El arte va a Terapia en el Malba, con unas doscientas obras de argentinos sobre el psicoanálisis
A través de una sala de espera se ingresa a la muestra que, desde el viernes, explora la relación fructífera entre arte y psicoanálisis; Freud, el test de Rorschach, los dibujos de Yuyo Noé y otras expresiones “invisibilizadas”
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“Pero, a ver, dime tú que es esto. Esto es un gran malentendido. ¿O tú qué crees qué es?”. La venezolana Gabriela Rangel, directora de Malba, se aleja con prudencia para poder poner en voz alta, sin el barbijo que modula su entusiasmo, lo que todavía le produce la obra de Libero Badii (1916-2001), un artista ítalo-argentino que para ella simboliza el carácter rioplatense del surrealismo. Se la ve junto a esas figuras totémicas en madera policromada que son características del artista, pero aquí recuperadas como figura central del siniestrismo, un manifiesto escrito en 1966 en compañía del menos visto Luis Centurión. Las esculturas de Badii son una de las manifestaciones más vistosas de ese malentendido cultural que señalaba Rangel dando cuenta de la forma en que el surrealismo fue reescrito en la Argentina. Pero esta muestra que todavía se está terminando de montar y que inaugura al público el viernes no es una antología de aquella vanguardia sino que se llama Terapia y cruza de forma transversal las relaciones entre psicoanálisis, arte y locura entre los años 30 y hoy, en Buenos Aires, una ciudad que hacia mediados de los 80 incluía en su cartografía informal una subzona de Palermo a la que se llamaba “Villa Freud” por la altísima densidad de consultorios psicoanalíticos por metro cuadrado.
De hecho, el ingreso a Terapia, unas doscientas obras elegidas por Rangel junto a los jóvenes curadores Verónica Rossi y Santiago Villanueva, es una instalación de Marisa Rubio (1976) que simula una sala de espera de un consultorio, espacio que ya fuera explorado por Leandro Erlich en su obra de arquitectura fake “El consultorio del psiconalista” (2005), que se había montado en Proa. Erlich ostenta el récord de convocatoria de Malba ( su “Pileta” es un hito del espectador selfie-made), pero está ausente en este entramado de terapia y arte porque la idea del triunvirato curatorial fue ir por los “invisibilizados”, tarea en la que el joven Villanueva es experto. Entonces si hay Berni no será el que vino de París con la experiencia directa de Freud, De Chirico y Breton (el de ”La muerte acecha en cada esquina”, por caso) sino una obra rarísima solo reconocible por su característica firma que se une a un núcleo donde se muestran apropiaciones del Test de Rorschach como forma plástica (Margarita Paksa).
Condicionada por la pandemia y la economía, Rangel tuvo la idea de una exposición de arte argentino que tomara la influencia del psicoanálisis como vector de modernidad y a la vez a la modernidad como síntoma. El punto de partida fueron los dibujos que Yuyo Noé había realizado durante sus sesiones de terapia en 1971 en tiempo en que la radicalización política de las vanguardias lo había llevado a clausurar el acto de pintar. Esa obra marginal de Noé da la clave de un conjunto donde los artistas son tan importantes como los referentes del psicoanálisis: Enrique Pichon Rivière, el coleccionista y psiquiatra Mauricio Neuman, la plana mayor de APA (Asociación Psicoanalítica Argentina) retratada bajo la lente de Anne Marie Heinrich. Más: el recorrido incluye dos obras de Nicolás Guagnini, un artista argentino residente en Estados Unidos, de otra muestra suya llamada “APA” y en la que cada obra llevaba el nombre de una paciente de Sigmund Freud. El retrato del vienés aparece en la muestra en un grabado de Pompeyo Audivert (padre) para un número de la revista Nervio de 1933. Y en 1968, Alfredo Arias encargaría una gigantografía a un afichista de cine para exhibirla en el Di Tella durante “Experiencias 68”. La obra se perdió en el agitado remolino que precipitó el cierre de la muestra tras la clausura policial de una de sus obras.
Otra de las figuras salientes de Terapia es Juan Batlle Planas (1911-1966), uno de los introductores del surrealismo en Buenos Aires, que hizo de su taller una suerte de constelación de automatistas (y no autómatas). Si bien son conocidas sus “Radiografías paranoicas” resulta un hallazgo su retrato del Conde de Lautréamont de 1942, que para Rangel marca la característica excéntrica del surrealismo (¿sur-realismo?) rioplatense y su diferencia con el de México. Lautréamont (Isidore Lucien Ducasse) había nacido en Montevideo y anticipó el movimiento con apenas una frase en sus Cantos de Maldoror: “El encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección”.
En Terapia se quiere dejar en evidencia esa raíz disparatada que difiere del carácter más programático de Breton de quien se informó el surrealismo de México y el Caribe (Wifredo Lam). La misma directora del museo advierte que lo que se está viendo ahora poco se parece al fantástico mundo de Remedios Varo, cuyas obras se vieron en esta sala hasta hace pocas semanas. En esta nueva muestra, el surrealismo no es una estética hegemónica y se abre la puerta a expresiones cercanas al art brut firmadas por artistas que no forman parte del repertorio calidad museo en absoluto y que alimentan un bazar extravagante y desparejo: así desfilan desde una suerte de Barbie a pedido de David Lynch firmada por Norma Bessouet a las pinturas de Domingo Casimiro, a quien Verónica Rossi presenta como un “zapatero”. Son artistas que se caen del mapa del arte y que criterios curatoriales como el de Villanueva rehabilitan. La estrella de este contracanon bien puede ser Mariette Lydis (llamada ahora trans-surrealista), presente con una de sus tremebundas composiciones en las que esos niños que se veían en los consultorios médicos de los 60 y 70 son reconfigurados como una plaga zombie.
El vínculo entre arte y salud mental se expande en el mundo de lo psiquiátrico con artistas que padecieron esquizofrenia (el conjunto de Emilia Gutiérrez es uno de los highlights de la muestra) o internaciones prolongadas, como el poeta y pintor Jacobo Fijman, autor del primer libro de poesía surrealista editado en Buenos Aires. De ahí a lo border hay un paso: Terapia incluye un espacio para las obras de los internos de la Colonia Oliveros de Santa Fe. La artista Claudia del Río, que tuvo a cargo esa sección, señala que las eligió por su “intensidad”. Si es ese el patrón metro de la expresión artística conviene detenerse en los tres autorretratos de Martha Peluffo (1931-1979) cedidos por su hija, la actriz Verónica Llinás. Es una figuración electrizante cuyo uso desviado del color (ese cromatismo lisérgico) conduce al encandilamiento. De ella se exhiben además las anotaciones que le pedía el doctor Neuman a la salida de las sesiones. Es un documento de su pulsión artística que se juega en la influencia de su viaje a través del inconsciente: no ya el boceto sino el mapa mental de semejante salto al vacío. En la tela, que no se malentienda.
PARA AGENDAR
Terapia. Del 19 de marzo al 16 de agosto, en Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415 (venta de entradas online). Conferencia inaugural, a cargo de los curadores Gabriela Rangel, Verónica Rossi y Santiago Villanueva: miércoles 17, a las 19, a través del canal YouTube del museo.
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