Más de cuatrocientas prendas de vestir que pertenecieron a Gabriel García Márquez y su mujer, Mercedes Barcha, cuentan historias en una visita exclusiva de LA NACION a la casa de México donde vivieron
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CIUDAD DE MÉXICO.- ¿Cuál es el olor de los recuerdos? ¿A través de qué canal los perfumes desatan la memoria más profunda y arcaica de nuestro pasado? Como relámpagos atrapados por el duelo, los aromas que pertenecieron a Gabriel García Márquez y su esposa, Mercedes Barcha, ahora salieron a la luz, en más de cuatrocientas piezas del guardarropas que perteneció al Premio Nobel de Literatura.
Las prendas fueron puestas a la venta por la familia del escritor colombiano, que estableció su residencia en México, donde falleció en 2014. En un recorrido exclusivo para LA NACION, la nieta del escritor, la actriz Emilia García Elizondo, de 31 años, abrió las puertas de la casa en la que vivió con sus ilustres abuelos, en el barrio del Pedregal, al sur de la Ciudad de México.
“Es increíble -dice asombrada-. Todavía tienen su olor”, dice a LA NACION. Son aromas de planchado y almidones, de maletas en las que las prendas fueron y vinieron, aromas de madera cuidadosamente seleccionada para la construcción de unos quince metros de vestidor en el piso superior de la casa.
Una organización impecable
“Mercedes mandó a hacer un closet. Todo lo tenía muy bien organizado. Ella era muy organizada. Tenía cajones marcados, que decían ‘ropa de verano’. Bolsas de plástico donde ponía ‘ropa de Cartagena’, que era la que literalmente él agarraba cuando iba a Colombia. Una organización impecable. Todo estaba colgado”, cuenta García Elizondo, hija de Gonzalo García Barcha.
Mientras relata, la nieta de García Márquez señala aquí y allá en el jardín que pasó su infancia, el mismo que caminó con su abuelo y donde el escritor recibió la noticia del Premio Nobel. A pasos del estudio y biblioteca personal del autor se dispusieron percheros y maniquíes. Exhiben botas, zapatos, más de una docena de sacos de tweed, corbatas, bolsos, túnicas hechas en telar y camisas. Por ejemplo, Hay pañuelos desde cien dólares y zapatos talle 42, a US$ 1650.
García Elizondo compartió la intimidad de su propio viaje al pasado junto al autor de Cien Años Soledad: el vestidor de sus abuelos es la primera parada antes de sumergirnos en el lado doméstico y desconocido de uno de los máximos escritores de habla hispana.
La idea de llevar adelante “El armario de los García Márquez”, o de “los Gabo”, como los llama la actriz, surgió de la intención de sacarle cierto provecho a la ropa y accesorios del escritor y su esposa, en beneficio de otros. La venta de los artículos será destinada en su totalidad a la fundación Fisanim, que apoya a niños de comunidades indígenas del sur de México, dirigida por la actriz mexicana Ofelia Medina.
“Todos en la familia teníamos claro que queríamos hacer algo con la ropa de los Gabos. Y un poco fue mía la idea de abrir la casa al público. Y que esta primera apertura fuera el primer paso para la creación de la Casa de la Literatura Gabriel García Márquez. Calculo que hacia mediados de 2022 habrá talleres, presentaciones y encuentros”, anuncia García Elizondo.
Un último duelo
La tarea de selección fue una experiencia emocional intensa, que requirió que la familia meditara sobre los objetos a los que se animaba a dar un adiós definitivo. “Siento un poco que es una despedida de los Gabos -dice Emilia-, sobre todo porque mi abuela murió hace un año. Sé que son solo objetos, pero tienen algún valor emocional para todos nosotros. Era lo que siempre veíamos ponerse. Todo esto ha sido súper fuerte y en realidad de la familia lo he hecho yo sola, aunque todos han estado apoyando. Creo que los Gabos habrían estado muy contentos de que se estuviera ayudando a gente. Mientras eso se pueda, todo lo demás no es importante”, cuenta a LA NACION.
El criterio de selección fue un ejercicio de desprendimiento total (“cada uno de nosotros pasó a quedarse una cosita”). La única condición que se tuvo en cuenta es que los objetos estuvieran en buen estado. “Lo que no estaba bien, directamente no está”, precisa sobre el armario, curado por la estilista Regina Hernández.
Lo más difícil de soltar fueron los sacos tweed de Gabo. De Mercedes, en cambio, la mayoría de las cosas: “todas las podría yo usar. Pero se tienen que ir. No me lo podría quedar”, confiesa. Entre las piezas más destacadas está el vestido que Barcha usó en la entrega del Premio Nobel, el único en exhibición y que no está a la venta. Verde musgo con apliques de hojas en terciopelo en un tono más oscuro, lleva un escote espejo. “Algo muy raro, porque no me tocó ver a mi abuela así. Mi abuela fue joven y fue esta persona, cuando no era ni abuela ni mamá. Es como reconocer a mis abuelos de cierta manera en que yo ni siquiera los conocí”, admite.
