El amigo americano de Borges
Experto en novela policial, hizo la primera traducción al inglés del autor de Ficciones, una antología que se llamó Labyrinths (1962). A punto de llegar a Buenos Aires, habla de su relación con el célebre escritor, sobre la que prepara unas memorias
Donald A. Yates (en colaboración con James Irby) fue el traductor del primer libro de Jorge Luis Borges editado en lengua inglesa, Labyrinths, aparecido en 1962 con prólogo de André Maurois. Aquel trabajo lo llevó a establecer una amistad con el autor de Ficciones. Esa relación constituye el hilo conductor de las memorias que está escribiendo con apoyo de una beca Guggenheim y que por estos días lo traerá a Buenos Aires: además de recibir un homenaje de la Academia Argentina de Letras y de dar una entrevista pública en la Universidad Católica Argentina, Yates planea hacer aquí algunas investigaciones para su libro.
Experto en literatura policial y miembro de la Mystery Writers of America, Yates ha traducido incansablemente a no pocos grandes narradores argentinos, entre ellos Marco Denevi ( Rosaura a las diez ), Manuel Peyrou (El estruendo de las rosas), Adolfo Bioy Casares y Rodolfo Walsh. Nacido en Massachusetts, Estados Unidos, en 1930, estudió en Ann Arbor High School, donde aprendió español, y se graduó en la Universidad de Michigan en 1951; allí tuvo como profesor a Enrique Anderson Imbert, que apadrinó su tesis doctoral, titulada "The Argentine Detective Story" (1960). Además de numerosas ficciones detectivescas, Yates ha publicado Marco Denevi: An Argentine Anomaly (1962), La novela policial en las Américas (1963), Antología del cuento policial latinoamericano (1964) y Latin Blood: The Best Crime Stories of Spanish America (1972).
"Mi intención original era tener lista una biografía de Borges para que se publicara en 1999, año en que se festejó el centenario del nacimiento del escritor –cuenta Yates en una entrevista realizada por e-mail y por teléfono–. Me encontré, sin embargo, con que no contaba con el tiempo suficiente para examinar todo el material que había reunido y cumplir con el plazo. Precisamente ese año empezaron a salir muchos libros sobre Borges. Hacia 2006 había casi una docena de ‘estudios biográficos’, entre ellos dos escritos por autores que jamás lo habían visto. Comprendí, entonces, que los hechos generales de su vida y de su carrera literaria eran ya ampliamente conocidos y que un libro que cubriera el mismo territorio era innecesario. Por eso, decidí enfocar mi trabajo como una memoria-biográfica que incluyera mucha de la información que yo había reunido durante los quince años de amistad que mantuve con él. En síntesis, consideré que quedaba poca gente que pudiera escribir un libro que lograra aproximarse a la intimidad del hombre que Borges fue y a la cuestión de cómo pudo producir una obra tan original e influyente."
–¿Cómo llegó a la escritura de Borges?
–Empecé a leer sus historias durante uno de los cursos de Anderson Imbert, en 1954. Quedé tan deslumbrado por el estilo y la originalidad del autor de El Aleph que se me ocurrió traducirlo al inglés. Anderson me dio la dirección, le escribí y lo que obtuve fue una amplia autorización para traducir cualquiera de los textos que yo considerara convenientes. Junto con otro graduado de Michigan, James Irby, que entonces escribía su tesis sobre Borges, preparamos una antología que padeció varios rechazos por parte de los editores. No fue fácil encontrar editor para Labyrinths, ya que cuarenta años atrás ninguna editorial norteamericana "comercial" se quería aventurar con un argentino desconocido. James Laughlin, que se pasó la vida "descubriendo" autores, lo hizo y el volumen se editó en el sello New Directions.
–¿Cómo fue su primer encuentro con Borges?
–En 1962, con los auspicios de la Comisión Fulbright de intercambio entre Estados Unidos y la Argentina, viajé a Buenos Aires por primera vez y lo visité en la Biblioteca Nacional. Nos hicimos amigos enseguida. Compartíamos el interés por la literatura policial. En los años que siguieron, volví a la Argentina en más de doce oportunidades. Fue así como enseñé literatura norteamericana en la Universidad de Buenos Aires, en el Lenguas Vivas, en la Universidad Kennedy y en la Universidad Nacional de La Plata. Borges, por su parte, hizo cuatro visitas a la Universidad del Estado de Michigan, donde yo era profesor de literatura hispanoamericana; la última, en 1976, duró cuatro meses en los que, comisionado por el Departamento de Lenguas Románicas, dictó dos cursos para graduados.
