El auge de la novela gráfica según Sole Otero, la argentina que vive en la capital mundial del cómic
La autora e ilustradora radicada en Angoulême ganó el Premio Internacional de Novela Gráfica Fnac-Salamandra Graphic con “Naftalina”, un libro monumental de más de 300 páginas y miles de viñetas
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La ilustradora argentina Sole Otero vive en la localidad francesa de Angoulême, declarada por la Unesco capital mundial del cómic. Para la autora de la monumental novela gráfica Naftalina, ganadora del XIII Premio Internacional del género otorgado por Fnac-Salamandra Graphic, pasar sus días en ese poblado del sudoeste de Francia, a dos horas de tren de París, es como un sueño. Allí se realiza el prestigioso Festival Internacional de Historieta, que este año celebrará su edición número 49 cuando la pandemia lo permita. La fecha tradicional, a finales de enero, fue pospuesta por la crisis sanitaria.
Hace un año y medio que Otero, que ahora tiene 36, camina por calles con nombres de referentes de la ilustración como Hergé, el creador de Las aventuras de Tintín, y no deja de sorprenderse con los murales pintados en las paredes y el importante culto al cómic que se respira en todos lados. Hay museos, galerías, estudios de artistas, escuelas de animación, una importante biblioteca y hasta globitos de historieta en las señales de algunas esquinas.
Diseñadora textil por la Universidad de Buenos Aires, se formó como ilustradora de manera autodidacta y empezó a hacer historietas a los 15 años. Además de Naftalina, ya ha publicado los libros Pangea (Pelusa Ediciones), Intensa (Hotel de las Ideas), Siempre la misma historia (Dícese Ediciones), Poncho fue (Hotel de las Ideas), La de las botas rojas (Szama Ediciones) y Noni y el complot de las flores, un cómic para pequeños lectores también editado por Hotel de las Ideas. Publicado a fines de 2019 en España, en febrero Naftalina saldrá en Francia.
Otero viajó a Angoulême dos veces, antes de quedarse, para trabajar en proyectos durante dos residencias artísticas en la Maison des Auteurs (La casa de los autores). De la primera, en 2017, surgió Intensa y de la segunda, en 2019, Naftalina, que tiene más de 300 páginas y miles de cuadritos con dibujos y textos. Es una saga familiar que atraviesa la historia: desde los inmigrantes italianos de principios del siglo XX hasta la crisis argentina del 2001, que marca el inicio del relato. En la primera escena, Rocío, la joven protagonista, está en el entierro de su abuela en un cementerio del conurbano bonaerense.
“La primera vez me habían dado ganas de quedarme y la segunda decidí que quería vivir ahí. Mi trabajo como ilustradora lo hago más que nada para España, pero puedo trabajar desde cualquier lado porque soy independiente”, contó a LA NACION en diciembre, cuando vino a Buenos Aires para presentar la novela gráfica premiada.
Tenía una sinopsis y treinta páginas de Naftalina cuando aplicó para la residencia. Las había pintado con acrílico, pero en un momento decidió pasarse al modo digital y tuvo que empezar de nuevo. “En medio de la residencia me presenté al premio de Fnac-Salamandra con miedo de no poder cumplir con la fecha de entrega. No sabía si lo iba a terminar, pero lo mandé igual y gané”.
Cuando recibió la buena noticia, la ilustradora ya había decidido que se quedaría a vivir en Francia. “Terminar Naftalina me llevó un año a un ritmo de trabajo que fue una locura. Pero me ayudó bastante el confinamiento”, recuerda mientras toma una gaseosa en la confitería porteña Las Violetas. Según la autora, estar ocupada con el desarrollo de la novela gráfica la salvó de la angustia y del aburrimiento durante la fase más estricta de la cuarentena, que la encontró ya en Europa.
El disparador de la trama fue un viaje a Italia, en 2019, a conocer Coriano, el pueblo de sus abuelos. “Después de hacer ese contacto con el pasado me puse a pensar qué cosas quería contar y cuáles no. Recién cuando tuve ese material organizado me puse a dibujar”. Y así suele ser su proceso creativo: primero llegan las historias y las ideas y, luego, las imágenes y la técnica. “Siempre parto de un guion y de un estudio de los recursos gráficos que necesito para contar lo que quiero contar.
La historia está basada en algunos hechos reales, pero no en algo realmente real”, explica entre risas y agrega: “Es como un collage de un montón de personas y de situaciones que acomodé para que tuviera sentido la narración. Es cierto que el personaje de la abuela está inspirado en la mía, pero también es una interpretación y una fantasía. Y el olor a naftalina es el que hay (o había) en algunas casas de gente mayor, aunque cada una tiene su olor”.
Otero tiene un estilo gráfico inconfundible: sus personajes son imperfectos, con cuerpos para nada armónicos. En Naftalina, tienen cabezas chiquitas y cuerpos generosos. En los textos alterna tipografías imprenta y cursiva para marcar distintos tiempos y, a veces, aparecen palabras tachadas con negro. “Mi perspectiva de dibujo nunca fue realista: en los primeros libros infantiles, los personajes eran cabezones y tenían cuerpos diminutos”.
Ante la pregunta sobre las diferencias entre una novela literaria y una novela gráfica, a la hora del trabajo, Otero responde: “Es diferente no solo porque es otro soporte y se usan otros recursos sino porque el proceso tiene algo de dirección de cine y dramaturgia. Todo está contado con diálogos, aunque en esta novela incluí también una voz en off. Es como escribir una novela y pensar en la dirección artística: qué se muestra, cómo se muestra y, además, hay que elegir vestuario, colores, rasgos, escenarios. La historieta es un género que está a medio camino entre la literatura y el cine. Pero, a su vez, tiene recursos propios”.
Contenta y orgullosa por el auge del género, asegura que la novela gráfica pasa por un muy buen momento, después de la caída de la producción a nivel local en la década de 1990. “En la Argentina, la historieta tuvo un mercado muy importante en los años 60 y 70 y decayó en los 90. Luego, cambió la metodología de creación y los autores se volvieron más parecidos a los escritores: se impuso el trabajo de autor integral, como yo, que escribo el guion y hago los dibujos, y fue desapareciendo el trabajo en conjunto entre el guionista, el ilustrador, el colorista, el rotulador como era antes”.
Está convencida de que, a partir de esos cambios, se empezaron a acercar al género nuevos creadores que provienen del diseño, la poesía y las bellas artes. Así, el cómic ganó en calidad y en creatividad. Pero, resalta, “sobrevivir haciendo historietas es muy complicado porque no hay una verdadera industria en este país. En general, son proyectos que se desarrollan por amor al arte y a la historieta”. Con todo, reconoce que, en los últimos tiempos, se ven cada vez más tiras y novelas gráficas en las mesas y estanterías de las librerías. Ya no se venden solo en las comiquerías. Llegó a otro público, el que consume ficciones y poesía. Destaca, con alegría, que el género haya sido incluido en el Premio Estímulo a la Escritura Todos los tiempos el tiempo, organizado por Fundación Bunge y Born, Fundación Proa y LA NACION, del que fue jurado.
Después de las fiestas de fin de año, Otero volvió a Francia. Entre sus proyectos actuales hay uno que está en proceso hace varios años: una historieta bordada en paños de tela que cuenta un viaje. Se puede ver un adelanto en su sitio oficial y en su cuenta de Instagram.
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