdido para no identificarse con ello, y que entonces lo perdido quede separado aunque no olvidado. Por eso habla de matar a los muertos. “Sino se mata a los muertos, se vive con ellos, como fantasmas”. Sin embargo, dice Michelson: “la melancolía puede ser feliz cuando logra conjurar la muerte, hacerle trampa al tiempo y convertirse en esperanza”. El arte, dice la autora, puede tener esa cualidad de “truco kairótico”. Es posible, entonces, hacer presente lo ausente, pero de manera simbólica, a través de la creación. “La creación es precisamente ese truco al tiempo, al tiempo del Cronos, que avanza implacablemente hacia la muerte”.
Con las creaciones de Leonora Vicuña volveremos a distintos espacios de Chile, algunos interiores, donde la gente continuaba su vida en aquel tiempo de silencios y toques de queda. Veremos el beso de una pareja en 1981, en el Buenos Aires Tango Club en Santiago; seguiremos el ritmo del baile de otra en el mismo lugar, al año siguiente. Observaremos a Juanito y Gassman esperando detrás de la barra a que se acerque la gente a pedir tragos en la Unión Chica, el bar de la calle Nueva York en el centro de Santiago, un punto de encuentro en esos años; y a Evelyn, un travesti, en el prostíbulo La Palmera, mirándose al espejo en 1983, mientras que la fotógrafa capturaba lo transitorio de ese momento con su cámara. Y también a unos amigos jugando a “los cachos”, que hasta hoy sigue batiendo los dados en Chile.
“Es la gente que está en el mundo cotidiano, un mundo que a veces no apreciamos pero que está lleno de pequeños secretos…de cómo vivimos, de quiénes somos, de cómo nos plantamos en la vida. En una cosa más aparentemente banal, pero es lo más claramente visible de la existencia”, explica la autora sobre sus personajes. Volveremos también a la esquina entre Vicuña Mackenna y Diez de Julio, cerca de la calle Irarrázabal, un día de lluvia en 1981, y veremos esas calles vacías de Santiago, a través de la ventanilla cubierta de gotitas de agua de un colectivo en el que viajaba la fotógrafa cuando tomó la foto.
Doble ausencia
Mirar las imágenes de Vicuña puede llevar a encontrarse con una doble ausencia. Por un lado, la de las escenas capturadas, que de por sí son efímeras; las imágenes detenidas vuelven una y otra vez, como el caballo de la calesita, cada vez que el espectador las mira, trayendo tenuemente al presente y de manera simbólica, el resplandor de algún pasado.
La otra ausencia es la que describió Gabriela Mistral cuando en un poema se refirió a Chile como “país de la ausencia, extraño país” y con lo que Vicuña coincide: “Creo que Chile es eso, el país de la ausencia”. ¿La ausencia de qué? “Es la melancolía chilena, no la mía, sino la de todo un país. Esa cosa de clave baja, como una música en tono menor que tiene Chile. No sé por qué lo tiene, pero puede producir mucha tristeza y te vas apagando”. Ese es el alma que la autora refleja en su obra: “Cuando lo iba haciendo no me daba cuenta; no decidí plasmar la melancolía chilena, sino que empezó a salir. La máquina me llevaba y el gatillo de repente gatilló. A veces pienso que quizá no soy yo la que sacó esa foto y me pregunto: ¿Quién hizo eso?”, se pregunta.
Leonora, también poeta, relaciona esta ausencia que impregna su estética con la incapacidad que puede generar la naturaleza telúrica de su tierra: “Esa cordillera tan grande que te aplasta, ese océano enorme en el que no puedes bañarte porque es helado, el viento te arrastra…los terremotos. Al mismo tiempo esa desolación tiene también una hermosura porque te transmite en el fondo la poesía pura”.
Un diálogo posible
Las fotografías que se verán en la muestra representan una época, una forma de hacer fotografía de cuando todavía las redes sociales y la multiplicidad de imágenes fáciles no lo habían invadido todo y la instantaneidad no nos había anulado el tiempo. Porque antes, una foto necesitaba de un proceso, tenía otro ritmo. “Había que acarrear un peso y luego revelar la foto. Todo eso ya se acabó. Hoy con lo instantáneo, lo que hay son espejitos. Estuve acá, allá. Ya no sé si eso es fotografía o no, pero nadie se asombra ante la foto, porque hay mucha, está todo el tiempo”, reflexiona Vicuña. En cambio, en los días que corren “hay que escarbar en el bosque de las imágenes para encontrarlas y poder verlas bien, porque en la época de la postfotografía es difícil defender la fotografía y también es difícil defender la imagen, aunque se defienda sola, por su propio peso y presencia. No solo todo se ve, sino ojalá se vea todo y más allá”.
Pero Vicuña cree que sí es posible hacer un puente y tender un diálogo entre estos lenguajes visuales: “No es un cambio en el que se borre lo de atrás, hay una continuidad, que da lugar a lo híbrido. Puedes pasar de lo digital a lo analógico y de lo analógico a lo digital, puedes hacer ese puente”.
Cuando la fotógrafa llegó a Chile tras aquel primer tiempo en Europa, ingresó en la Escuela de Foto Arte y fundó junto con otros la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), la agencia de fotógrafos que salió a la calle a registrar la vida durante la dictadura. También creó una revista de poesía llamada La Gota Pura, y reunió a artistas en lo que se conoció como Encuentro de Arte Joven, en el Instituto Cultural Las Condes, hoy Corporación Cultural Las Condes. Desde 2015 vive a las afueras de Carahue, en la región de la Araucanía, donde creó Espacio Puerto Peral para ofrecer residencias y talleres de arte y cultura.
Para agendar
Carrusel de melancolías podrá visitarse en la Fundación Larivière (Caboto 564, CABA), del 26 de octubre a fines de febrero de 2025. Con motivo de la exhibición, se editará un libro bilingüe.
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