Ejercicios de mortalidad
Íntegra recopila por primera vez, en un volumen monumental con inéditos, toda la obra poética del chileno Gonzalo Rojas, autor decisivo de la lengua castellana
No hay gran poeta sin su mito personal, como si la condición mortal mutara su fatalidad de ultratumba para que lo vivido persista, vaciado y transfigurado en el diferido presente de la voz poética. El poeta hace de su propia experiencia un mito y de su nombre, máscara: nadie, otro, objeto, materia, música. Gonzalo Rojas (Lebu, Chile, 1916-2011) lo supo siempre: "Muerto el muerto lo primero que el desnacido de sí ha de hacer es deshacer/ sus pasos, borrar bien cada huella, vaciar/ el préstamo de su presencia en el Mundo". Desnacer fue su astucia y su conjuro y desde el primer poema escribió su propia memoria del mito para el instante supremo en el que se hallase vacío de mundo. Contaba, por ejemplo, que cierta noche de su infancia primera un rayo cruzó el cielo del Arauco y uno de sus siete hermanitos lo deletreó: "re-lám-pa-go". Allí reconoció el centelleo del lenguaje "en lo tetrasilábico de su fulgor", epifanía numinosa en el tiempo nocturno. Contaba que, cuando entró a la escuela, lo obligaban a leer en voz alta. Como era tartamudo, buscaba reemplazar palabras con alguna L que suavizara el habla crispada por las P o las Q, mientras tomaba aire y se daba tiempo: "Si tú examinas mi palabra poética, te encuentras que a lo largo de ella existe esa trepidación un poco diastólica y sistólica de quien se paraliza y se asfixia un poco, y después se desvía", contaba Gonzalo Rojas. Ese ritmo que busca su aire e irrumpe, igual que el rayo, ritmó sus versos para siempre. La crítica habló de una "gracia de lo irrespirable" y de una "sintaxis hablada y tartamuda".
En 1948 Gonzalo Rojas publicó su primer libro de poemas: La miseria del hombre. Continuaba, junto con Nicanor Parra (1914), el legado de la gran tradición poética chilena: Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Pablo de Rokha. Aquel libro fue como un estallido de expresividad desbordada, de una imaginería lúbrica y a la vez trascendental, el erotismo y la muerte en una dicción visceral, y la madre materia y lo terrestre, respirados. Libro amenazante: "Me asusta que de allí siga saliendo un pensamiento engendrador, germinador". Las diferencias entre Rojas y Parra eran grandes, pero, como observó Enrique Lihn, ambos destituyeron el preciosismo literario y el yo hipertrofiado y ajeno a la vida concreta.
Con sus libros siguientes Gonzalo Rojas comenzó a desnacer: "Que todo es todo en la gran búsqueda del desnacido que salió de madre a ver el juego mortal y es Uno: repetición de lo que es. Antología de aire, metamorfosis de lo mismo", escribió. A partir de Contra la muerte (1964) y Oscuro (1977), Rojas editó sucesivas colecciones que incluían, entre los nuevos poemas, textos anteriores que se leían como nuevos, en un orden diverso e incluso con diversa disposición. Reescribía, yuxtaponía o fragmentaba textos que se duplicaban en otros, o recuperaba poemas escritos en épocas anteriores que no habían sido incorporados en su momento, o reeditaba libros modificados cada vez, como las cinco ediciones de Contra la muerte. Esto suponía que no había, en puridad, "libros", sino la metamorfosis y la expansión del conjunto en cada uno de ellos, incandescentes y momentáneos. Era menos un modo de componer que de vivir, a la vez, el tiempo y el destiempo de un retorno: autoengendramiento y transfiguración, ejercicios de mortalidad que respiran y expiran en su origen, diástole y sístole imaginativas: "Mi obra entera –dijo– es un solo todo girante sobre sí mismo".
Un año después de la muerte de Gonzalo Rojas, Íntegra recopila por primera vez todos los poemas escritos por el poeta en orden cronológico, desde la serie completa de La miseria del hombre hasta los últimos, inéditos o no publicados en libro, como el poema escrito en 2010 a raíz del terremoto que sacudió Chile. La edición, debida a la investigadora Fabienne Bradu, es tan devota como ejemplar. Apunta en el breve prólogo –"Obra: instrucciones de uso"– que Rojas afirmaba que escribiría un solo libro en su vida y él mismo era un libro inconcluso y todos sus libros eran máscaras de lo mismo. Íntegra, dice Bradu, es ese libro: "la suma de todos sus poemas y, al mismo tiempo, el único de su autoría que él no conoció". El propio Rojas imaginó su publicación en los últimos meses de su vida y acordó con el título. El volumen abarca los cientos de poemas, con notas al pie aclaratorias de su año de composición o de su edición, y algún riquísimo comentario del poeta tomado de numerosas entrevistas. Luego, en un mapa general de la obra, el lector puede reconstruir, recurriendo al minucioso índice, la lista de todos los libros de Rojas, cuándo y en qué libros publicó cada texto y, asimismo, puede recuperarlos mediante un ordenamiento alfabético. Carece, por cierto, de la estructuración sabia y móvil –con excepción del primer libro que no se altera– de cada libro recurrente y geminado de Rojas, pero permite explorar la irrupción de cada poema en el tiempo, o de cada poema nuevo compuesto en las ruinas vívidas del anterior. El lector también verá de qué modo el ritmo acentúa su anhelante respiración, su escansión aspirada, el destino de aquellos versos iniciales –"mi lengua tartamuda / que nombra la mitad de mis visiones"– hasta el presente del viejo poeta en el puro ahora: "Los verdaderos poetas son de repente:/ nacen y desnacen, dicen/ misterio y son misterio, son niños/ en crecimiento tenaz, entran/ y salen intactos del abismo".
Integra es acontecimiento: la poesía incesante, torrencial todavía, de uno de los más grandes poetas de nuestra lengua.
Íntegra
Gonzalo Rojas
Fondo de Cultura Económica
962 páginas
$ 290