El aprendizaje como deseo
Hay cierto clamor respecto de que la educación debe cambiar, para ajustarse a los nuevos tiempos. Es decir, las nuevas tecnologías (que de nuevas ya tienen poco; internet lleva 30 años entre nosotros). A mi juicio, tiene sentido. Pero también lo tenía en la década del ‘70, cuando los robots empezaron a colonizar las líneas de producción. Así que no importa tanto si tiene sentido o no. Más bien preocupa que el clamor no logre hacer foco en cómo habría que adaptar la educación a las nuevas tecnologías. ¿Hay que derribar la segmentación por materias? ¿Fomentar el espíritu crítico, las aptitudes blandas –como el trabajo en equipo–, la empatía, la búsqueda personal? Pregunté el otro día en un aula de jóvenes estudiantes de periodismo si sabían quién había sido Richard Nixon. No, no sabían. Si habían visto la película The Post, aunque más no sea por curiosidad. Tampoco. ¿Spotlight? No, ni idea.
La educación tiene que cambiar con el mundo, de eso no cabe duda; pero hoy no queda claro cómo. En esa incertidumbre, que empieza a sentirse como una parálisis, me gustaría rescatar un concepto: el de aprender. Aprender no en el sentido de almacenar mecánicamente, sino en el de perseguir, de tratar de alcanzar. Esto es, desear. Tal vez, enseñar es enseñar a aprender. Inspirar.