El arte como sinónimo de vida: la primera retrospectiva de Omar Schiliro, en Colección Fortabat
Su madre era cocinera y vivía en el fondo del restaurante donde trabajaba, en Villa Lugano. Su padre tenía otra familia, la "legítima", y los visitaba cada tanto. No se llevaba bien con su hermano y atravesó la adolescencia en el peor contexto: en plena dictadura militar, era pobre, gay y mulato. Tenía apenas 29 años cuando se enteró de que había contraído el virus del Sida, enfermedad que provocaría su muerte tres años después.
En este breve párrafo podría resumirse la vida de Omar Schiliro, si no existiera también todo lo que dejó. Un fantástico jardín de seductoras plantas carnívoras, una serie de lámparas misteriosas dignas de Aladino, una tentadora invitación al juego como la de Charlie en su fábrica de chocolate. Un mundo mágico creado a base de palanganas, bolitas de vidrio y restos de antigüedades.
Pero además de las decenas de obras que conforman Ahora voy a brillar, muestra que acaba de inaugurar la temporada 2018 en Colección Fortabat, Schiliro dejó varias historias de amor. La de su pareja, Jorge Gumier Maier, que lo acompañó hasta último minuto, cuidó su legado y trabajó durante años para impulsar esta primera retrospectiva. Y las de los amigos que frecuentó a comienzos de la década de 1990 en el Centro Cultural Rojas, mítico espacio que alimentó el espíritu contracultural tras el retorno de la democracia.
"Como artesano artista bijou, convertía cucharitas, baldes y palanganas de plástico en opulentas lámparas, soles y hasta tailleurs de exquisito gusto que ejercían sobre todos una incuestionable fascinación", escribió Patricia Rizzo en una carta que le dedicó horas después de su muerte, en 1994. "Amaba los perfumes, las flores, las fiestas y los horóscopos –agregó–. Se rodeaba de perlas, nácar y strass para crear, sacándole la lengua a su enfermedad y negándose a una máscara patética. En vez de hacer regodeo de su dolor, transmitía que nada le era indiferente. Contagiaba a todos su avidez de vivir maravillándose con los detalles, haciéndonos ver los brillos, con su mirada abarcatoria."
¿Cómo logró transformar en luz la oscuridad? Mariana Cerviño recuerda en el catálogo que el padre de Schiliro solía llevarlo al Italpark, programa que marcaba un gran contraste con su vida cotidiana. Evocó aquellas imágenes cuando conoció su diagnóstico y las convirtió en "fetiches con propiedades de salvación", a los que adjudicó "propiedades espirituales de sanación que la ciencia no podía ofrecerle".
Su última obra, realizada en 1993, es una ruleta con la cual sólo se puede ganar. "Salud sanita", "dinerillos" y "amigos buenitos" son algunos de los resultados donde puede detenerse la cucharita de plástico decorada con strass.
Muchas de estas piezas demandaron un arduo trabajo de restauración emprendido por las curadoras, Paola Vega y Cristina Schiavi, con el apoyo de Colección Fortabat, que comienza a celebrar con esta muestra su décimo aniversario.
"Recorriendo múltiples y variados negocios -cuenta Schiavi-, al por mayor y al por menor, por cada rincón de la ciudad, buscando las piezas faltantes de los trabajos de Omar, me invadió un deseo enfermizo de conocer cómo su cabeza relacionaba estos dos materiales, la cotidianidad del plástico de bazar y el refinamiento del cristal de caireles y rulos de lámpara antiguas. Siento que esta pausa no deseada que produjo su muerte, en la lectura de su obra, me permitió recuperar la sensación de asombro ante lo irracional, lo onírico, lo fantasmal, lo fantástico de su producción, tan corta en el tiempo, tan llena de esperanza."
El trabajo en equipo se completó con piezas cedidas por artistas, coleccionistas y museos; entre ellos Schiavi -quien compró su primera obra-, Eduardo Costantini, Gustavo Bruzzone, Guillermo Kuitca, Marcelo Pombo, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y el museo Castagnino+macro de Rosario.
"Schiliro era encantador, tímido, vulnerable y pícaro", dice Alberto Goldenstein, autor de dos fotografías también incluidas en la muestra, que pueden verse además en su propia retrospectiva en el Moderno. "Lo retraté en 1993, frente a una casa de lámparas en Suipacha y Córdoba -recordó, en diálogo con LA NACION-. Era una zona de oficinas, de noche, a la intemperie, en una situación de mucha fragilidad. Porque eso en él era muy evidente, tenía algo de la ñata contra el vidrio."
Nadie conoce demasiado la vida de Schiliro anterior a la época dorada del Rojas, cuando asistía a las fiestas en el Club Eros y compartía las tardes con Batato Barea. Según escribe Francisco Lemus en el catálogo, nació el 10 de junio de 1962 en un hogar pobre de Villa Lugano. En los primeros años de la década de 1980 trabajó como DJ y bailarín en discotecas del gran Buenos Aires, y después comenzó a realizar collares y pulseras que vendía en locales y ferias. A los 23 años conoció a Gumier Maier, quien dirigiría la mítica galería del Rojas entre 1989 y 1996.
El arte llegó como "una explosión de angustias, depresiones que se tornaron primaverales" cuando se enteró de su diagnóstico de HIV positivo, en 1991. Ese mismo año expuso por primera vez en el Rojas, en la muestra colectiva Bienvenida primavera. "En esa primera obra -recuerda Lemus-, Schiliro revistió la tapa circular de un ventilador con cuentas y perlas de plástico. El resultado es una textura granulada similar a las mutaciones que sufre la piel a partir de la enfermedad."
Falleció el 3 de abril de 1994, a los 31 años.
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