El arte de México y Colombia trae aire fresco al verano porteño
Curiosa coincidencia latinoamericana en Buenos Aires: mientras en el Malba se exhibe México moderno, vanguardia y revolución, una muestra de los mejores exponentes artísticos de aquel país, que se refuerza con Trilogía, Argentina, Colombia, México, la colección institucional de Sura en la Colección Fortabat de Puerto Madero. Hasta el 18 de febrero se puede hacer un recorrido por las cúspides artísticas de estos tres países latinoamericanos que incluyen sorprendentes obras extraordinarias, sagazmente dispuestas por la museógrafa Valeria Keller.
Las piezas mexicanas y colombianas pertenecen a la compañía de seguros Sura, mientras que las argentinas son de la Colección Fortabat. ¿Cuál es el criterio curatorial que las une? Así responden los tres curadores responsables, Carlos Arturo Fernández (de Colombia), la mexicana Consuelo Fernández Ruíz, y Roberto Amigo como el profesional local: afirman que no hay tesis, ni se trata de probar nada. “No hay pretensión de responder alguna tesis o categoría preestablecida, por el contrario, el propósito es profundizar en el carácter individual y particular de cada una, remitiendo a un tiempo y espacio compartido en un paseo que propone el recupero del goce visual por la pintura”.
Las firmas de los pintores son rutilantes: Antonio Berni, Raquel Forner, Jorge de la Vega y Leopoldo Presas entre otros argentinos; Fernando Botero, Alejandro Obregón, Débora Arango, Eduardo Ramírez Villamizar son algunos de los colombianos; y entre los mexicanos, Frida Kahlo, Diego Rivera, Rufino Tamayo, y David Alfaro Siqueiros.
El recorrido es francamente apasionante. Desde los costumbrismos esperables del arte latinoamericano a la violencia de la denuncia social, desde el candor de una escena rural a la solemnidad de la cita precolombina, todo tamizado por las múltiples poéticas de la modernidad. Dato curioso, los curadores excluyeron paisajes.
También es curiosa la abundancia de figuras de infantes: Niña con zapallo, de Berni; Retrato de Isolda Pinedo Kahlo, de Frida Kahlo; El caballero Mateo, de Alejandro Obregón; El chino, de Fídolo Alfonso González Camargo; San Juan Bautista, de Alberto Fuster; Niños almorzando, de Diego Rivera, y dos obras de María Izquierdo, Niña con sombrero rojo y Niñas con sandías.
Quizá el niño más “retratado” de la historia del arte ha sido el niño Jesús, desde las representaciones más rígidas de la Edad Media hasta los intentos de generar simpatía del Renacimiento; es justamente en este período cuando comienza una desacralización de temas y los niños pintados son hijos de nobles o reyes. Ya entrada la Edad Moderna, el pintor echa mano del modelo que tiene a su alcance, su hijo o hija. Hay cierta crítica social en los niños de esta colección. La Niña con zapallo (1947) tiene un delantal rosa con guardas celestes, la mirada perdida y una mano reposada sobre un enorme zapallo, mientras ella descansa sentada junto a una ventana.
El motivo de la fruta se repite en el retrato doble de María Izquierdo, Niñas con sandías (1946), una niña de vestido blanco se acerca a otra vestida de rosa que come una rebanada de sandía y al costado guarda algunas bananas y una pera; parece estar sentada en el umbral de una casa de paredes despintadas. Ambas están descalzas y evocan la famosa pintura del español Bartolomé Esteban Murillo de Niños comiendo uvas y melón (1650), muy reproducido en láminas hogareñas; las ropas raídas de los infantes denotan pobreza, igual que sus pies descalzos y sucios, lo que no les impide gozar con la abundancia del cesto repleto de uvas.
Más aristocrático es el retrato del hijo del colombiano Alejandro Obregón pintado en 1965 y titulado El caballero Mateo o también El pequeño guerrero. La obra es significativa por ser el puntapié inicial de esta colección iniciada en 1972. Mateo, el hijo que Obregón tuvo con la pintora inglesa Freda Sargent, está retratado de frente y ataviado con una gorguera (muy semejante a la que pintó Pablo Picasso a su hijo Paul vestido como arlequín, 1924); la mano derecha está enguantada y sostiene un caballito de juguete de riguroso perfil, el fondo neutro grisáceo y negro en la parte superior envuelve al niño en una atmósfera de melancólica soledad.
Naturaleza muerta
Se denomina naturaleza muerta (o bodegón) al género pictórico que alude a objetos, comidas, flores o frutas, y utensilios de cocina, o incluso esculturas, joyas, monedas y cristalería. Si bien se conservan antiguos ejemplos en murales pompeyanos, el género se hizo fuerte a partir del siglo XVII cuando se empezó a cargar de sentido alegórico o simbólico, y en el siglo XX fueron los cubistas quienes lo reactivan.
En Trilogía hay magníficos ejemplos. Como Sandías, del mexicano Rufino Tamayo, una serigrafía sobre papel fechada en 1965; las dos rodajas tienen un aspecto más geométrico que natural, son apenas semicírculos en fila vertical. La intensidad roja de la fruta se funde con un tono más claro del fondo y se delimita por dos tenues líneas de color blanco y negro en un audaz alarde de síntesis.
En la vereda opuesta, por su complejidad y exuberancia, se ubica Alacena con paloma (1954), de María Izquierdo, es una hornacina de cuatro pisos coronada por dos ángeles que junto con una paloma blanca (¿el Espíritu Santo?) sostienen un paño rojo, en cada estante hay figuras de animales, como caballitos y pájaros, jarritos diminutos, cisnes de cristal, un payaso con bonete, frutas de pasta de almendra, y se destacan dos escenas en miniatura, un curioso tobogán en forma de “ese”, y una hamaca sostenida de un árbol. Que la alacena ocupe hasta los bordes del marco y que simule estar horadando la pared, la vincula a la tradición barroca del trampantojoo trampa al ojo.
Fernando Botero, colombiano de reconocimiento internacional, está presente con su Variaciones sobre Cezanne (1963), una obra temprana que ya indica su tendencia a “engordar” objetos inanimados como una frutera, una cafetera y algunos frutos, todos ellos dispuestos sobre un paño que descansa sobre el plano de una mesa rebatida como antes del descubrimiento de la perspectiva, disposición que le otorga un aire fresco de primitivismo.
De la misma forma está rebatida la mesa que pintó el mexicano Jorge González Camarena en 1932, La ofrenda. A la frutera se le agrega una hogaza de pan, un vaso y una candela, la tumba con una cruz a la derecha y las dos calaveras confirman que es una ofrenda de Día de muertos. Justamente del bodegón en Trilogía se ocupó el erudito Miguel Ángel Muñoz, que ofreció una concienzuda charla en el auditorio de la Colección Fortabat.
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