– Labyrinths se convirtió, para el público anglosajón, en un clásico de la literatura de Borges. ¿Cómo fue el proceso de traducir junto al maestro?
–James Irby y yo hicimos las traducciones sin consulta alguna a Borges. La primera vez que hablé con él en la Biblioteca Nacional me agradeció el trabajo diciendo, como invariablemente lo hacía con sus traductores, que habíamos mejorado el original.
–De esa amistad, ¿recuerda alguna anécdota en particular?
–Borges se mostraba siempre modesto respecto de su fama. Frecuentemente, cuando caminábamos por las calles de Buenos Aires, la gente lo reconocía y se acercaba a saludarlo, a reconocer su genio. Cuando continuábamos nuestro camino, él solía decirme: "Se dará cuenta, por supuesto, de que yo pago para que esta gente diga esas cosas".
–¿Y algún descubrimiento biográfico que pueda adelantar?
–En 1974, después de viajar a Ginebra y de hablar con Maurice Abramowicz, amigo del poeta entre 1914 y 1918, cuando la familia Borges vivió allí, advertí que la primera publicación de Borges como crítico fue una reseña de tres libros publicados en España. Le había mandado el escrito a Abramowicz quien, en 1919, lo hizo publicar en La Feuille, el diario ginebrino. Estaba escrito en francés, una de las lenguas que, junto al inglés y el español, él dominaba. Se me ocurrió, entonces, que si el padre de Borges (Jorge Guillermo) se hubiera radicado hasta 1921 en Francia o en Inglaterra, y no en España, Borges probablemente se habría convertido en un escritor en lengua francesa o inglesa. Indudablemente, los años que vivió en España y Mallorca, antes del retorno de la familia a la Argentina, determinaron que fuera un escritor en lengua española. Esa preparación singular fue, creo, lo que le dio a su escritura un sabor único.
–Alguna vez afirmó que "La muerte y la brújula" es el mejor cuento policial. ¿En qué sentido lo es?
–Ese cuento está brillantemente tramado y es la gran contribución de Borges al género. Él, que compulsivamente despreciaba el lugar común, no podía haber escrito nunca un cuento detectivesco tradicional. Tampoco "El jardín de senderos que se bifurcan" es una historia de espionaje convencional. En eso reside la esencia de su genio.
–Usted mantuvo con Rodolfo Walsh una amistad que hasta incluyó una aventura editorial…
–Cuando, bajo la dirección de Anderson Imbert, escribía mi tesis sobre el relato policial argentino, Rodolfo Jorge Walsh fue mi primer corresponsal argentino. Cada uno traducía y publicaba las historias del otro. A partir de 1962 compartimos una larga amistad que duró hasta su muerte. Era un fanático del policial. Así como Borges y Bioy tradujeron obras para El Séptimo Círculo, de Emecé, Rudy Walsh lo hacía para Hachette.
–¿De qué manera explica el fenómeno de nuestra rica narrativa policial?
–En mi tesis señalo que en Hispanoamérica existen sólo tres mercados importantes para la narrativa policial: el del Río de la Plata, el de Santiago (en Chile) y el de Ciudad de México. A lo largo de gran parte del siglo pasado, las novelas de misterio han funcionado como literatura de evasión, lo cual requiere mucho tiempo libre para leer y también cierto grado de sofisticación. La Argentina encaja en ese marco.
–¿A qué se debe que la ficción detectivesca, género popular de consumo masivo, haya tentado las plumas de autores de "alta literatura" como Poe, Borges, Dürrenmatt, Greene, entre otros?
–Esencialmente, una historia detectivesca es un formato narrativo que debe ser llenado según el gusto y la Weltanschauung (cosmovisión) del autor. Cincuenta años atrás, Alfonso Reyes lo juzgó "el genero clásico de nuestro tiempo". Poe lo tomó porque se encontraba psicológicamente atrapado entre un racionalismo extremo y una irreprimible fantasía. "Los crímenes de la calle Morgue" fue el producto de esa naturaleza cerebral. Dürrenmatt y Greene descubrieron que el formato los ayudaba a organizar las ideas y concepciones que los llevaban a escribir. En el caso de Borges, desde sus primeros años leyó y disfrutó honestamente del género (como también lo hizo su abuela Fanny Haslam, de quien adquirió el hábito). Comprendió, además, que podía hacer con la historia detectivesca algo que hasta entonces nadie se había atrevido a hacer: "La muerte y la brújula" fue el resultado de esa ocurrencia; y finalmente, quizá a causa de su espíritu de contradicción, disfrutó valorando a autores y géneros que mucha gente consideraba de segundo nivel.