El acervo precolombino tiene su sala
El flamante espacio se inaugurará mañana y demandó una inversión de $ 237.000
Era la última sala que faltaba para completar la exhibición y reorganización museológica de todo el patrimonio del arte argentino del Bellas Artes. La sala de arte precolombino, que se inaugurará mañana, a las 19, fue la última en concluirse, la más costosa y la más revolucionaria de todas.
Y lo es porque al integrarse el llamado arte primitivo a la colección permanente, el Bellas Artes inscribe su declaración de principios: "El origen del arte argentino está allí, en la síntesis de ese universo de formas, que deslumbraron a artistas como Picasso o Gauguin y de las se apropiaron más tarde las vanguardias europeas, al ver en ellas el carácter de modernidad", señala María José Herrera, que junto con Florencia Galesio se encargaron del guión curatorial.
Con una inversión de $ 237.000, solventada por la Asociación de Amigos del Museo, 15 personas, entre diseño y montaje, curaduría y conservación de las 60 piezas exhibidas, trabajaron para concluir esta sala. Con la exhibición de estas piezas, el público podrá apreciar parte del patrimonio que permanecía en la reserva, compuesto por unas 350 obras.
En un recinto de 100 m2 prácticamente en penumbras, revestido en un tono gris acerado, las exquisitas piezas que Guido Di Tella comenzó a coleccionar a fines de los años 50, junto con la ex colección Líber Fridman, que la Secretaría de Cultura adquirió en 1988, y los textiles andinos que donó la doctora Ruth Corcuera, aparecen y desaparecen ante la vista del observador con las luces focalizadas y las fotocélulas que se activan con la presencia humana. La iluminación, junto con la regulación de humedad y la baja temperatura, fue uno de los requisitos de preservación en sala, que el museo no desoyó.
Dividida en cuatro núcleos temáticos, son las tallas en piedra del período temprano (1500 a.C. al 300 d.C.), con las sinuosas formas que los arqueólogos bautizaron "suplicantes" (la imagen o representación de los ancestros), las que abren el recorrido por la cosmovisión indígena de los Andes, donde arte, religión y vida cotidiana funcionaban como una unidad.
A través de las piezas cerámicas del segundo núcleo se plasman las creencias: "Una religión centrada en los fenómenos celestes, en la cual el sol tiene un rol preponderante, al igual que el culto a los antepasados y a las fuerzas de la naturaleza", explica Galesio, mientras señala la forma antropomorfa, mitad hombre, mitad jaguar, moldeada en una de las vasijas.
La semillas molidas de vilca o cebil fueron la sustancia alucinógena que los chamanes fumaban para transportarse al ámbito sagrado, y allí están las grandes pipas en forma de vasijas con las representaciones de las imágenes surgidas en esos "viajes místicos".
El tercer núcleo reúne piezas metálicas de la región andina del 1000 al 1535 d.C, que cumplían la función de ser herramientas de trabajo, pero también poseían un alto valor simbólico, vinculado con las manifestaciones de poder. "Las hachas ceremoniales, pectorales y diademas, por ejemplo, denotaban la posición privilegiada de quien las poseía", comentó Herrera al señalar que los metales en general, "por su color y capacidad para reflejar el brillo del sol, también estaban asociados al culto solar".
Los textiles andinos de las regiones de Nazca (0-600 d.C.) y Chancay (900-1440 d.C) integran el último eslabón de la exhibición. Son exquisitos mantos, tocados, ponchos y finísimas gasas labradas que fueron depositados como ofrendas en las tumbas de personas de alta jerarquía.
lanacionar