El adiós a Fernando Pugliese, el escultor de los grandes ídolos populares
A los 81 años falleció anteayer el creador de las esculturas de Tato Bores, Olmedo y Portales de la avenida Corrientes, el Borges y Bioy de La Biela, Tierra Santa, y tantas otras imágenes que recorrieron el país y el mundo
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Fernando Pugliese sembró el país de esculturas que congregan pueblos enteros, generan devoción y alegría. Sus piezas, hiperrealistas, han puesto de pie en plazas y calles a figuras entrañables e ídolos populares como Sandro, El Che Guevara o el cura Brochero, entre cientos de santos, líderes, artistas y futbolistas. A días de cumplir 82, Pugliese murió anteayer y hay quien dijo que se fue porque arriba necesitaban un buen escultor: alguien capaz de hacer monumentos con vida.
Era abogado, escultor, escenógrafo, ambientador y director del estudio artístico que llevaba su nombre, un taller de arte de más de 65 años de trayectoria, especializado en la realización de todo tipo de esculturas en un hiperrealismo convincente: no hay nada más difícil que retratar a quien está metido en el corazón de un pueblo. Él lo logró, en tamaño natural, muchas veces.
Su taller era un arca de Noé en Villa Crespo y visitarlo, toda una experiencia: seres fabulosos, animales de todos los pelajes, paredes con cabezas sonrientes y, sobre todo, la amabilidad del anfitrión, siempre dispuesto a la charla, impecable, con su chaqueta de safari sobre la camisa y corbata: un dandy o un antiguo naturalista. Lo rodeaba una jungla de seres inanimados, al menos para los demás.
Pugliese es autor del Tato Bores que habla por teléfono, y aquellos Alberto Olmedo y Javier Portales que abrazan para la selfie a quien quiera ubicarse entre ellos en el banco de la calle Corrientes, a metros de la estación Uruguay. También, de las figuras de Borges y Bioy Casares que están eternamente sentados a la mesa de bar de La Biela. La pizzería Imperio de Chacarita le encargó una escultura de su más querido cliente: Carlitos Balá, en modo repartidor.
También esculpió a Horacio Guarany, Hernán Figueroa Reyes, Jorge Cafrune, Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa en la plaza Próspero Molina de la ciudad de Cosquín. De Perón a Maradona, de Minguito al Papa Francisco, no hay personaje notable que falte en su repertorio, aunque también disfrutaba muchísimo cuando podía retratar animales, como las réplicas de jabirúes que adornan la costanera de Formosa o el elefante del club de rugby Hindú.
Comenzaba sus obras en arcilla, por partes, a partir de fotos. La mayoría se pasaban luego a fibra de vidrio y masilla epoxi. La tercera etapa era la pintura. O se pasaban al bronce o al mármol, según el encargo de particulares o de gobiernos. “Yo hago cosas que la gente reconoce al instante. No son creaciones mías sino repeticiones de otras realidades. Es un arte popular”, dijo en una entrevista en LN+ en noviembre pasado.
Creció internado en un colegio pupilo en Quilmes, con toda la soledad que eso significa. Comenzó su carrera a los 14, cuando esculpía figuritas en tizas para llamar la atención de una profesora de francés que le fascinaba. También pasaba largas horas en el taller de carpintería. Mantuvo siempre su estudio de abogado, pero su corazón estaba en el Estudio Pugliese, del que siempre hablaba en plural porque no trabaja solo. “Es un placer para mí hacer estas cosas. Son como hijos míos. Me da alegría, me da ganas de vivir”, dijo.
Durante el papado de Francisco, instaló un cura Brochero montando una mula en la Plaza del Vaticano cuando fue santificado: obra suya. La llevó él mismo, junto con una miniatura que entregó al Papa. Otra pieza de su autoría está en Casa Rosada: en diciembre de 2015, se inauguró el busto del expresidente Néstor Kirchner en el Hall de Honor. Pugliese realizó el original en fibra de vidrio y la escultura viajó hasta Carrara, Italia, donde fue pasada a mármol con la técnica punto a punto. Tiene un detalle: hay una curita en la frente, un detalle de color que remite a su asunción del 25 de mayo de 2003, cuando un camarógrafo le cortó sin querer con un golpe de su cámara.
Pugliese no temía a los encargos titánicos. Levantó entero el monumental parque temático religioso Tierra Santa (donde comandó un equipo de 850 personas) y la Galería Temática de Ushuaia, 120 figuras que recorren la historia de la parte más austral del planeta (él mismo se incluyó como guardián somnoliento en la entrada). En la patagónica ciudad de San Julián, puso marineros en acción en el museo temático Nao Victoria, una réplica en tamaño real del único barco de la Flota Magallánica que logró dar la primera vuelta al mundo.
Entre las más recientes piezas está la réplica de Ides Kihlen emplazada en la exposición de la galería Azur, a la que más de un visitante saludó al confundirla con la artista de 104 años. “La hice porque me simpatiza mucho su personalidad”, dijo hace unas semanas a LA NACION.
En San Antonio de Areco está el Museo de Las Lilas, donde dio vida a los dibujos de Florencio Molina Campos. En Rosario esculpió entero el Museo de los Famosos y los Campeones del Mundo, en Club Fortín Victoria de Bella Vista, donde brillan en un Olimpo ecléctico Maradona, Messi, Tévez, el Papa, El Gauchito Gil, el gorila de King Kong y Frida Kahlo. Y el Parque Temático Brochero Santo fue inaugurado en enero pasado en Traslasierra, Córdoba. Quedó inconclusa la gran obra de su vida. En una parte de su estudio guardaba 580 animales que venía haciendo desde hace 40 años para armar el arca del Diluvio Final alguna vez. Se han quedado sin Noé.
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