De las tragedias sociopolíticas al pop, el Bellas Artes lleva al CCK 150 obras que definieron el arte nacional
“Escenas contemporáneas. Un recorrido por la colección del Museo Nacional de Bellas Artes. Arte Argentino 1960-2001″ reúne pinturas, esculturas, objetos e instalaciones de artistas como Carlos Alonso, Nicolás García Uriburu, Antonio Seguí y León Ferrari.
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De la antigua Casa de Bombas reacondicionada por el arquitecto Alejandro Bustillo en los años 30 del siglo XX al viejo Palacio de Correos convertido en el centro cultural más sofisticado del país en la segunda década del siglo XXI, 150 obras de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes hicieron escasos tres kilómetros para instalarse en dos pisos del CCK. Se trata de un conjunto premium de arte argentino que cubre un período de cuarenta años (1960-2001) y en cuya trama se revela el presente de nuestra cultura visual atravesada por las discontinuidades y tragedias sociopolíticas que marcaron los años de la tardío modernidad argentina. “Escenas Contemporáneas 1960-2001″ ocupa el espacio de la Gran Lámpara en cinco recorridos diseñados por Mariana Marchesi, curadora del Bellas Artes. Se puede visitar de miércoles a domingos, de 14 a 20, con entrada libre.
Para Andrés Duprat, director del museo, “se trata de dar forma a la idea de que un museo es antes que nada su colección y no un edificio y es importante que las obras circulen y se vean en ámbito contemporáneos como este”. Las obras elegidas son un mix de la reserva y parte de la colección permanente exhibida y la idea es que estos recorridos se repitan por todo el país.
Los módulos que se plantean en la muestra van desde la década en que se definió el futuro del arte y ese 2001 traumático que marcó la identidad sociopolítica del país en el nuevo siglo. Así se trata de 150 obras y artistas que transitan desde el cuestionamiento del objeto y la institución arte al regreso a la pintura atravesado por el conceptualismo; de la denuncia política a las políticas de género y de la vanguardia cosmopolita a la afirmación latinoamericanista.
Si bien está claro que es un panorama de arte argentino en el que puede cifrarse una identidad propia (tal la tensión que atraviesa el período), la muestra de Bellas Artes en el CCK se permite ciertos desvíos espacio-temporales. Un Torres García de los años 40 la convierte en rioplatense mientras que algunas piezas de las culturas del NOA Candelaria y Condorhuasi le dan entidad precolombina. ¿Arte argentino antes de que se fundase la Argentina?
El desvío en el guion, o un asterisco, es atinado ya que en ese cruce florece una abstracción que se libera de la escuela europea. La de Alejandro Puente y César Paternosto, cuyo “Naranja, Magenta y Azul” (1966) es uno de los tantos highlights de la muestra. El acento latinoamericanista vuelve en el arte militante de Carpani con sus afiches para la CGT de los argentinos y su figuración pétrea, deudora del muralismo mexicano. Así, más allá de los recorridos propuestos, las obras y los artistas mantienen un dialogo secreto, íntimo.
¿Cómo se explica que artistas como el tardío Antonio Berni y Noemí Escandell (ambos rosarinos) hayan llegado a una misma reformulación del arte clásico desde lugares tan distintos como el realismo y la geometría abstracta? El “Cristo obrero”, de Berni, de 1981 (con los estigmas de la picana eléctrica) y “Desaparecido”, una intervención sobre una fotografía de La Pietá de Miguel Ángel de 1999, llevan al mismo punto: la tortura y desaparición de los cuerpos.
Siguiendo esta línea, una artista masiva y pop como Marta Minujín se revela en esta muestra en toda su politicidad. Es un acierto que las fotos de su “Partenón de Libros” se vea entre los artistas catalogados en el arte contestatario del mismo modo que su serie erótica de principios de los 70 (acaso su mejor expresión como pintora) no solo debe pensarse entre las obras y artistas que fueron censurados sino como una afirmación del cuerpo en la antesala del terror. En otra sección, uno de los colchones originales de su serie “Revuélquese y Viva” (1964) marca el disparo inicial del desprejuicio de los 60 que tuvo mujeres líderes como Delia Cancela y Dalila Puzzovio, de las que se muestran obras históricas exhibidas en el Di Tella en el cruce para nada frívolo del arte y la moda.
La historia interna del Bellas Artes se puede leer también aquí en una donación de Jorge Romero Brest, director del museo entre 1956 y 1963. Una cabeza de caballo muy poco vista de Alfredo Arias que en otro murmullo inadvertido re-establece cierta tradición ecuestre del arte argentino (Fader, Castagnino). Un caballo camp en una delicia de pintura de Edgardo Giménez (“Cupido”), el retrato ecuestre de Rosas en Duilio Pierri (pegado al “Torso” de Luis Frangella, otro highlight) y la pintura instalación de Pablo Suárez “Los que comen del arte”, que el paso del tiempo y la tecnología convirtieron de corrosiva en instagrameable.
“Escenas Contemporáneas” le da oxígeno también a obras y artistas poco transitados (que es algo muy distinto a la pesca deportiva de artistas desconocidos). En el recorrido sorprenden una foto-objeto de Julie Weisz (”Muñeca Brava”, 1995) y una pintura neo-metafísica de Hugo Sbernini (1975) que comparte espacio con la tremebunda instalación “Manos Anónimas” de Carlos Alonso. En ese mismo sector obras y biografías se entrecruzan: Alonso, discípulo de Berni, y entre ellos, Norberto Gómez, ayudante del maestro rosarino en su taller en París.
Hay también en estas 150 obras una historia de las colecciones y donaciones con las que Bellas Artes constituyó su fabulosa colección. De las piezas precolombinas de Guido Di Tella al Benito Laren de Gustavo Bruzzone y las adquisiciones del museo. Como “Winco”, el tocadiscos símbolo del consumo cultural de los 60 y 70, de Marcelo Pombo que aparece encapsulado como lo que es: una joya de la memoria popular del último medio siglo argentino.
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