Entre la elegancia y las supersticiones
Poca ropa de marca puede encontrarse en el armario del escritor y su esposa: algunas valijas Louis Vuitton, un saco Burberry, medias Christian Dior y zapatos de taco de Jil Sanders talle 40. “Gabo se mandaba a hacer muchas cosas. Como sus camisas de diseñadores franceses, colombianos e italianos. Iba por el mundo haciéndose camisas. Mercedes compraba lo que le gustaba y le quedaba bien. Tenía prendas que le encantaban, tanto que se llevaba la misma en diferentes colores, por si alguna vez ya no había. Tenía una cantidad impresionante de bolsas y carteras, que es con lo que conectábamos mis primas y yo. Son de las pocas cosas que dijimos ‘estas se quedan’”, dice la nieta de los Gabos. “Para estar en casa, el escritor usaba monos, tipo overoles. Y Mercedes se entregaba mucho al negro, porque lo consideraba elegante”, agrega.
Emilia era, también, la compañera de tenis del escritor. “Él usaba jogging y buzo blanco para practicar”, cuenta su nieta, al recordar cómo a su abuelo le costaba renunciar a cierto estilismo aún para los deportes. “Lo vi una vez con una camisa debajo de la sudadera”, ríe.
“Es que Gabo era tan divertido -rememora con emoción-. Con su ropa de tirantitos, sus millones de corbatas de colores. Viví mucho tiempo en esta casa. Éramos muy cercanos, lo veía trabajar, salíamos a caminar. La gente siempre fue muy respetuosa. Cuando íbamos a hacer compras, había un poquito más de gente, pero Gabo siempre lo manejaba muy bien. Estaba muy dispuesto porque le encantaba la gente. Lo que más le divertía era que se le acercaran con libros, los firmaba feliz.”, recuerda.
El armario que comenzó a venderse -una parte de esos quince metros de vestidor- es todo aquello que Mercedes Barcha conservó tras la muerte del escritor, y que cada tanto visitaba y acomodaba. Pero también del espíritu alegre que transmitió a la familia, a la que guio para “que la vida siguiera, pese al dolor”, dice su nieta.
“Lo que hizo muy bien es que se quedó con las mejores cosas. Porque Gabo y ella eran muy supersticiosos. Yo lo heredé de él y probablemente toda la familia. Gabo no hablaba de la muerte (porque eso no iba a pasar). Con el vocabulario era muy supersticioso, con lo que decía y lo que no. Y con las prendas me di cuenta de que era así. Me he preguntado ‘y esto porqué lo guardó, si no tiene nada de especial’. Y con esto de revolver su armario fue descubrir qué significado tenía para él”.
Un altar de muertos, entre Borges y Hemingway
La temporada de lluvias casi quedó atrás y una luz primaveral inusual para esta época llega desde el jardín. Se filtra en el estudio de Gabo y realza los colores de unas flores que recrean el altar de Día de Muertos, que se celebrará el próximo 31. En el centro, presididos por dos figuras de hierro con las caras de los Gabos mirándose, un portarretratos del matrimonio García Márquez los muestra sonrientes, escoltados por calaveras, ofrendas y velas. La estructura ocupa un lugar central en la biblioteca-estudio que alberga más de 5.000 ejemplares, los mismos que rodeaban a Gabo mientras trabajaba. Está muy cerca de la fotografía del escritor argentino Jorge Luis Borges que asoma solitario en un estante. Muy cerca de otra de un joven Che Guevara. La del revolucionario y la del escritor Ernest Hemingway son las únicas imágenes colgadas en pared que no pertenecen a un familiar; las demás de personalidades, como la que tiene junto al expresidente estadounidense Bill Clinton, están en portarretratos.
Los volúmenes están agrupados por tema y por autor, entre literatura universal, hispánica, ciencias, arte. Muy cerca de la imagen de Borges se encuentra Fervor de la Argentina, de Roberto Fernández Retamar. En el espacio donde está su escritorio y su Mac, García Márquez trabajaba rodeado autores latinoamericanos. Lo hacía escoltado de un estante repleto de diccionarios (español, francés, italiano, chino), cerca de uno exclusivo para Borges. Bien cerca, las obras del mexicano Carlos Fuentes, gran amigo de Gabo, y Julio Cortázar. Unos estantes más allá, los libros de Osvaldo Soriano y de Onetti.
Entre sus libros, Emilia acomodó las icónicas guayaberas de Gabo, con los cuellos relucientes y planchados, como si el autor estuviera por aparecer, para escoger alguna de ellas.
“Las cosas se están empezando a ir”, dice Emilia, la nieta de Gabo. Su mirada apunta al Altar. Ese que cada año las casas mexicanas montan promediando octubre, para recibir a los que han partido al Otro Lado; los que regresan una vez al año, para reunirse con los suyos. El mismo que simboliza la gran promesa de Día de Muertos, cuando las ánimas tienen permiso para volver.
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